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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El hotel de Banksy o las cerámicas de Raúl, el arte que resiste en Palestina frente a la violencia

Belén, domingo. Frente a la zona más visitada del muro que alcanza los ocho metros de alto, tiene 700 kilómetros de largo y separa Cisjordania entre sí, y de las zonas donde viven judíos, Mohamed, que viste de marca, se detiene frente a la imagen de un campo de olivos dibujada en el muro.

No está solo, sino junto a una familia que habla árabe e inglés. El joven, después, se presenta con ojos llenos de brillo: “Soy estadounidense y palestino. Mis abuelos viven aquí y yo nací en California. ¡Esto es impresionante!”. El hombre (22 años) observa las pinturas hechas por Banksy, el anónimo artista urbano británico que estos días ha sembrado Londres de animales 'escapados' del zoo, que cada día atrae a decenas de visitantes hasta aquí.

Sobre el muro puede verse la imagen de una niña que salta sobre alambre de espinos, dos querubines que intentan abrir el cemento en la parte más alta, el rostro de una mujer bella que mide ocho metros; reproducciones de aviones en formación antes de un bombardeo, hay inscripciones (Make humus not walls). También, frente al muro, hay una gasolinera en torno a la cual llaman la atención el retrato de la periodista palestina Shireen Abu Aqleh, de 51 años, asesinada en Gaza, una tienda en la que se venden souvenirs o camisetas con las obras de Banksy.

Además, sobre los bloques (denominados New Jersey) de hormigón previamente usados por el ejército israelí y sobre las paredes de otros edificios por toda la manzana, aquí y allá, hay más impactos en imágenes: un corazón con tiritas, la paloma blanca de la paz con chaleco antibalas, una niña sentada. Cada imagen es aparentemente naif, pero no. Cada obra de arte urbano señala un objeto del asedio, un punto de tragedia, un motivo de reflexión. Y una forma para enfrentar lo inenarrable: niños que transforman el alambre de espino, que sueñan, que abren muros. Entre la ciudad de Belén (aquí, Betlehem) y el muro, como el corazón de una tela de araña, está The Walled Off Hotel; que es hotel, es obra de arte y es punto de exposición para artistas palestinos.

Más conocido como el hotel con las peores vistas del mundo, fue creado en 2017 después de que Banksy, el famoso artista anónimo, visitara Belén y decidiera dejar su arte callejero sobre los muros y sobrecoger con su mensaje a la gente de la calle; obligar a la reflexión y a la acción. Fue con este hotel, situado junto al check point de control israelí, junto a la carretera que va directa a Jerusalén y junto a la tumba de la matriarca Raquel ―sagrada para religiosos musulmanes y judíos― con lo que el anónimo artista compuso su obra más efectiva y su regalo: por fuera podría confundirse con un hogar palestino acosado por el muro; por dentro produce la experiencia que no se olvida.

Las ventanas de las habitaciones dan directas al cemento como la de tantas casas palestinas, pero contrastan con la decoración colonial británica que recuerda a otros hoteles coloniales de la zona, pero en este hay un museo y una sala de exposiciones que, ahí sí, están las obras del arte palestino. El salón de inspiración británica colonial está adornado con pinturas que representan situaciones tan comunes de la ocupación israelí como inimaginables para quien no lo conoce. Por ejemplo: un buldócer derriba una casa, y una madre, vestida a la manera tradicional palestina, huye despavorida con su bebé sobre su regazo. Hay un piano que reproduce piezas tocadas para el lugar por músicos famosos, hay un dibujo de dos niños que abren el muro con un martillo rojo. Abajo, las obras palestinas como Yabous, del palestino Tariq Salsa, que representa a Palestina con un rostro viejo sobre madera de olivo.

No obstante, y pese a que el dinero que se ha sacado del hotel “sirve para ayudar a causas palestinas” explica uno de los trabajadores que en la mañana de julio en el que se realiza la visita está sentado a su puerta, “el edificio no es del artista, y está alquilado”. El hotel fue acusado de usar en beneficio propio el drama palestino, que casi alcanza ya los 40.000 muertos este año en Gaza, unos 10.000 desaparecidos bajo los escombros y más de 90.000 heridos palestinos; además de los asesinados y secuestrados israelíes por parte de Hamás. Y que a lo largo de los meses se traduce en constantes bombardeos sobre Gaza, cuya gente, encerrada tras las fronteras bloqueadas de Egipto e Israel, comienza a morir también de hambre y sed.

Sin embargo, este hotel y las obras de arte que lo rodean son eslabones de algo mucho más sólido y permanente a lo que hoy, a la puerta del hotel Banksy, pone voz Fadi Kofaly, un hombre de 25 años que ha crecido en Belén con el muro siempre cerca, y también con una idea muy clara sobre el poder del arte: “Mi gran sueño es contar las historias de aquí. En Palestina estamos llenos de historias y las historias no tienen límites. No hay muros para ellas”, dice.

Mi gran sueño es contar las historias de aquí. En Palestina estamos llenos de historias y las historias no tienen límites. No hay muros para ellas

“Belén es una cárcel, pero de cinco estrellas comparada con otros lugares en Palestina. Aquí yo vivo bastante bien”, añade sentado a la puerta del hotel The Walled Off, donde trabaja, pero que está cerrado a cal y canto desde octubre. Vestido de negro rotundo con pantalón y camiseta en solidaridad con los muertos y, según dice porque le gusta ir así, Fadi estudia en la universidad, y para él el arte es expresión y es resistencia; su forma de hacer sumud.

En Palestina el arte es también sumud, pero también sobrevivir lo es. Sumud es un término propio que significa, según Wikipedia, “el valor cultural que nace como estrategia política del pueblo palestino” y que surge tras la guerra de los seis días de 1967, cuando se organizan ante la ocupación israelí. Se dicen que son “firmes” aquellos que “exhiben sumud”. O, en otras palabras, el sumud es lo que hace que “a pesar del Gran Hermano que es Israel, todos sueñan con un mañana mejor”, según explicaba el escritor y periodista estadounidense-marroquí Jordan Erglably en un reportaje publicado en The Markaz Rewiu. “Los gazatíes sobreviven gracias al sumud”, añadía. El sumud hace que muchos palestinos, nacidos, crecidos y formados en las mejores universidades en Europa o Norteamérica o Israel o cualquier lugar del mundo regresen para luchar o trabajar por Palestina.

Sumud es amor, resistencia sin armas, explica Abdul (nombre falso por seguridad). Es norteamericano de pasaporte, hijo de palestinos que emigraron en Intifada, trabaja en una organización humanitaria para la que interpreta el contexto del conflicto y se enfrenta a los colonos judíos que ocupan tierras palestinas o a los soldados si es necesario. Abdul tiene 25 años, vive con su abuela palestina en Jerusalén Este, y hoy, como muchos días, acude a la Universidad Hebrea junto a su amigo Josep (nombre falso) que es artista del diseño e informático, para ver la puesta de sol desde el lugar más alto de Jerusalén.

Pero antes de llegar a la azotea deja a un lado el ascensor que comunica el parking con los departamentos, camina junto a las paredes donde están expuestos los retratos de los secuestrados israelíes que Hamás mantiene en paradero desconocido, camina a través de los pasillos cubiertos de banderas israelíes y sale a la terraza donde hay un grupo de mujeres con la kefía, el pañuelo musulmán, que también observan el atardecer. De fondo, suena un pequeño recital musical en hebreo que celebra una ceremonia de graduación.

La ropa negra es una expresión de duelo, y moda

Para Josep, su amigo íntimo, que se mueve con confianza en la universidad donde estudió y a la que acude muy a menudo, la moda y el diseño también son formas de hacer arte y expresarse; de ser palestino. No es el único, de hecho, más allá del pañuelo palestino que todo el mundo conoce ―y que ahora resulta difícil ver en las calles―, en Palestina la ropa es una expresión artística comunitaria y una forma de resistencia pasiva. Por ejemplo: la ropa negra con vaqueros y camisetas que usan la mayoría de los adolescentes y jóvenes palestinos es una manifestación silenciosa y pacífica. También a veces la ropa es rotundamente blanca. De hecho, la mayor parte de los adolescentes y jóvenes palestinos visten de negro, también llevan el mismo corte de pelo y la exacta misma barba para mostrar su unidad y expresarse como si fueran uno. “Es una expresión de duelo, y moda”, dice Josep.

Ya en la azotea más alta de Jerusalén, situada sobre el Monte Sion, cuando los últimos rayos de sol iluminan el domo dorado, Abdul pone palabras a la emoción: “El trabajo que hacemos es proteger la tierra y a la gente. Somos guardianes de la tierra y de la gente, es la tierra de nuestros antepasados”, dice Abdul. “El sumud es amor, lucha sin armas”.

El arte, la cultura y también la artesanía crea puentes a ambos lados: convivencia. En el interior de la zona musulmana de la Ciudad Vieja, Raúl (nombre falso), de 55 años, artesano, ha pasado parte de su vida modelando platos, vasos, tazas y, en los últimos meses, intentando quemarlas con su horno. Ahora Raúl camina por la Ciudad Vieja árabe y visita a un anciano palestino conocido, que es anticuario. Raúl es chileno-israelí y artesano, llegó a Israel porque se enfrentó al régimen de Pinochet en las calles de Santiago de Chile cuando era menor y su padre, que temió por la vida de su hijo, creyó que en Israel se gestaba una sociedad alternativa en la que podría hacer realidad sus ideales sociales, y decidió venir aquí con toda la familia. Los padres de Raúl enfermaron después. Raúl los cuidó. Primero a su madre y después, a su padre. Tuvo un hijo, y también lo cuidó. Para Raúl vivir en Jerusalén y en Israel fue convivir.

Al llegar a la tienda palestina, cuando el anciano palestino le muestra unas monedas antiguas, ofrece té y le invita a sentarse, ambos mantienen una conversación sobre lo que está ocurriendo y sobre la guerra en sí. Dice el anciano: “Tenemos un paraíso, una tierra bellísima. ¿Por qué no podemos vivir en paz?”. “Creo lo mismo que tú, pensamos lo mismo”, responde el artesano israelí.

Al salir, ya en la puerta de Damasco, Raúl confiesa: “Mi padre murió. Yo estoy huérfano. Me abriría de aquí. Pero mi hijo ha decidido ir al ejército y no puedo o no se hacer nada para impedirlo. ¿Cómo ha podido pasar esto?”.

Comienza a caer la tarde y Raúl se apoya en la pared. Cerca, los soldados israelíes armados vigilan. Al mismo tiempo, sentados sobre los escalones de la Puerta de Damasco, un grupo de jóvenes palestinos practican sumud: visten de negro rotundo, llevan idéntico corte de pelo y lucen una barba exactamente igual. Pese a las noticias nefastas de Gaza, ellos comen pipas, sonríen ufanos; esperan.