Frida Khalo, alcohol y soledad: lo que hacía sufrir, pero no llorar, a Chavela Vargas
Es imposible no asociar las lágrimas a la figura de Chavela Vargas, ya sea por las que provocaba al hacer sonar su voz rasgada como por las tristes letras de sus canciones. Sin embargo, ella no era de llorar. No lo hizo ni al enterarse de la muerte de su gran amor, Frida Kahlo, en 1954. “No lloré nunca, al contrario. Dije, se fue adonde debería estar. A su dimensión maravillosa de artistas”, recordaría años después.
Puede que sea cierto o que escondiese la verdad tras sus sempiternas gafas de sol, pero de lo que no hay duda es de que ella sí fue llorada. Una exposición de la Casa de América en Madrid así lo demuestra con motivo del centenario de su nacimiento. Más de veinte artistas hispanoamericanos han cedido sus obras para conmemorar a una mujer que “no es solo un nombre propio, es un estilo y un legado”.
Llorando a Chavela es la primera parte plástica de un homenaje más amplio que ha propuesto el ilustrador mexicano Ulises Culebro, colaborador y curador de la muestra, a la Casa América. Él reunió a buena parte de los artistas y está involucrado en una web homenaje que lanzará la institución madrileña en las próximas semanas y en la que participan Almodóvar, Sabina, Lila Downs o Martirio.
“Sin ser la voz más potente de la música popular mexicana, porque tenía unas rivales imbatibles como Lola Beltrán o Lucha Villa, Chavela era una especie de radical libre”, explica Culebro a eldiario.es. También era un “ave migratoria”, sintiéndose de tantos sitios a la vez como de ninguno en especial. Tenía en su ADN algo de España y mucho de México, país al que emigró en los años treinta después de haber sido despechada en su Costa Rica natal.
Los primeros que repudiaron a María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano -nombre con el que fue bautizada el 17 de abril de 1919- fueron sus religiosos padres, que escondían sus ademanes masculinos de las visitas encerrándola como si fuese un bicho raro. Y un poco lo era. A los ocho años ya sentía la música con una tristeza que no se correspondía ni con su edad ni con los alegres juegos de muñecas de las otras niñas.
Su liberación llegó con la ruptura de sus progenitores, cuando se fue a vivir con 17 años a casa de sus tíos: “México me enseñó a ser lo que soy, pero no con besos, sino a patadas y a balazos. Me agarró y me dijo, te voy a hacer una mujer en tierra de hombres y te voy a enseñar a cantar”, cuenta ella misma en el documental Chavela.
Sin embargo, durante sus primeras actuaciones en el club más distinguido del país, Vargas llevaba faldas, tacones y la melena suelta, pero se sentía “travestida”. Hasta que, un día, se cortó la coleta y cambió radicalmente su vestuario, siendo la primera mujer que se subía a un escenario en pantalones y poncho.
Al México de mitad del siglo XX le divertía ver a la Chavela Vargas ruda y masculina sobre el escenario, pero no en la calle. “Si eras lesbiana, eras marginada”, contó ella. Pero aún así nunca se afanó por esconder su sexualidad. “Se convirtió en alguien que reivindicaba la figura de la mujer sin considerarse feminista, de hecho no le gustaba que se lo llamaran. Decía que la libertad no tiene género”, explica Ulises Culebro.
También desdeñaba las canciones de amor, “ella decía que cantaba sobre la pasión”, y esta última la vivió intensamente con muchas mujeres hasta el final de sus días. La más peculiar y conocida fue Frida Khalo. “Ella representaba la crème de la crème de la cultura mexicana en esa época y sus fiestas incluían a toda la farándula”, dice el ilustrador. En una de aquellas conoció a Chavela, que acompañaba a un amigo pintor en común.
Han corrido numerosos rumores y especulaciones sobre la relación entre la artista y la cantante, que convivieron durante una época en casa del muralista mexicano Diego Rivera. Se llegó a decir desde que mantenían un trío con el pintor hasta que su relación fue meramente platónica. Pero de lo que no cabe duda es de que ambas se profesaban una inmensa devoción. Chavela la expresó durante toda su vida tras la muerte de Khalo en 1954: “Me enseñó muchas cosas y aprendí mucho, y sin presumir de nada, agarré el cielo con las manos, con cada palabra, cada mañana”.
Más tarde, la pérdida de su compañero de fatigas José Alfredo la sumió en la más profunda soledad y tristeza. Vargas se refugiaba en el alcohol, pero su adicción le apartó del público y dejaron de contar con ella sobre los escenarios. “El alcoholismo es una dependencia del alma”, se sinceró en su documental.
A pesar de sus coqueteos extremos con el tequila, y de su periodo de ostracismo en la década de los 80, Chavela no dejó de cantar. “Pero fue después de un periplo muy duro y doloroso de alcoholismo cuando redefinió su forma de sintetizar la música mexicana popular como una especie de catalizador del dolor”, comenta Culebro.
“Ella es una vivencia de la parte sentimental más oscura de los países hispanohablantes. Todo el que haya tenido emociones, ha sido acompañado por la música de Chavela. Tanto si estás enamorado, como desenamorado, como viviendo esa pasión, yo creo que la interpretación de las letras de José Alfredo o de Agustín Lara encontraron en ella su portavoz natural”, explica el mexicano. Vargas lo decía, “yo canto como si estuviera sufriendo”.
Cuando le propusieron cantar con la Filarmónica de Londres, ella lo rechazó porque decía que entonaba desde el alma, no desde un pentagrama. “Esa reivindicación del individualismo es un buen retrato de una artista que vivía para sí unos sentimientos muy concretos y los expresaba como le parecía”, reconoce Culebro.
Su último concierto fue en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, en un homenaje a Federico García Lorca. “Como todas las celebridades, era una mujer arrebatada e imprevisible, pero ya de mayor fue una mujer templada”, recuerda el artista, que la conoció en la última parte de su vida durante uno de sus proyectos. Ambas Chavelas se pueden encontrar -y llorar- hasta el 13 de junio en la Casa América.