Joana Biarnés, la fotógrafa favorita de Dalí que fue única entre todos

“Ahora empiezo a creerme que he debido hacer algo que ha merecido la pena”, decía Joana Biarnés (Tarrassa, 1935) en abril de hace dos años. Ella tenía 81 y no paraba de recibir llamadas y visitas a su casita de campo en las afueras de Barcelona desde que se había estrenado el documental Una entre todos. La cinta hacía las veces de lección de historia y de homenaje tardío a la primera fotoperiodista española, aunque pocos conocían ese dato hasta entonces.

Ella respondía con infinita paciencia, amabilidad y dulzura a las mismas preguntas, posiblemente, de los periodistas que recalamos en su figura por casualidad. Abrió las puertas de su hogar y de su memoria privilegiada a desconocidos que se interesaban de pronto por un oficio que había abandonado hacía 30 años. Estaba algo abrumada por el interés repentino, pero eso solo se traducía en una amabilidad pedagógica con el que estaba al otro lado de la línea.

Y menos mal que brindó una última oportunidad a la desagradecida memoria de este país. Este jueves, Biarnés ha fallecido de un infarto a los 83 años en esa misma casa de peregrinación, pero con los recuerdos de su fascinante historia aún vívidos.

“Toda mi trayectoria estuvo marcada por el ”¿y esta qué hace aquí?“. Pero ahí estaba desde que en el año 1965 se coló en el avión privado de los Beatles y más tarde en su suite del Hotel Avenida Palace de Barcelona. No andaba tras una gran historia ni un artículo en el que describir las extrañas manías del cuarteto más famoso del pop. Ella solo necesitaba una fotografía.

Sus compañeros de profesión rabiaron ante la exclusiva y le culparon de coquetear con los de Liverpool para acceder a su habitación disfrazada de groupie. Además, los diarios descartaron su reportaje gráfico por hacer alarde del impúdico estilo de vida hippie y atentar contra la integridad del régimen. Cinco décadas después, ese carrete tiene tanto trote como sus protagonistas y los marchantes se rifan la copia original. 

Una de esas fotografías encabezaba el cartel de Una entre todos (2016). Al otro lado del teléfono, nos atendió la que compartió metros cuadrados con ídolos de masas, la que fue la fotógrafa preferida de Dalí y quien recibió un beso de Clint Eastwood en la alfombra roja de los Oscar. Todas esas medallas cuelgan de Juanita, como la conocían en el gremio, pero en aquella conversación Biarnés se antojaba como una narradora omnisciente de sus propios recuerdos. 

“Es una pena que no podamos hacer la entrevista en persona, te sacaría todas las cajas de fotografías”, decía mientras apretaba las tuercas de su memoria. Pero no hacía falta, porque no había lagunas en su largo rosario de fechas y lugares.

“Ahora entiendo cuando Raphael me hablaba de sus semanas de promoción”. En su tono no había reprobación, sino gratitud hacia aquel segundo descubrimiento que también le sirvió para reconciliarse con sus inseguridades. “Yo nunca creí en mi trabajo”, confesaba.

En su voz anciana reconocíamos a la Juanita de veinte años que respiró el amor por una cámara réflex en el estudio de su padre. “Cuando vio mis primeras fotos, se le vino a la cabeza el hijo no tuvo y que siempre quiso para trabajar con él”, evocaba. En las imágenes intangibles de Biarnés no había John Lennon, Orson Welles o Juan de Borbón que pudiesen hacer sombra a la figura de su maestro y progenitor.

“Me flagelaron bien”

“Para poderme incorporar a esta profesión tuve que sufrir unos cuantos latigazos. Me flagelaron bien. Pero yo quería que mi padre se sintiese orgulloso y plantarles cara a todos”, y poco a poco empezó a salir la Joana rebelde.

La catalana recordaba dos golpes especialmente duros. El primero fue cuando un árbitro paró un partido de fútbol para instarla a abandonar el campo. “Me llamaron guarra, las gradas me rodearon mientras chillaban y pitaban”. El segundo mal trago lo situaba en el matadero de Barcelona, donde le obligaron a hacer un reportaje en profundidad de la carnicería: “Sabían que odiaba la sangre y que no soportaba las corridas de toros, pero me pusieron a prueba. También fue la primera vez que me dijeron que iba a ser una gran reportera”.

En su salto a la capital, el objetivo de Joana sirvió a las órdenes del diario Pueblo, donde demostró su valía para colocarse entre otros nombres sonados como Jesús Hermida o Arturo Pérez Reverte. Como buena fotógrafa de los años 60, se llevó varios golpes psicológicos en relación a su feminidad y otros tantos físicos por la época que le tocó cubrir. Recordaba cuando los grises se ponían especialmente agresivos al verla aparecer por las Cortes. También cuando le recomendaban que se “tiñese más de rubia para conseguir mejores exclusivas”. 

Entre críticas y desprecios, Joana hablaba de sus cómplices femeninas, como la fantástica retratista Colita: “El apoyo de las mujeres sí lo tuve. Hacerme con el de los hombres me llevó un poquito más de tiempo”. Mientras la sociedad avanzaba y se despojaba con timidez del lastre retrógrado, Biarnés conquistaba a personalidades de alta cuna y a celebridades del star system patrio e internacional.

Pero estos reconocimientos no mermaron su compromiso social. Y cuando la crónica de actualidad y el periodismo a pie de calle no servía de reclamo, le forzaron a virar hacia el escándalo y el morbo. “El director de una revista me enseñó unas fotos de Lola Flores y sus hijas vestidas de Reyes Magos como ejemplo de lo que vendía”, recordaba apenada. Ante el peligro de la fiebre paparazzi, decidió abandonar y abrir un pequeño restaurante con su marido en Ibiza. Y el resto es historia, sobre todo sus fotografías.

Las cuatro favoritas de Biarnés

Joana se definía como una fotógrafa de exteriores. Le gustaba catalizar las emociones de una persona o de un evento a través de los alrededores y del atrezzo natural. Sin embargo, algunas de las fotografías más míticas que ocupan su álbum personal son de estudio y de personajes mediáticos. Hace dos años, la fotógrafa nos describía con anécdotas irreverentes esas imágenes monocolor que hoy y siempre formarán parte de la memoria colectiva. 

Tres horas con los Beatles

“En el 65 venían triunfadores, pero eran unos chavales muy sencillos y muy frescos. Fue un encuentro ideal. Ringo Starr me abrió la puerta del hotel porque me reconoció del avión y se debió creer que era una fan loca.

Paul McCartney y Harrison me empezaron a preguntar sobre la gastronomía de Catalunya, el pan con jamón y la butifarra. Casi el más desinteresado era John Lennon. Estuve tres horas con ellos mientras mis compañeros fotógrafos esperaban en las escaleras. Conseguí la foto desde el baño del jet privado, aún no sé cómo no me echaron los guardaespaldas.

Después, los periódicos me dijeron que no podíamos promocionar a esos melenudos que fumaban porros y perturbaban a la juventud. Con todo lo que me arriesgué, imagínate mi cara cuando no me compraron una exclusiva mundial. Que todavía hoy es mundial“.

La lotería de Salvador Dalí

“Era un hombre que creaba noticia con tan solo levantar una mano. Había que estar. Yo tuve la fortuna de caerle muy bien y siempre me llevaba con él cuando necesitaba hacerle un reportaje. Además le gustaban mucho las mujeres, lo que era un añadido.

Mi gran anécdota con Dalí fue en 1964, cuando mi periódico me envió para que adivinara el número de la lotería nacional. Escribió el sesenta y cuatro mil algo y puso su firma...¡la verdadera! Cuando llegué, el redactor jefe me dijo que solo había hasta 55.000 números. Volví y le dije: “maestro, me has metido en un lío”. 

Le hice una secuencia de fotos mientras me dibujaba el nuevo número. Lo apasionante es que durante el proceso creativo era un hombre normal, con gafas y actitud concentrada. Pero en la última foto, cuando me enseñó el resultado, se convirtió en Dalí el personaje. Con esos ojos abiertos y el gesto extravagante“.

De toros con Orson Welles

“A Orson le conocí en las corridas de Sevilla. Le recuerdo entrando por un callejón como un toro, era muy imponente. Todos los medios le querían retratar, pero a mí ya me conocía y podríamos decir que colaboraba. Posaba o se ponía el puro en la boca”.

El decoro de Carmen Sevilla

“La cámara se enamoraba de Carmen. Era un regalo, entre la sonrisa y la transparencia de sus ojos. En cuanto miraba al objetivo se me disparaba el dedo como loco. Tenía esa frescura. En este caso, la historia estaría en el corpiño que llevaba. Como ella era muy casta y esta prenda femenina era demasiado íntima, me decía siempre: ”cuidado que no me salgan mucho las tetas“.

Esta foto la hizo relajada porque estaba delante de una mujer. No creo que a un hombre le hubiese salido tan natural. Esa era mi ventaja respecto a los compañeros. Aunque también me ocurría al contrario. Eso me pasaba con las estrellas de Hollywood y los actores guapos. Primero estaban tímidos, porque no estaban acostumbrados a fotógrafas, pero luego ya posaban de cine, como unos galanes“.