Gabriele Münter, de ser 'la novia de' a reconocerse al fin su papel como madre fundadora del expresionismo alemán
Gabriele Münter (1877-1962) tenía todo para ser una víctima más del sistema artístico que históricamente marginó a las mujeres. No pudo entrar a la Academia de las Artes en Berlín porque hasta 1919 estaba prohibido para las creadoras; mantuvo una larga relación con un pintor famoso, Vasili Kandinsky, que pudo reducirla a la “novia de” y fue parte de un grupo vanguardista, El Jinete Azul, liderado por hombres.
A pesar de ello, fue recibida en el exilio como una de las fundadoras del expresionismo alemán, tuvo el apoyo de un influyente galerista y su arte le ayudó a sobrevivir. La reputación de la que ya goza en Alemania está extendiéndose internacionalmente, como prueba su primera antológica fuera del ámbito alemán, en el Museo Thyssen, abierta desde el martes.
“Tuvo una relevancia fundamental en vida. La estamos redescubriendo en España, pero tuvo mucho reconocimiento y peso como artista en ese momento”, sostiene una de las comisarias de la muestra, Marta Ruiz del Árbol. La manera de pintar de la berlinesa, con colores intensos y contrastados y formas apenas definidas con un contorno negro, desarrolló lo que se conoció como expresionismo alemán en el primer tercio del siglo XX. Para narrar las motivaciones pictóricas y personales detrás de ese estilo, la exposición Gabriele Münter, la gran pintora expresionista, abierta hasta el 9 de febrero de 2025, reúne cerca de 150 obras suyas, entre pinturas, fotografías, dibujos y grabados. Las piezas abarcan una etapa de producción de 55 años.
Para evidenciar esta evolución de su pintura, la muestra está organizada cronológicamente, desde el postimpresionismo en su fase temprana hasta un expresivo colorido que la convirtió en uno de los símbolos de El Jinete Azul. Antes, en una sala previa, se reúnen los autorretratos que la autora hizo entre 1908 y 1914, pero que mantuvo en privado y solo expuso al final de su carrera. También se incluyen las fotografías que le tomó Kandinsky en los varios viajes que hicieron juntos durante su relación de 12 años. Si bien Münter huyó de su sombra y su obra adquirió valor por sí sola, creía que le había dejado un estigma. Escribió en 1926 en su diario: “Para los ojos de muchos, yo solo fui un innecesario complemento a Kandinsky. Se olvida con demasiada facilidad que una mujer puede ser una artista creativa por sí misma con un talento real y original”.
Fotografías, paisajes y bodegones
La primera sección de la exposición, Comienzos en blanco y negro, resalta la pasión que tuvo la artista por la fotografía. En 1899 le regalaron una de las nuevas cámaras portátiles de Kodak, con la que se dispuso a recorrer Texas, Misuri y Arkansas en Estados Unidos, donde tenía familia. “La fotografía se convirtió en su maestra, le enseñó a mirar. La influyó notablemente en su manera de componer las escenas que se repitieron en su pintura”, apunta Ruiz del Árbol. En muchas de las instantáneas, Münter incluye su sombra de forma intencional para ser parte de la obra de manera sutil. Un impulso que también trasladó a los lienzos cuando se retrató de espaldas en cuadros con diferentes escenarios, como Paseo en barca (1910) o Desayuno con los pájaros (1934).
Los 10 capítulos de la exposición están atravesados por las temáticas que la artista nunca dejó: paisajes, naturalezas muertas, interiores y retratos. “Lo que plasma en su obra es su entorno inmediato”, explica Ruiz del Árbol. En el caso de las vistas naturales y urbanas, la comisaria destaca que mucho tuvo que ver su visita en 1908 al idílico pueblo de Murnau, ubicado en los Alpes de Baviera. Hay un antes y después de este encuentro con la naturaleza feroz: pasó de una pincelada corta y empastada, como en Aloe (1905), a otra más intensa, fluida y de formas simplificadas, visible en Alameda ante una montaña (1909). Al igual que sus compañeros expresionistas, buscaba la “esencia” y prescindir de lo anecdótico.
Sus bodegones o naturalezas muertas tampoco son cuadros de género al uso. Hace dialogar a los objetos con su entorno, ya sea con espejos —Naturaleza muerta con espejo (1913)— o con paisajes: Naturaleza muerta delante de la casa amarilla (1953). Pero, por lo que realmente Münter trascendió fue por sus retratos, con una evidente predilección por niños y mujeres. Tenía tanta habilidad con ellos que sobrevivió haciéndolos a pedido durante su exilio en Suecia (1915-1920), donde fue recibida “como una relevante representante de la vanguardia internacional”, como resalta una de las cartelas de la exhibición. La alemana le daba forma y volumen a los rostros con el color.
“Reveló su destreza para combinar la reducción de los elementos con la fidelidad al parecido físico de la persona retratada”, destaca la comisaria. En fondos neutros y con una línea negra que bordea los cuerpos de sus modelos, refleja el orgullo (Retrato de Marianne von Werefkin, 1909), el paso del tiempo en el cuerpo (Mujer de Murnau, 1909) y la confusión (Escuchado, retrato de Jawlensky, 1909). Para Münter el retrato era el género más difícil y audaz, pero con el que más se relacionó, como escribió en su diario: “Otros niños dibujaban historias; yo siquiera intentaba representar acontecimientos o acciones. Lo único que me cautivaba de la persona era su apariencia inmutable, la forma característica en la que expresa su esencia”.
Plasmar la esencia, las emociones crudas y los estados profundamente internos eran los objetivos que persiguieron los expresionistas. Sus creadores lo impulsaron desde el este a través del grupo El Puente, fundado en 1905 en Dresde, y desde el sur, en Múnich, con El Jinete Azul, creado en 1911 después de una disputa con la Asociación de Artistas de Múnich. De El Jinete Azul, la exposición rescata una foto grupal con todos sus integrantes; de igual a igual, con los brazos cruzados, mira seria una Gabriele Münter.
Para acompañar esta exposición, el museo ha publicado junto a la editorial Astiberri, el cómic de Mayte Alvarado Gabriele Münter. Las tierras azules, donde se evidencia el poder que tuvo el paisaje en ella.
1