Los misterios de la Córdoba romana, una ciudad oculta bajo el suelo con más de 2.000 años
Más de un millón de personas visitan Córdoba cada año. Recorren sus calles comprobando la enorme herencia islámica que durante la Edad Media convirtió a la ciudad en una de las más importantes de Europa. La Mezquita, la Torre de la Calahorra o los Baños califales son solo algunas de las joyas que han perdurado hasta nuestros días. Sin embargo, hay otra Córdoba mucha más antigua y desconocida escondida bajo los cimientos de estos monumentos: la romana.
Hace más de 2.000 años que el militar Marco Claudio Marcelo fundó Corduba, nombre que algunos filólogos interpretan como “ciudad de los turdetanos” o “ciudad del río”. Pero es ahora cuando, gracias a la tecnología, se pueden recrear visualmente los retazos dejados por un imperio que servirían como base para todo lo que vendría después. Así se puede comprobar en el documental Córdoba: misterios ocultos que será emitido el próximo domingo a las 22 horas en el canal National Geographic.
Instrumentos como georradares o escáneres 3D han permitido desenterrar visualmente un pasado sin la necesidad de excavar. Esto permite estudiarlo sin destruir el presente, aspecto clave para al arqueólogo y explorador Fabio Amador que además se encarga de guiar a los espectadores por el reportaje. “Con estos dispositivos ahora podemos ver debajo de ciertas capas milenarias que están ahí y no conocemos. Es una arqueología del futuro. Y la ciencia y la tecnología no solo están ayudando a conocer el pasado, sino también a protegerlo”, explica el experto a eldiario.es.
Uno de esos grandes monumentos fue el anfiteatro, situado a extramuros de la ciudad romana y que ahora mismo se encuentra en proceso de excavación. Los restos visibles son solo una pequeñísima parte de un edificio colosal que, según el catedrático de arqueología Desiderio Vaquerizo, se encontró entre los más grandes de la época y debió superar los 150 metros de eje mayor. Estuvo destinado a los espectáculos de sangre: luchas de gladiadores y ejecuciones a través de bestias.
“Lo destacable de la arquitectura romana en Córdoba es que es modular. Si conocemos un aspecto podemos recrear un entorno completo: sabemos la disposición, cuántas personas tenían acceso, qué eventos se realizaban… Y nos dimos cuenta de que todo está bien conservado y sigue bajo el suelo. Imagínate lo que no se ha visto todavía”, comenta Amador.
Rescatar el legado romano de Córdoba no solo es útil para estudiar las estructuras de entonces, también para comprender cómo era la vida (e incluso la muerte) de los ciudadanos que la compusieron. Es lo que sucede, por ejemplo, al hallar el lugar de las tumbas de los romanos.
Como la investigadora Ana Ruiz apunta en el reportaje, desde la promulgación de la conocida Ley de las XII Tablas en el siglo V a.C. existe la obligación de enterrar siempre fuera de la ciudad. Estaba prohibido hacerlo intramuros, era un lujo solo permitido a emperadores. ¿El motivo? Las enfermedades transmitidas por los cadáveres en descomposición. La muralla se convertía una frontera entre dos mundos: el de los vivos y el de los muertos.
“No solamente era un concepto místico, sino que tenía un efecto en la salud mental y física de la gente. La ubicación de los muertos era esa para no contaminar el agua o no transmitir enfermedades, pero de ahí también salieron leyendas. Hasta los gladiadores tenían en sus placas marcas para espantar a todo mal”, destaca el explorador.
Precisamente por ello son importantes elementos que a priori pueden parecer meramente decorativos. Es lo que ocurre con los mosaicos, un arte que se extendió a prácticamente todas las casas romanas y que llegaron a incluir dibujos como el de una cabeza de Medusa. “Nunca imaginé que precisamente un personaje que te daría miedo acabaría sirviendo de decoración dentro de una casa. Y era precisamente para eso: para espantar a los malos espíritus, como ahora nosotros ponemos vírgenes o velas”, añade Amador. De hecho, no es gratuito que el nombre de Medusa en griego antiguo signifique guardiana o protectora.
El flujo de culturas en la Mezquita y Medina Azahara
Durante el siglo IV la decadencia del imperio romano llegó hasta Córdoba, que perdió su prestigio como capital en beneficio de Hispalis (Sevilla). Muchos edificios públicos cayeron en el abandono y sus materiales se utilizaron para nuevas construcciones. Fue una transformación lenta desarrollada durante el periodo de Antigüedad tardía, desde la llegada de los visigodos hasta la llegada de Abderramán I y la proclamación del Emirato independiente de Córdoba en el año 756.
Pero Abderramán no solo se dedicó a preservar su poder ganando batallas, también embelleció la ciudad dirigiendo una de las mayores obras arquitectónicas de Al-Ándalus y del mundo: la Mezquita. Se convirtió en el principal emblema de la ciudad y, aunque se convirtió en reflejo del esplendor de los omeyas, también eclipsó su pasado. Al menos en parte.
En realidad la Mezquita es un continuo flujo de culturas. Está edificada sobre un complejo episcopal y la Basílica de San Vicente Mártir construida por los visigodos, los cuales a su vez fueron elaborados con las casas y los templos de los romanos. “Sus calles, sus monumentos, su arte y su cultura provienen del encuentro de romanos, visigodos, árabes, judíos y cristianos. Cada una de estas culturas dejó una vasta herencia en la ciudad”, aprecia el arquitecto.
También aprovecharon los sistemas acuíferos creados por los romanos para llevar aguas a los palacios y regar jardines como los que adornaron el Alcázar de los Reyes Cristianos. Esta misma agua es la que también llegaba a través de un antiguo acueducto romano a Medina Azahara, un complejo mandado a edificar en el año 936 por Abderramán III, el primer califa de Córdoba, a ocho kilómetros de la ciudad.
“Medina Azahara es una joya de la que solo conocemos un pedacito. Del 10% que se ha excavado sale a la luz uno de los palacios más poderosos del mundo en ese momento”, asegura el arqueólogo. Lamentablemente fue destruida y abandonada solo 100 años después de su fundación por la guerra civil contra los bereberes, pero entre sus ruinas se continúan escondiendo maravillas que marcan lo que somos en nuestros días y que a veces, como ocurre con la Córdoba romana, están solo a varios metros bajo nuestros pies.