La primera pregunta obligada al comisario, Martí Manen: ¿son ajustados titulares como Martí Manen sacará a Dalí del armario de la Historia del arte? No, claro que no, responde entre risas. “Hay mucho más que eso”. Y es verdad; hay política, hay vínculos con la actualidad italiana, hay denuncia y hay investigación. Pero no por ello deja de ser un pabellón rosa. Muy rosa.
En la sala central, eje del resto de propuestas, pintada de rosa y con mobiliario daliniano (dos sillas Leda y un sofá Mae West), se presentan vídeos de apariciones televisivas de Salvador Dalí y de interpretaciones de su figura por parte de especialistas (Vicenç Todolí, Manuel Borja-Villel y Montse Aguer). Ese es el Dalí que interesa a Martí Manen; el manipulador, el que se construye su propia imagen, el que juega con su identidad, el provocador. “Queríamos ponérnoslo difícil”, me comenta Manen. “¿Dalí es el punto de partida para los artistas?”, “Sí, aunque luego cada uno haya tirado por su lado”, aclara.
“Yo no he tomado para nada en cuenta a Dalí”, dice Francesc Ruiz, uno de los cuatro artistas convocados por el comisario. Y mientras explica que realmente no hay ligazón entre las Dalí News (el diario autorreferencial que el artista editó en 1945 y 1947) y su trabajo, se va descubriendo la propuesta de Ruiz, irónica, divertida, vinculada a Italia y fruto de un trabajo investigativo.
Si los artistas han relacionado a Dalí con sus propuestas o no es lo de menos; lo importante es el resultado. Francesc Ruiz ha instalado dos quioscos en el interior del Pabellón. En uno, manipula los periódicos publicados el día después de que Silvio Berlusconi fuera absuelto por inducción a la prostitución de menores (Caso Ruby). En el otro, muestra cómics italianos pornográficos de temática homosexual de los 70 y 80. Algunas relecturas de esos cómics y de otros personajes ficticios generados por Renzo Barbieri son distribuidos por la Bienal, reivindicando esa figura no tan conocida por el público local, y de paso, extendiendo el proyecto español fuera de los muros del pabellón.
El estado de la cuestión, la idea generada por el dúo Cabello/Carceller, es el punto flaco de la exhibición. Los artistas se basan en la figura de Amanda Lear y en la reivindicación de la sexualidad alternativa. En una sala disponen referencias bibliográficas y cinematográficas en una vitrina, y varios objetos concernientes al vídeo del siguiente espacio, como la pancarta El Drag es político. El trabajo filmado recicla la picante canción de Amanda Lear I'm a mistery, en la que la cantante (amiga íntima de Dalí, y transexual) juega con una “sutil” metáfora sexual en el título; “Soy un Mister-io”.
La sala documentativa queda relegada a lo anecdótico (sobre todo si lo comparamos con el estudio de Francesc Ruiz) y la pieza audiovis
ual carece de ritmo y calado (aunque la canción provoca algún que otro tímido cabeceo). No sólo se confunden géneros, sino intereses; el aporte de Cabello/Carceller duda entre el homenaje, el jolgorio y la protesta.
Balance y comparación
La última sala es la de Pepo Salazar. Y es desquiciante. Peceras rellenas de cheetos, con pelucas colgando, imágenes psicodélicas de la Britney Spears calva, neones, etc. que desembocan en un montaje giratorio en el que unas barras de metal arrastran unos micrófonos, generando un muro de ruido inquietante. Un fin de fiesta inspirado por el Dalí paranoico, surrealista y ambiguo. Es el episodio absurdo y delirante de esta exposición colectiva, y el aporte más estimulante de todos los sujetos presentes.
Como decíamos, lo importante es el resultado total de este pabellón español (una construcción fija, por cierto, promovida por Mariano Benlliure y ejecutada por Javier de Luque y López en 1922). Y la valoración es muy positiva; es una muestra coherente; reflexiva, sin ser aburrida ni asfixiante, y divertida, sin ser vacua o anodina. Tiene la mala suerte de estar justo al lado del gran pabellón belga (en el que habita una de las mejoras obras de la presente Bienal, Negative Space: a scenario generator for clandestine building in Africa, de James Beckett), y la buena de estar cerca del Pabellón Central de Okwui Enwezor (caótica, forzada y desequilibrada curatoría), y la muy buena de no tener enfrente algunas otras geniales creaciones, como las de Joan Jonas en Estados Unidos (ganador del León de oro), o los pabellones de Filipinas, Letonia, Eslovenia o Países Nórdicos. Por citar los peores: el de los Países Árabes parece que lo han confundido con una feria y el de Egipto peca de un buenrollismo infantil. Hasta invita al público a hacerse selfies.
A pesar de lo arriesgado de la propuesta, de la libertad dada a los artistas, de lo conflictivo que es pervertir una figura como la de Dalí, los 400.000 euros han sido bien invertidos. Es un pabellón español en el que se habla de algo español pero que presenta guiños al público local (“Amanda Lear es muy famosa aquí”, comenta Manen). Y, sobre todo, al apelar más a las emociones que al intelecto, tiene asegurada la complicidad del foráneo. Hay mucho más que una lectura queer del legado de Dalí. Si a pesar de todo ello podemos afirmar que es una mariconada de pabellón, es porque nos aprovechamos del amplio sentido del término; en una bienal tan política –políticamente correcta-, sociata y multicultural, hay que ser muy maricón para presentar un pabellón así.