Antes de convertirse en la sede de la Sección Femenina de la Falange, el Lyceum Club Femenino fue refugio y lugar de reunión de las intelectuales y artistas más combativas del Madrid de los años veinte. Luego llegó Serrano Suñer que, sin mover ni un mueble, se apropiaría del edificio para ponerlo al servicio de las actividades 'femeninas' que convenían al fascismo.
Con todo, el local habría albergado antes de aquello algunas de las actividades más punteras de la historia del feminismo en España. Entre ellas, en 1931, se celebró el I Salón de Dibujantas, una exposición pionera que con el tiempo significaría una de las poquísimas celebraciones de su tiempo comprometidas con dar visibilidad a las mujeres artistas españolas, que se las veían y deseaban por intentar hacerse un hueco en el mundo del arte y la cultura, patrimonio mayoritario del hombre.
Cuando las mujeres figuraban en exposiciones a principios del siglo pasado, solían ser tratadas con la condescendencia propia de quien no considera el arte como un oficio sino como un mero entretenimiento. Eran vistas como 'señoritas' que pintaban o ilustraban por ocupar el tiempo ocioso con una actividad cuya elevada cuota intelectual era reservada para los hombres. Pocas veces se las trataba como profesionales del medio.
Por eso resulta tan importante reivindicar y recordar a quienes trabajaron la ilustración para ganarse el pan. Así lo explican las paredes de Dibujantas, una exposición del Museo ABC que reúne más de 130 obras de unas 40 ilustradoras que abarcan un largo período, desde finales del siglo XIX hasta la actualidad.
Un recorrido histórico que pretende “rescatar del olvido a pioneras y dibujantas como la copa de un pino que tuvimos en nuestro país, pero que han estado guardadas en un almacén”, como explica a eldiario.es Josefina Alix, historiadora del arte y comisaria de la exposición junto a Marta González Orbegozo. Gracias a su trabajo de investigación, ahora podemos conocer y admirar las obras de algunas de las pioneras del dibujo en nuestro país. Muchas de ellas olvidadas durante años.
Madame Gironella
La primera mujer con la que nos encontramos nada más entrar en la exposición es Madame Gironella. “Una ilustradora de una calidad extraordinaria de la que se sabe poquísimo”, describe la comisaria Marta González Orbegozo. “Por no saber no se sabe ni su nombre real”, añade Josefina Alix. Miembro de la aristocracia francesa, huyó de su hogar y de su país por escapar de su familia, que le prohibió dedicarse al mundo del arte. Se vino a España y aquí se casó con un hombre apellidado Gironella, y desde entonces empezó a firmar como Madame Gironella.
A partir de 1899 comenzó a publicar ilustraciones en las prestigiosas revistas Blanco y Negro, Arte y Letras, La Época o La Ilustración Española y Americana, en la que trabajó con una asiduidad muy notable compitiendo con una gran mayoría de hombres. Desgraciadamente, a partir del año 1902, se pierde completamente su rastro.
Victorina Durán
Otra de las figuras que destacan en las paredes de Dibujantas es Victorina Durán. “Una mujer extraordinaria, un terremoto, alguien que espero que merezca más atención en el futuro”, opina Josefina Alix. Además de ilustradora, fue escenógrafa y figurinista de teatro, donde trabajó con Margarita Xirgu y Cipriano Rivas Cherif entre muchos otros nombres distinguidos.
Con el estallido de la Guerra Civil se marchó al exilio en Argentina. El Teatro Colón y Cervantes de Buenos Aires la tuvieron como escenógrafa. Además pudo exponer su trabajo en el mundo del dibujo en Uruguay, Brasil, Chile, Alemania o Francia. No regresó definitivamente a España hasta la década de los 80. “Aquí expuso muy poco y nunca encontró el reconocimiento que merecía”, afirma la comisaria de Dibujantas.
Manuela Ballester
El trabajo de Manuela Ballester se encuadra en la vanguardia valenciana. Fue pintora, dibujante, ilustradora, cartelista, fotomontadora y escritora; feminista, progresista y de fuertes convicciones republicanas. “Pero también fue la mujer de Josep Renau, y aunque tenía un talento extraordinario, su obra quedó eclipsada por la figura de su marido”, explica Marta González Orbegozo. Josep Renau fue una de las personalidades más importantes de las artes visuales en la España del siglo pasado. Manuela Ballester, su mujer y responsable de algunos carteles que, erróneamente, se atribuyen al artista valenciano, no ha gozado de la misma relevancia histórica.
En 1939 Manuela, junto a su madre, sus dos hermanas y sus dos hijos, tuvieron que atravesar los Pirineos y terminaron en el campo de refugiados de Argelès-sur-Mer. Poco después consiguieron reunirse con Renau en París y, en mayo de 1939, se exiliaron en México. Allí trabajó en el taller de David Alfaro Siqueiros haciendo murales, aunque también hizo carteles para publicidad, para cine, propaganda política -destacando su cartel dedicado al voto femenino en las elecciones al Frente Popular de 1936-, así como ilustraciones en revistas de los exiliados españoles como España Peregrina, Las Españas, Mujeres Españolas o Boletín de Información de los Intelectuales Españoles.
Ángeles Torner Cervera
Ángeles Torner Cervera firmaba sus obras siempre como a.t.c. Así, en minúscula, aunque su aportación a las artes visuales españolas fue todo lo contrario. Se inició en el dibujo de manera autodidacta, ilustrando un periódico casero que hacía con sus hermanos, “pero llegó a ser una de las más destacadas y prolíficas ilustradoras de la primera mitad del siglo XX, pionera en el campo de la ilustración gráfica y el dibujo de moda”, describe Marta González.
Colaboradora asidua de Blanco y Negro, además de ilustración hizo libros infantiles e historietas que ella misma escribía. “Su obra tiene una variedad de estilos absolutamente increíble”, afirma la comisaria. Bien es cierto que viendo el puñado de creaciones suyas que puede verse en Dibujantas, uno puede reconocer desde trazos del futurismo, a influencias del surrealismo, el cubismo o el art déco.
Piti Bartolozzi
Hija del gran dibujante e ilustrador Salvador Bartolozzi, Piti, como se hacía llamar Francisca, dedicó la mayor parte de su carrera a la ilustración infantil en literatura, aunque también hizo, como muchas otras compañeras de generación, escenografía en teatro.
En el Madrid sitiado de 1936, trabajó en tareas de propaganda en El Altavoz del frente, al servicio de la causa republicana. Evacuada a Valencia en 1937, continúa su labor como autora e ilustradora de cuentos infantiles al tiempo que, en colaboración con el escritor Antoniorrobles, intenta llevar a cabo un proyecto de revista infantil llamado Sidrín, que solo llegó a contar con un número cero. Entre los numerosos trabajos y dibujos en torno a la guerra, destaca su serie de seis grabados titulada Pesadillas infantiles, que se expuso en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937 y que actualmente forma parte de la colección del Museo Reina Sofía.
Laura Albéniz
Hija del compositor Isaac Albéniz, Laura Albéniz fue educada en un ámbito cultural burgués de clase alta. Se formó en Londres, París, Niza y Barcelona. Fue autodidacta en el aprendizaje del dibujo y la pintura, y sus obras pronto empezaron a cotizar entre la élite cultural parisina. En 1906 hizo su primera exposición individual en el Musée Moderne de Bruselas, cuando tan solo tenía dieciséis años. Su faceta como ilustradora arrancaría dos años después con las ediciones ilustradas de La aldea ilusoria y El peregrino ilusionado de Gregorio Martínez Sierra.
La guerra civil supuso para ella el encarcelamiento de su marido en Barcelona y la muerte de su hijo “de la que nunca se recuperó”, según las comisarias. Poco a poco alejada de sus amistades, su salud se fue degradando hasta fallecer de un cáncer de pulmón a los 54 años. “Nos dejó una extensa y asombrosa obra, además de una ingente correspondencia que mantuvo con grandes personalidades de la música y del arte”, explica Josefina Alix.
María Gallástegui
La copista en el Museo del Prado María Gallástegui publicó su primera ilustración en 1925, cuando tan solo tenía diecisiete años. Fue portada de la revista Blanco y Negro, donde empezó a publicar asiduamente, además de hacerse un hueco en la ilustración de los años veinte. “Otra mujer machacada por la guerra y un matrimonio conflictivo”, afirma Josefina Alix. En 1929 contrae matrimonio con el pintor Joaquín Díaz Alberro, doce años mayor que ella. En dos años tuvo dos hijos, y se apartó de su arte a pesar de haber expuesto en varias ocasiones.
Su divorcio no fue legal hasta 1935. Entonces desapareció de registros y revistas durante años. Se sabe que en 1938, en plena guerra civil, era profesora en una colonia de Torrent, cerca de Valencia, con escolares evacuados de los frentes de guerra. “Luego sobrevive a la posguerra hasta que en el año 57 emigra a Perú, y malvive del grabado. Una artistaza que nunca fue reconocida”, añade Alix.
Marga Gil Roësset
Marga Gil Roësset “es conocida por una desgracia, pero ojalá se pueda quitar de encima eso y la gente reivindique su obra como lo que es: una magnífica y muy sugestiva ilustración”, explica Josefina Alix. La desgracia a la que se refiere la comisaria es su final: la ilustradora se suicidó a los veinticuatro años enamorada del Nobel Juan Ramón Jiménez. Se dedicaba, mayormente, a los libros infantiles. Con doce años ya había ilustrado obras que estaban en la mejor tradición de los simbolistas ingleses. Quiso ser escultora y “podría haber llegado muy lejos en esta disciplina, porque apuntaba muchas maneras”, según relata la comisaria.
“Pero se enamoró de Juan Ramón Jiménez y era íntima amiga de su novia. No podía traicionar a su amiga ni amar al poeta... y se pegó un tiro con 24 años. Se perdió una artista maravillosa”, describe. En la exposición del Museo ABC se pueden ver dos obras suyas absolutamente fantásticas que hizo cuando solo tenía 15 años.
Maria Rosa Bendala Lucot
Rosa Bendala fue una figurinista de éxito en todos los teatros de variedades de Madrid. También fue directora de vestuario de cine, llegando a trabajar con realizadores como Edgar Neville o Ladislao Vajda. Fue una de las primeras mujeres en entrar como vocal en la unión de dibujantes españoles.
También ejerció como catedrática de dibujo en el Instituto Hispano-Marroquí de Ceuta, donde se trasladó en 1934. Tiempo en el que expuso en la Exposición Nacional de Bellas Artes y en el Salón de Otoño, además de ver sus figurines habitualmente en el Teatro de la Zarzuela. Pero el dibujo no le dio para vivir siempre. En los cincuenta cursó estudios de restauración para poder trabajar en una tienda de muebles y antigüedades.