Hace unos años, el polifacético artista Carlos Areces comenzó una colección que podría calificarse de peculiar, aunque algunos preferirían tildarla de macabra. La película Los Otros de Alejandro Amenábar despertó su interés por la fotografía de difuntos y poco a poco fue recopilando retratos hasta alcanzar alrededor de 150 imágenes. La editorial Titilante publicará este conjunto en un volumen de gran formato y bilingüe español/inglés titulado Post Mortem. Collectio Carlos Areces. La tirada será limitada, tendrá una cubierta forrada en terciopelo negro y una banda bordada con la leyenda “In Memoriam” además de 12 láminas para enmarcar, entre otras filigranas. Una obra que se dirige a gente tan interesada en el tema como para querer colgar retratos de muertos desconocidos en las paredes de casa.
El tema es, como poco, llamativo. Virginia de la Cruz Lichet es la autora del texto que acompaña las fotos de Areces y que guía al lector por la historia de la fotografía post mortem. Considerada la mayor experta europea en fotografía de difuntos, se encontró con esta práctica por primera vez cuando estaba investigando acerca del fotógrafo gallego Virxilio Viéitez para su tesis doctoral hace unos 20 años.
“Trabajando con su archivo, descubrí un reportaje de difuntos que había hecho en los años 50. Empecé a preguntarme qué era eso porque no había nada publicado y era una cosa bastante oculta. Hice muchas preguntas y empecé a investigar si había otros fotógrafos gallegos –porque ese era el contexto geográfico de mi tesis– que hubiesen hecho lo mismo. Me di cuenta que había gran cantidad de material que no era fácil de encontrar pero que existía, así que decidí cambiar el tema de mi tesis a este. Además en Galicia hay una relación con la muerte muy especial, era una investigación muy atractiva”, dice a elDiario.es por teléfono.
Finalmente, se doctoró en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid en 2010 con su tesis Retratos fotográficos post mortem en Galicia. Siglos XIX y XX y actualmente es profesora titular en la Universidad de Lorraine. Explica que Fernando Martín, de Titilante, se puso en contacto con ella para que fuese la autora del libro. “La selección de las imágenes la hicieron los dos editores –Areces y Martín–y a mí me pidieron un texto que fuera divulgativo, accesible para todo tipo de público. Yo ya tenía el material de Carlos, por lo tanto en algún momento menciono alguna imagen de su colección para explicar alguna de las cosas que estoy contando”.
La costumbre de fotografiar a fallecidos comenzó en el siglo XIX y se extendió hasta bien entrado el siglo XX, aunque con los años fue disminuyendo. Formaba parte del ritual funerario y muchas de esas instantáneas eran las únicas que las familias tenían de dicha persona (en el pasado, las fotos eran caras y no eran habituales). Se tomaban para tener un recuerdo del difunto o para enseñar a un familiar que vivía lejos y que no había podido llegar al funeral, por ejemplo. En la colección de Areces, que incluye daguerrotipos y ferrotipos, aparecen niños rodeados de flores o con aspecto de estar durmiendo en un sofá, adultos en ataúdes rodeados de familiares o enmarcados como si aún estuviesen vivos. Las técnicas y los estilos se fueron modificando con el tiempo atendiendo a las preferencias del momento.
Han quedado fuera del libro algunas que presentaban dudas sobre si serían post mortem o no: “Tomar un daguerrotipo llevaba tanto tiempo que, en el caso de los niños, en ocasiones se esperaba a que estuvieran durmiendo”, comenta Areces. También aquellas que no se ceñían a la intimidad familiar como fotografías médicas o de soldados muertos en una contienda. “Entre las que más me impactan está la de los trillizos fallecidos a la vez, probablemente debido a una epidemia; la del niño rubio cuyos rizos se adjuntaban junto con la foto; la de la niña portada por cuatro compañeras; o el daguerrotipo del hombre trajeado, que tienen un dramatismo especial”, responde el actor, dibujante y cantante del dúo Ojete Calor.
Una costumbre mundial
Aunque la investigación de Virginia de la Cruz empezó en Galicia, según avanzaba fue llegando a muchas otras partes del mundo. “Es una práctica que se hizo en toda España, en Europa, en Asia, en Estados Unidos, en América Latina… en todos los sitios he encontrado fotografías con variantes, porque según las creencias pueden ser diferentes. Al final es una fotografía que forma parte del rito funerario y si ese rito es distinto porque la experiencia es diferente, cambia un poco la imagen. Pero el uso de la fotografía en ese contexto está presente en muchas culturas y muchos lugares distintos”, declara.
De hecho, la colección de Areces presenta imágenes de más de 15 países. Dice que no es un tipo de fotografía que se presente a aparecer en sitios inesperados, pero sí tiene una anécdota al respecto. “Me sorprendió descubrir un par de ellas (de la misma mujer) dentro de una caja con infinidad de papeles revueltos en una especie de trapero en Bilbao, una tienda bastante desordenada y llena de polvo. Cuando me dispuse a pagarlas, el dependiente se sorprendió de tener esas piezas entre sus artículos. Comenzó a proferir insultos contra la persona que se había atrevido a hacer semejantes retratos, que él consideraba ofensivos y de muy mal gusto”.
Para él, esta reacción tan visceral del vendedor es una muestra de “cómo ha cambiado la percepción de estos retratos con el paso del tiempo. Un escrito en el reverso de las imágenes dejaba claro que el fotógrafo había sido el propio hijo de la difunta, para mostrarle el velatorio a otro hermano que no había podido asistir. Aparte de esto, también tengo que señalar que un par de conocidos me han entregado fotos personales de su propio ajuar familiar”.
En la actualidad la práctica está casi extinguida, aunque hay excepciones. En 2017, Virginia de la Cruz inauguró en el Museo Etnográfico de Valencia la exposición temporal Imatges de mort. Representacions fotogràfiques de la mort ritualitzada. En ella se mostraron imágenes tomadas entre el siglo XIX y los años 60/70 del siglo XX, pero también había una de 2017. “Pertenece a Norma Grau, una psicóloga y fotógrafa que trabaja con el tema del luto relacionado con los recién nacidos. Para algunos padres de bebés que no sobreviven al parto o nacen muertos tener una foto de ese hijo es importante”, explica la investigadora. Grau es la impulsora del Proyecto Stillbirth, que presta ese servicio de fotografía a las personas que están pasando por el duelo perinatal o duelo en silencio (es un tema del que muchas veces no se habla).
El libro está actualmente en preventa. Se harán solo 1839 volúmenes –500 de los ejemplares están reservados para España– numerados y firmados por la autora Virginia de la Cruz y el coeditor y coleccionista Carlos Areces. Este último dice que “han sido tres años de trabajo intensivo, encuentros y desencuentros que por fin ven la luz. Para mí es importante catalogar y dejar legado de unos documentos únicos que no siempre son fáciles de encontrar (y en una edición lo más cuidada posible). Son retazos de historia fascinantes. Es sorprendente tener pruebas gráficas de los cambios de las costumbres y el sentir de los tiempos sobre un tema fundamental para nosotros, como es la propia finitud”.