Si alguien le pregunta a Jürgen Pech quién fue Max Ernst abrirá mucho los ojos, formará una ‘o’ grande y redonda con la boca y exclamará: “¡Él fue el gran inventor del siglo XX!”. Después se echará a reír. Max Ernst (Brühl, Alemania, 1891 - París, Francia, 1976) fue –quizá– la figura más importante del movimiento surrealista del siglo pasado. Un teórico del arte, un filósofo, un escritor, un actor, un dibujante, un escultor, un artista visual, un director de cine. Un revolucionario. Una de las personalidades vinculadas al Manifiesto Surrealista escrito por André Breton en 1924 y que marcó el inicio formal de una corriente artística que se propuso explorar el mundo del subconsciente y del sueño desafiando las normas sociales del momento.
Max Ernst fue, también, un alemán nacionalizado francés tras pasar gran parte de su vida en el país galo, al que huyó para dejar atrás los estragos de la Gran Guerra. Jürgen Pech, por su parte, es un hombre del hoy, del ahora. Un hombre que se erige como excomisario del museo de Max Ernst en Brühl. Pech, además, es historiador del arte y organiza junto a la también historiadora, escritora, investigadora y comisaria Martina Mazzotta la exposición Max Ernst: surrealismo, arte y cine, una muestra que pretende ofrecer un recorrido inédito a lo largo de la vida y obra del polifacético artista estructurada a través de su relación con el cine.
La colección, que podrá visitarse en el Círculo de Bellas Artes de Madrid desde el 5 de diciembre hasta el 4 de mayo de 2025, cuenta con más de 300 piezas distintas y varias obras inéditas, como la cinta en la que aparece la primero modelo y luego fotoperiodista de guerra Lee Miller, amiga íntima del artista. Una presencia importante en su vida, como lo fue Caresse Crosby, también colega, que se haría millonaria tras inventar y vender el primer sujetador moderno. “Ella fue una de las figuras más destacadas de los círculos literarios y artísticos del siglo XX” explica Mazzotta a eldiario.es en un paseo por las bambalinas de la exposición horas antes de su apertura al público.
Crosby, cuyo nombre real era Mary Phelps Jacob –adoptaría el apellido de su segundo marido, el poeta Harry Crosby–, fue una de las amigas más fieles de Ernst y lo apoyó económicamente durante buena parte de su carrera, incluso cuando el matrimonio de este con Peggy Guggenheim se terminó. “Y eso que ambas también tenían una relación estrecha”, apunta Mazzotta.
“Ella era algo así como una Gertrude Stein de los surrealistas”, ilustra Pech. Black Sun Press, editorial que fundó junto a su pareja, publicó a escritores como Ernest Hemingway, James Joyce y Henry Miller. Pero la principal mecenas, sin duda, fue Peggy Guggenheim. Coleccionista de arte, adicta al arte, inmensamente rica.
Una fama de mujeriego “injusta”
“Max Ernst tiene una extendida fama de mujeriego que es bastante injusta”, opina Mazzotta, quien señala que todo viene de la mano del despecho de Guggenheim cuando se divorciaron. “Tuvieron una relación compleja y turbulenta, marcada por la vida artística e independiente de ambos y él acabó por romper con ella”, explica la comisaria. Guggenheim herida por lo que consideraba una traición personal, –la dejó por Dorothea Tanning, otra gran artista surrealista– no contaba precisamente “delicias” de su exmarido.
“Si ves quienes fueron sus amigas, si te fijas en cómo retrata a la mujer en sus obras, ves claramente que eso no es cierto. Él vivía el amor y la pasión con gran intensidad y tuvo varias compañeras a lo largo de su vida, pero siempre de una en una”, insiste Mazzotta mientras abarca con un gesto la sala de la exposición dedicada a eso; la mirada de él sobre ellas.
El alemán es conocido por dejarse caer en los brazos de Gala Éluard-Dalí, Marie-Berthe Aurenche, Meret Oppenheim, Leonora Carrington, Peggy Guggenheim o Leonor Fini hasta llegar a Dorothea Tanning. Última compañera del artista con quien compartiría treinta años de su vida. Pero para Mazzotta, que muchas se haya puesto el foco en su vida personal hace que se olvide lo más importante: “Era un artista total, muy rico en toda su obra. Un hombre del renacimiento en pleno siglo XX”, continúa para señalar que su figura es prácticamente inabarcable, “se pueden decir tantas cosas de él, hay tantos relatos posibles, tanto por investigar”, continúa para asegurar que se le puede equiparar a Leonardo DaVinci.
Retrato de un hombre inabarcable
Además de muchas otras cosas, Max Ernst fue un hombre que se pintó a sí mismo sentado en el regazo de Dostoivesky en Au rendez-vous des amis, (1922). Un retrato colectivo e imaginario que encapsula su participación en el movimiento surrealista y que reúne a figuras clave de la vanguardia artística y literaria, tanto contemporáneos como históricos.
Esta obra –presente en la exposición– se incluyó más tarde en la lista negra de “arte degenerado” del régimen nazi, junto con otras pinturas de Ernst, como La belle jardinière (1923), presentada en la exposición Entartete Kunst del Reich en 1937, y luego perdida para siempre.
Igualmente, la muestra cuenta con trabajos de prestigio como las pinturas Las tentaciones de San Antonio (Museo Lehmbruck, Duisburgo) o Las hijas de Lot (Colección Pietzsch, Berlín), y esculturas como Homme (Museo Max Ernst, Brühl).
En lo referente al cine como hilo conductor del relato que Mazzotta y Pech hacen del surrealista, la muestra cuenta con fragmentos de películas y proyecciones inmersivas que, a su juicio, establecen un diálogo constante y dinámico con toda su producción artística. Así, se incluyen extractos de películas como Un perro andaluz y La edad de oro de Luis Buñuel, Los sueños que el dinero puede comprar y 8 × 8: Una sonata de ajedrez en 8 movimientos de Hans Richter, Max Ernst – Mi vagabundeo, mi inquietud de Peter Schamoni, y varios cortometrajes como Una semana de bondad de Jean Desvilles, Maximiliana de Peter Schamoni, o dos piezas más de Julien Levy, mostradas ahora al público por primera vez.
Exiliado tras haber servido en el frente en la Primera Guerra Mundial, perseguido artísticamente después por nazismo. Arrestado en Francia, huido a Estados Unidos con la ayuda de Guggenheim, regresado a Europa tras la guerra. Crítico con la violencia y la opresión. Creador sin pausa. Max Ernst fue un hombre que lo hizo –casi– todo.