Inéditos es una de las citas anuales con lo emergente, término que está sustituyendo al de joven. Aunque sea incluso un poco más ambiguo o precisamente por eso. En esta ocasión no se trata tanto de nuevos artistas (españoles) como de nuevas comisarias, porque las tres son mujeres. En las 16 ediciones de Inéditos nunca ha habido tres hombres y ninguna mujer y aunque no se trata de exigir discriminación positiva para hombres, que sería un puro sarcasmo viniendo de donde venimos y estando donde estamos en cuestiones de género, como repetía el samurái Miyamoto Mushashi en El libro de cinco anillos: “Es conveniente reflexionar detenidamente sobre esto”.
La primera de las propuestas, de Bárbara Cueto, lleva un título que no puede sino hacer sonreír y al tiempo tiene gran calado: I would prefer not to (Preferiría no hacerlo) que está tomado de Bartleby, el escribiente (Una historia de Wall Street) escrita en 1853 por Herman Melville. La relectura que hace Cueto de esa narración tiene que ver con la precarización y sus consecuencias laborales y sociales. En esas condiciones, el no-hacer de Bartleby adquiriría otro significado.
Según Cueto, “su finalidad principal es alcanzar una forma de reciprocidad entre sujetos liberados del contrato social impuesto por las formas de poder establecidas”. En cierta forma la comisaria podría haber elegido casi cualquier obra de casi cualquier artista, porque el 99% se encuentra sumido en el precariado, aunque es dudoso que cualquiera de ellos pueda liberarse de un contrato social inexistente.
La comisaria no se conforma y ha elegido obras que tratan el tema de forma directa. En Belong Anywhere, Meat Floating, Job Position, Pepo Salazar dispone dos maniquíes sentados en sendas sillas de oficina, con aspecto derrengado, sin facciones y vestidos con una camiseta del Barcelona y del Real Madrid respectivamente.
Además, unos altavoces repiten un beat machacón y un texto que, por desgracia no resulta muy inteligible, aunque puede leerse en una cartela en la pared. El trabajo de Salazar es muy potente precisamente porque asume las dudas y ambigüedades que genera cualquier planteamiento y las transforma en una herramienta política que nunca puede ser unívoca. A partir de estos dos seres anónimos hechos polvo es posible contemplar la obra como abierta a interpretaciones diversas cuyo denominador común parece claro: la explotación no solo pasa por el lugar de trabajo, que en el precariado suele ser su propio hogar, sino por el branding interiorizado de la misma explotación. Los maniquíes llevan camisetas de equipos de fútbol, podrían haberlas llevado de Microsoft y Apple o de McDonalds y Starbucks.
El trabajo de Pilvi Takala se llama, también en inglés sin traducir, The Trainee. Es una obra que ya se ha visto porque tiene sus años (2008) y en ella Takala narra, en vídeo y mediante algún objeto, su experiencia como becaria en la delegación finlandesa de la multinacional Deloitte, especializada en marketing, estudios de mercado, auditorias... En un momento dado Takala se pasa todo el día en el ascensor, se sienta ante la mesa durante horas sin hacer nada... Una disrupción no prevista de las normas que sus compañeros llevan fatal, en gran medida por incomprensible. Por supuesto que la empresa acabará reaccionando, incluso drásticamente. Pero se ha mostrado una táctica que funciona a nivel individual durante un tiempo restringido. ¿Qué sucedería si no se tratara de un solo individuo?
Lo de Liz Magic Laser se llama The Tough Leader (El lider Duro), el vídeo de un chavalín dirigiéndose a una audiencia como un ejecutivo tratando de unir lo motivacional con lo amenazador. Nada desconocido y muy real.
Mercedes Azpilicueta presenta Sports et divertissements (La traducción sería Deportes y diversiones). La obra se basa en una del músico Eric Satie y en su presentación actual son las siluetas de personajes en posturas forzadas y difíciles de mantener que sirven como“instrucciones para la performance”.
Two years at the Sea de Ben Rivers es un obrón. Y no solo porque el vídeo dure 88 minutos y tardara casi dos años en realizarse. Se trata de un reportaje sobre un hombre que vive al margen de la sociedad, aunque no totalmente desconectado, parece disponer de electricidad. El vídeo está grabado en tonos grises oscuros y el personaje no hace gran cosa excepto leer, flotar en un lago, preparar té o café, poner un disco... Lo que no parece es que tenga mayor interés en limpiar su casa ni lo que podría ser un jardín. En cualquier caso, resulta fascinante. Tras unos minutos ya no se espera que el hombre haga algo significativo. Simplemente se le ve estar. El resumen de esta sala es que el tema está muy bien traído y bastante bien llevado. Nos afecta a todos, directa o indirectamente.
Realismo Especulativo
La propuesta curatorial de Beatriz Ortega Botas se explica en seis páginas de una densidad notable y se basa sobre todo en los escritos de Ray Brassier, uno de los padres del Realismo Especulativo, expresión que surgió de una mesa redonda que tuvo lugar en el Goldsmith College de Londres (de donde surgieron los Young British Artists de los 90) hace ahora diez años. La Caja Negra ha editado sendos libros de Graham Harman, otro participante en aquella mesa redonda con ese título de Realismo Especulativo y el Después de la finitud de Quentin Meillassoux y sobre los cuales hay en la Red sesudas y a veces muy críticas reflexiones como la de Ernesto Castro.
Decir que se trata un movimiento de cuatro personas (todas bien pasados los 40, no son unos jóvenes audaces) que han elaborado una teoría basada en filósofos como Badiou o Zizek y que posiblemente constituya una moda apasionante para filósofos del realismo metafísico. Aceptan también a Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), uno de los padres del idealismo alemán, cuyo pensamiento contiene un clasismo explícito, además de antisemitismo y una especie de socialismo nacionalista que sirvió de justificación teórica al nazismo. Lo raro es que haya hoy quien le reivindique en clave progre-guay, como el mencionado Zizek.
La concreción de este barullo filosófico es un arte abstracto que a primera y segunda vista parece puro formalismo. Unas veces atractivo y decorativo, como en Bettina Samson, y en general bastante inane. Bueno está que estas obras partan de plasmar ideas y no de expresar sentimientos. ¿Qué diferencia hay? Ninguna demasiado perceptible porque casi todo esto es arte objetual más o menos bien realizado. Lo cual puede ser una cualidad pero también supone un regreso al buen orden de un arte consumible. No por las masas populares, cuidado, sino por las élites económicas de siempre. Tiene ese punto de bonitismo de calidad que puede encontrarse en las buenas boutiques de la calle Serrano. Pero como diría el grupo anarquista inglés Chumbawamba:“Nada es completamente inútil, siempre puede servir de mal ejemplo”.
Los espacios de excepción
La tercera sala es Escenografías de poder: del estado de excepción a los espacios de excepción, comisariada por Maite Borjabad López-Pastor. El nombre lo dice casi todo y parte de las ideas del filósofo Giorgio Agamben. Resulta significativo que en estos Inéditos 2017 y también en los anteriores casi siempre salen a colación alguna idea filosófica previa sobre la que basar por completo una exposición, algo tal vez lógico en comisarias/os que aún no han encontrado su propia voz.
No era el caso de Cueto, que parte de un escritor y una frase que hoy son populares. Pero a diferencia de los realistas especulativos, lo de Agamben no es tan especulativo, sino bastante concreto y a la vez terrible. De él parte la idea de Espacio de excepción y aunque no se mencione aquí, de la nuda vida, la persona despojada a su pesar de los atributos que la hacen humana, tal y como describía en Homo Sacer (1995).
En esta sala se muestran bastantes obras, casi todas ellas relacionadas con esos espacios de excepción en los cuales las leyes son suspendidas por los mismos que crearon las leyes. Registros en aeropuertos; el trayecto de un paquete dirigido a Julian Assange en su destierro en la embajada londinense de Ecuador; juicios en el tribunal de Derechos Humanos de La Haya, el ya casi famoso Autonomy Cube de Trevor Paglen que ya se vio en el Reina Sofía hace unos años y permite conectarse a una Wi-Fi que permite navegar de forma anónima a través del complejo Tor; incautaciones de objetos de contrabando... Quizá un poco demasiada acumulación. No resulta muy optimista, más bien al contrario, pero lo primero para superar este tipo de situaciones es comprender que responden a un mismo patrón, por muy alejadas que este social y geográficamente.
En resumen: dos exposiciones interesantes y efectivas (una más que otra) y otra que puede ponerse muy en cuestión, desde sus bases teóricas hasta su concreción estética. No está mal, podría haber sido mejor.