Maurits Cornelis Escher (1898-1972) quería encerrar el infinito en una hoja de papel. Esa fue su obsesión en vida y el hilo conductor de muchas de las xilografías y dibujos que creó después de su segunda visita a la Alhambra, en 1937. Ya había estado en el palacio nazarí a finales de los años 20, pero no se fijó tanto o no le imbuyeron de la misma forma los 17 patrones geométricos presentes en el recinto. Así que mientras en España se libraba una guerra civil, Escher dejaba de pintar paisajes y pasaba del escapismo al intelectualismo en un abrir y cerrar de ojos.
Este año se cumplen 45 años del fallecimiento del artista. El Palacio de Gaviria de Madrid se inaugura como centro de exposiciones con más de 200 obras del artista holandés. Vuelve a la capital después de 10 años de la mano de Arthemisa, quienes ya organizaron la retrospectiva de Kandinsky en CentroCentro en otoño del 2015. Se quedará hasta el 25 de junio. La muestra se divide a lo largo de sus varios periodos, con especial hincapié en Italia y España, los países que más influyeron en la obra del artista.
Escher creció en Leeuwarden, un pequeño pueblo del norte de Holanda. Nunca fue bueno en los estudios aunque su padre se empeñase en convertirlo en arquitecto. Lo cierto es que el chico había destacado en dibujo ya desde pequeño, pero la carrera de arquitectura tampoco fue lo suyo: la dejó poco después de empezar, en 1919. Se convirtió en discípulo de Samuel Jesserum de Mesquita, quien le enseñó la técnica de la xilografía que le vino como anillo al dedo a lo aprendido años antes con las grabaciones en linóleo.
Dicen que a Escher le gustaba mirar desde lo alto de las ciudades y que Roma era el lugar predilecto para esto. Fue allí de vacaciones con 24 años y al final se quedó en la capital italiana hasta el 36, un año antes de su reveladora segunda visita a Granada. El artista amaba la Roma nocturna. No en el sentido de la fiesta y el jolgorio, sino en un plano mucho más bucólico e introspectivo; como a la hora de dar paseos, de oler sus calles o escuchar el Tíber. También fue allí donde empezó a abrazar el divisionismo, presente en sus obras de ese periodo.
Las revelaciones de la Alhambra
Encontró en Italia los paisajes que le faltaron en Holanda. Le gustaba hacer excursiones a pueblos cercanos a Roma, que luego se materializaban en obras escapistas como San Gimignano o Cimino Barbaro. Durante uno de estos viajes, en Atrani conoció a Jetta Umiker, con la que se casó y tuvo tres hijos. Escher, al que ya le gustaban los juegos de perspectivas, tenía la costumbre de abordar los paisajes desde lo alto, una característica presente en algunos grandes maestros holandeses de la pintura como Joachim Patinir, Brueghel el Viejo o Albrecht Altdorfer.
Antes de salir de Italia en 1935 por el ascenso del fascismo, visitó Granada por segunda vez. Este periplo es determinante en su vida y en su obra. Aunque Escher ya tiene la técnica del teselado en su cabeza, será en Granada donde vea la luz que luego dará lugar a las primeras xilografías de libélulas, escarabajos, caballeros o pájaros. El islam suní prohíbe cualquier tipo de representación humana o de animales en el arte, ya sea en las ilustraciones o en la arquitectura. El artista holandés intentó copiar a los arquitectos nazaríes de la época incluyendo elementos naturales en vez de figuras geométricas, y lo logró con el teselado hiperbólico.
Escher no llegó a ser rico ni famoso en vida. Sus primeras obras de paisajes son tiradas de apenas 20 o 30 copias porque no tenía dinero para hacer más. Imprimía las xilografías con las piedras de sus amigos que, o bien le prestaban o bien él mismo tomaba prestadas de sus casas en momentos de despiste. Con 50 años seguía dependiendo económicamente de sus padres, y será gracias a su amistad con varios matemáticos y científicos de la época que exponga en Ámsterdam en 1954. Es allí donde muchos arquitectos se sienten inspirados por su trabajo y se hace un nombre en los círculos de la época. Ahora ya sí, Escher empezará a ganar dinero con sus obras.
Geometrías imposibles
El teselado hiperbólico lo pone en práctica en Círculo Límite y en otras obras similares donde juega con el concepto del infinito, unas veces de dentro hacia afuera y otras desde los límites del papel hasta el centro. Escher, obsesionado con la geometría y las superficies reflectantes, creará en 1935 uno de sus trabajos más famosos e icónicos, Mano con esfera reflectante, un autorretrato. Decía que le fascinaba la esfera precisamente por la capacidad de situar al artista en el centro del papel, o del universo.
No será hasta los años 50 que el holandés incorpore a sus creaciones otro de sus símbolos más característicos, las paradojas geométricas. Son ilustraciones y xilografías donde lo de arriba está también abajo, y viceversa. “¿Estáis realmente seguros de que un suelo no puede ser también un techo?”, decía cuando la gente le preguntaba por sus dibujos Convexo y cóncavo, Relatividad o Belvedere. Este último es un detalle del infierno de El Jardín de las delicias, de El Bosco.
Escher copió muchas de sus obras a otros artistas y las puso bajo su prisma. Por ejemplo, en otra de sus creaciones más famosas, Galería de grabados, utiliza el Efecto Droste para representar un hombre mirando un cuadro que a su vez está dentro de un museo. No fue capaz de terminarla porque la técnica que requería grabar esa parte no existía aún en 1956. Un ordenador lo hizo por él en el año 2003. Tras un breve paso por Suiza, se fue a Bélgica para volver a Holanda en 1941. De allí no se movió hasta su muerte, en 1972.
Nota al pie: el titular de este artículo ha sido modificado al llevar a confusión a nuestros lectores. También se ha añadido que es en la rama sunnita del islam donde están prohibidas las representaciones de humanos y animales.