Ha muerto Valeriano Bozal, a los 82 años, el historiador del arte que revolucionó la ciencia de mirar un cuadro y no quiso tener discípulos, solo amigos y compañeros. Fue historiador del arte, pero se licenció en filosofía. Ese camino marcó su vida profesional e intelectual, porque le ubicó en un lugar donde no se le podía atrapar: ni historiador ni filósofo y ambas cosas al tiempo. Supo aprovechar esta doble condición para llevar sus investigaciones y enseñanzas mucho más lejos de las pinceladas y las composiciones. Mucho más allá de la Academia. Porque Valeriano Bozal fue un investigador que marcó a varias generaciones de historiadores, pero más que nada fue maestro.
Antes de llegar a la universidad aprendió a dar clase en un colegio de enseñanza media en Vallecas, durante 16 años. Cuando aterrizó en los estudios superiores, conocía a la perfección la materia prima que tenía entre manos. Y eso lo agradecimos los miles de alumnos que pasamos por sus clases en la facultad de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, y la desgracia de tropezarnos con muchos otros que ampliaron todavía más su presencia. Mientras otros hablaban de pigmentos y movimientos, con Bozal aprendías la importancia de Juan de Mairena, de Camus o de Proust. Pero también de la historia, de la historia del pensamiento y de la historia de la literatura.
Valeriano, el catedrático que empezó dando clases en Vallecas, no era ni un pijo ni un capillita. Eran los perfiles que se estiraban por entonces en las aulas de la “caja de cerillas”. Enseñó a mirar ampliando el género artístico, atendiendo a las consecuencias políticas e ideológicas, a los asuntos materiales que rodean a la creación artística y que tan poco interés despiertan en la historia del arte de los colores y las formas.
Goya en todo
Por eso su tesis sobre Goya fue más que una tesis y más que un libro. En Imagen de Goya (1983) es el inicio de su magistral carrera intelectual y personal. El pintor le enseñó la naturaleza de las relaciones entre las personas, la condición de la sordidez, la crueldad y la violencia. “Goya fue, es, un maestro de vida. También un maestro en la forma de ver y de obligarme a ver la pintura: no como un espectáculo, no como algo ajeno que se contempla con curiosidad, sino como algo que nos interpela y, lo que dice, nos afecta”, ha dejado escrito Bozal.
Nunca disfrutó de una situación de privilegio institucional, nunca abandonó sus clases ni a sus alumnos ni sus investigaciones. Siempre intervino desde la independencia y no pudieron aislarle. Es un caso único de influencia extraordinaria, que desbordó tribunas como la del propio Museo del Prado con sus hallazgos sobre Goya. El día que el centro, por decisión de Manuela Mena, retiró en 2008 la atribución de El Coloso, Valeriano levantó una ceja y esperó a que pasara la astracanada. Doce años después, la tormenta escampó y devolvió a Goya a la cartela del extraordinario cuadro, que Valeriano había usado para la portada de uno de sus estudios más significativos: Goya y el gusto moderno (1994).
La historia del arte es una “ciencia” caníbal, que se devora generación a generación, a veces con nuevos descubrimientos y otras, con ocurrencias. Bozal siempre fue pudoroso con sus hipótesis y jamás recurrió al mito del “buen ojo”. Defendió los protocolos de la historia del arte, que exigen método y que, precisamente, el “ojo” niega. El encendido elogio del ojo que observa y certifica lo que ve para firmar beneficiosas atribuciones, ha dejado una huella nociva en la credibilidad del oficio.
Quienes lo practican lo llaman “experiencia visual”, otros dicen “ojo clínico” y ha dado pingües réditos a los historiadores con más retórica que rigor, con más hambre que escrúpulos. Valeriano Bozal representa la resistencia a los tramposos. Nunca priorizó el ojo a la documentación y tampoco fue tan contundente como estas líneas. Creía en el debate incluso ante argumentos tan discutibles como los que llevaron a sacar a Goya de El Coloso. “Si fuera director del Prado, no lo descabalgaría, sería mucho más prudente”, dijo en aquellos días, pero Miguel Zugaza no atendió su réplica.
Un autor moderno
Otra de sus obras inmortales es Historia de la pintura y la escultura del siglo XX en España, publicado en la colección de La balsa de la Medusa, que él mismo dirigía para Antonio Machado Libros. En estos volúmenes mostró su desacuerdo ante quienes pretendían ignorar la ausencia de normalidad en la España del siglo XXI. Por eso volvió a escribirlos para una segunda edición, porque ya en su madurez quiso romper con las pautas académicas que concebían el mundo del arte como una cosa de artistas, museos, coleccionistas, críticos o historiadores.
Fue consciente de que el mundo del arte español del XX se enmarcaba en un ámbito político y moral que lo condicionó de tal manera que fue el mayor rasgo identitario de las prácticas culturales españolas del siglo XX. De Bozal también aprendimos que no existe una autonomía estricta o pura del arte con su contexto político, económico y social. No es posible el aislamiento de la cultura y, en la parte final de su vida, eliminó los planteamientos académicos del arte basado en estilos y tendencias. En la reescritura de Historia de la pintura y la escultura del siglo XX en España propuso una lectura significativa de las obras en su entorno.
Y así llegó, en nuestra última entrevista, a redefinir el concepto de “modernidad” de una manera completamente moderna: “Para ser moderno hay que tener seguridad social”, dijo. Modernidad es tener las necesidades cubiertas.