Dos niñas juegan en la Unión Soviética. Una lleva una muñeca abrazada en su mano izquierda. Mira a su amiga, que finge llamar por un teléfono de plástico. La escena es una foto antigua. Está coloreada y debió ilustrar los primeros días de la industria juguetera soviética, que no despegó hasta bien entrados los años cincuenta del siglo pasado, momento en el cual el comunismo ruso empezó a ocuparse más en serio de la infancia. Esta realidad es la que ahora se recuerdan su exposición en Berlín los coleccionistas Sebastian Köpcke y Volker Weinhold. En ella puede verse la imagen de las dos niñas.
Köpcke y Weinhold son los responsables de la muestra Zoo Moscú que acoge estos días el Collectors Room Berlin, un centro de exposiciones situado en el distrito de Mitte. La exposición surge de un trabajo de investigación histórica centrado en el mundo de los juguetes soviéticos que representan, concretamente, animales. Tras numerosos viajes entre Berlín, San Petersburgo y Moscú, Köpcke y Weinhold han acumulado no menos de 400 juguetes rusos cuya fabricación es posterior a la Segunda Guerra Mundial. En Zoo Mockba hay expuestos unos 200 de ellos.
“En tiempos del Zar no había industria juguetera en Rusia. Quien podía pagar juguetes los hacía traer de Europa, ya fuera de Alemania o de Francia, por ejemplo. Quien no, no podía importarlos y se los hacía en casa. No había industria del juguete”, cuenta a eldiario.es Köpcke.
No es la primera que este artista, fotógrafo, comisario y coleccionista organiza una muestra sobre la temática de los juguetes antiguos, pero sí es la primera de gran tamaño fuera de suelo ruso. “Solo ahora empieza a haber un interés por ellos en la propia Rusia”, abunda Köpcke.
Los de Zoo Mockba son unos coloridos personajes de materiales sintéticos. Plástico, goma y celuloide eran los más utilizados en la industria soviética del juguete. “Estos materiales no son exclusivos, no están hechos para la élite. Permitieron que los juguetes se pudieran poner al alcance de las masas”, expone Köpcke. Dispuestos sobriamente en vitrinas o fotografiados en imágenes de gran formato, esos juguetes son los protagonistas de la muestra. Llama poderosamente la atención de los visitantes por sus formas, a menudo alejadas del realismo socialista, corriente abrazada por el comunismo durante décadas en numerosos ámbitos de la creación artística.
“Tras la Segunda Guerra Mundial, el universo infantil comenzó a ganar en importancia en la industria soviética. Los artistas que trabajaron en ella no tenían juicios a priori, ya que no estaban influenciados por una corriente de producción previa porque no existía. Por eso encontraron una especial libertad”, comenta Köpcke.
Solo así se entienden, por ejemplo, las formas que elegía en los años setenta Lew Smorgon para diseñar sus jirafas. Las suyas son unas figuras estilizadas con bordes redondeados. Parecerían hechas con globos inflados. Lo mismo ocurre con su cervatillo de color amarillo. La rana de Natalia Tyrkowa (1928-2015), de ojos saltones, pequeño cuerpo y larguísimas patas, es otro buen ejemplo del vanguardismo que se presenta en la colección.
Smorgon es de los pocos artistas que aún quedan con vida de la primera generación de creadores de juguetes soviéticos. Dejó el diseño de juguetes en 1973 y ahora “es el decano de la escena artística de San Petersburgo”, señalan Köpcke y Weinhold en la exposición, la cual también rinde un particular homenaje a creadores como Smorgon o Tyrkowa.
Creadores con nombre propio en la historia del arte
“Estos artistas forman parte de la misma generación. Todos tienen unas biografías similares. Sobrevivieron a la guerra siendo niños o adolescentes. En 1945 o poco después comenzaron sus estudios de arte. En los años 50 terminaron sus estudios y, a mediados de esa década, se dirigieron a la industria”, explica Köpcke. “Allí se ganaban bien la vida. Tenían un trabajo. Además, en ese trabajo podían hacer lo que querían. En tiempos del estalinismo, haciendo juguetes, fueron libres”, abunda.
Algunos de ellos, como Tyrkowa o Galina Sokolowa –quien todavía vive–, trabajaron en lugares míticos de la industria soviética. Estas dos creadoras de juguetes formaron parte de la plantilla de la mayor industria de plástico de Europa que se mantuvo en actividad en San Petersburgo entre mediados de los años cincuenta y los años ochenta. De allí salieron no pocos de los objetos expuestos estos días en Berlín.
Köpcke y Weinhold no solo han gastado “varios miles de euros”, según sus cuentas, en reunir esos animales, también han indagado en la identidad y las obras de los creadores que están detrás de estos juguetes de formas vanguardistas. De Tyrkowa, por ejemplo, se muestran dibujos hechos a mano de animales que hizo en su día y que luego inspirarían su trabajo en la industria juguetera soviética.
De Lew Razumowsky (1926-2006), judío que luchó con el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial hasta ser gravemente herido en suelo finlandés, Köpcke y Weinhold aclaran cómo hizo carrera junto a Smorgon y compañía pese a haber perdido el brazo izquierdo en el frente. Otra de las figuras que encuentra protagonismo en el particular zoo plástico es la checa Libuse Niklova (1934-1981), a quien el MoMa de Nueva York dedicó una exposición en 2011. Sus animales con cuerpo de acordeón son míticos en el mundo del juguete.
En 1971, diez años antes de morir, Niklova decía aquello de que “el futuro pertenece al plástico”, en vista de que los materiales naturales parecía se iban a convertir en un “lujo”. El tiempo puede haberle dado la razón. En cualquier caso, a Niklova no le dio tiempo a vivir la urgente y necesaria batalla contra la contaminación que genera, especialmente en los mares, el plástico, ese material que tanto celebraron artistas como ella en la industria soviética del juguete.