Henri Matisse (1869 - 1954) tuvo una histórica rivalidad creativa con Picasso, en la que se disputó quién era el más vanguardista. Mientras el malagueño concentraba sus esfuerzos en desafiar la perspectiva, el francés apostaba por la irrealista intensidad del color. Con esa base, fundó el fauvismo y pasó a la posteridad por sus vibrantes tonos y fuertes contrastes. Por ello resulta anormal que protagonice una exposición —Matisse metamorfosis, que se inaugura este miércoles 22 de octubre en la Fundación Canal de Madrid— dominada por piezas monocromáticas: negras y grises. Más insólito es que sea exclusiva de esculturas, su faceta menos expuesta y conocida, pero que el pionero modernista no abandonó a lo largo de toda su carrera.
Popy Venzal, una de las tres comisarias de la exposición, resume en tres las razones por las que las esculturas del nacido en el norte de Francia son poco conocidas: “Primero, tienen un tamaño pequeño, entre ocho y 30 centímetros. Luego, existen pocas esculturas [84 conservadas, de las cuales se exponen 33 en esta muestra] y, tercero, porque se consideraban como formas de estudio no acabadas”. Sin embargo, Matisse siempre quiso exponerlas, pero lo consiguió en escasas y poco rentables ocasiones: en 1921 en la galería 291 de Nueva York, en la Bienal de Venecia de 1928, o como parte de las retrospectivas que le dedicó el MoMA en 1931 y el Museo de Filadelfia en 1948. En España, el IVAM (Valencia) le dedicó una antológica con 60 piezas en 2003 y en muestras de Bilbao (2000) y Málaga (2019) se incluyeron algunas, pero es la primera vez que se muestran en conjunto en la capital.
El Matisse de tonos saturados y colores planos no está en la muestra de la Fundación Canal, pero sí sus características figuras estilizadas, el movimiento de los cuerpos y, sobre todo, sus obsesivos estudios sobre la representación de la anatomía humana. De hecho, la exhibición está organizada en las secciones de figuras agachadas, figuras tumbadas, figuras con los brazos levantados, retratos y una quinta, motivos y variaciones, sobre investigaciones plásticas hechas en dibujo. “Precisamente se consideraban estudios sus esculturas porque dejaba que se vea la matriz trabajada, modelada, y dejando la marca física de sus manos modelándolas”, describe Venzal.
Fijación en el cuerpo femenino
La fijación del artista por la fisionomía era principalmente por su vertiente femenina. Ello se traduce en que todas las piezas de la exposición, todas hechas con la técnica de fundición en bronce a la cera perdida, son modelados de mujeres —entre sus representadas están sus parejas, su hija o su ayudante—, a excepción de Pequeño torso acurrucado (1908). Otras veces, se inspiró en las fotografías de las revistas artísticas que, a principios del siglo XX, publicaban a modelos anónimas en poses con una carga erótica; a partir de ellas produjo Desnudo de pie, muy arqueado (1906). “Tenía que ver con una nueva feminidad de la época, que resaltaba lo enérgico”, apunta la comisaria sobre estas esculturas de perfiles angulosos, asemejadas a siluetas y con una carga de abstracción inspirada confesamente en Auguste Rodin.
Queda también evidenciada en la exposición su constante práctica de trasladar un motivo de un medio a otro, sobre todo de la escultura al dibujo. Por ejemplo, la figura que moldeó en Desnudo apoyado sobre las manos (1905) la incluye 30 años después en la obra gráfica Naturaleza muerta con ramo de anémona (1935), al igual que la espalda de Desnudo recostado con camisa (1906) está también en el carboncillo sobre papel Desnudo tumbado visto desde atrás (1944). Las variaciones y repeticiones del mismo tema no solo las realiza de un medio a otro, sino también en las mismas esculturas, apreciable en el conjunto de retratos que realiza.
De la academia a la abstracción
En la sección dedicada a los retratos resaltan la serie que hizo a su hija Marguerite, quien posaba para su padre desde que tenía seis años, y a sus modelos por varios años Jeannette y Henriette. De estas dos últimas hizo un conjunto de varias cabezas en distintas épocas. La primera pieza de la serie es la más realista y academicista, pero se va abstrayendo hasta convertirse en una sucesión de trozos simplificados. “No debemos verlas como una serie expresa de etapas provisionales o estados que preceden a una resolución final, sino como una obra completa que da lugar a alteraciones posteriores de la obra anterior, pero que existe de forma independiente”, recalca Venzal sobre esta característica muy propia de Rodin.
Los retratos más expresivos y expresionistas parecen máscaras africanas, lo que prueba la fascinación que tuvo Matisse con el arte precolonial (llamado primitivo en ese entonces), y que lo llevó a viajar a Tahití o Congo, entre otros lugares. El francés explicó en una conferencia en 1908 que el objetivo del retrato no era lograr precisión visual, sino más bien “revelar las cualidades esenciales que la imitación física no puede capturar”. Su primera pieza escultórica, Perfil de mujer (1894), es un retrato en bajo relieve de su pareja y madre de su primera hija (después tuvo otras dos con Amélie Matisse), Caroline Joblaud. Mientras que la última, también presente en la muestra, es Desnudo de pie (1950), apodada como El plátano de sombra por su semejanza con el árbol del fruto.
El tiempo entre ambas piezas demuestra cómo la escultura fue una práctica que el fauvista nunca abandonó. Es más, al final de su vida, entre 1947 y 1952, se dedicó exclusivamente a las esculturas que formarían parte de la Capilla del Rosario, de la que se le adjudicó además su construcción y diseño integral. Matisse no profesaba ninguna religión, pero el proyecto lo envolvió espiritualmente en un momento en que debió permanecer postrado en cama por el cáncer de intestino. Produjo en ese entonces Cristo de la Capilla de Vence (1949), parte del proyecto que él definió como la “culminación de toda una obra de trabajo”.