El terrorismo cultural del ISIS como estrategia de marketing

El mundo occidental ha desnudado su escaso margen de maniobra ante la recuperación de Palmira de las manos del ISIS. Las imágenes de sus imponentes ruinas tienen casi más recorrido que las del atentando en el parque infantil de Lahore. Pero son solo eso, ruinas de valor incalculable. Algo parecido ocurría con los vídeos del grupo yihadista destruyendo con mazos y taladros el museo de Mosul, con explosivos en anfiteatro de Palmira o con bulldozers los yacimientos de Nimrud. Los medios de comunicación se hicieron eco de la brutalidad de esas imágenes, pero el daño ya estaba hecho.

Los gobiernos claman por el respeto a una memoria histórica casi ecuménica y ofrecen su ayuda a las autoridades de Siria o Irak en el mantenimiento de los espacios. Rusia, principal aliado en el rescate de la ciudad desértica, ya ha cedido a sus expertos del Museo del Hermitage y el exministro de Cultura italiano planea desarrollar una impresora 3D para la reconstrucción total de las piezas.

El mensaje que transmite Occidente, como afirman en The Guardian, es que no hay destrucción que no pueda ser contrarrestada con un buen saco de dinero y la ingeniería punta, aunque se pierda valor arquitectónico por el camino. Mientras tanto, decenas de organizaciones independientes, que trabajan por el mantenimiento del legado cultural, exigen que los organismos internacionales actúen para prevenir este atentado sistemático. La Unesco ya calificó los ataques de “crímenes de guerra” y su brigada especializada en conflictos armados, Escudo Azul, se ha desplazado a la zona para calibrar los daños.

“El problema es que la ayuda internacional llega a posteriori”, afirma Pedro Lavado, profesor de Historia del Arte de la UNED y experto en Patrimonio y Arqueología. “Los estados tienen que crear sus comités de salvación nacionales pero, como es evidente, nadie repara en las obras de arte cuando está huyendo para sobrevivir”. Es entonces cuando entran en juego los intereses políticos y económicos, que no suelen moverse por el amor al arte. “Además del autoritarismo político y el terrorismo, estas zonas -como en el caso de Libia o Irak- tienden a caer en manos de las iniciativas privadas y el mercado negro”.

Propaganda a mazazos contra el arte

Entre este juego de tronos que se deriva del terrorismo cultural, ¿qué consigue el ISIS amparándose en la sharia para liarse a mazazos con el patrimonio de la humanidad? La respuesta es conseguir atención mediática y hacer llegar sus insólitas campañas de propaganda hasta todos los rincones del planeta.

“La realidad es que muchas de las piezas que vemos destruidas son reproducciones en yeso, las originales se encuentran en grandes museos de Londres o París”, cuenta Lavado y se remite a sus visitas a las excavaciones de Hatra o el mismo museo de Nínive. “Occidente también entra en una estrategia de reclamar el patrimonio histórico de todos, que en realidad pertenece únicamente al país”, afirma, mientras denuncia que es una estrategia para globalizar el arte, resaltar su valor y despertar la alarma entre la opinión pública.

Como observamos en el mapa, son muchas las zonas ocupadas por el ISIS en Siria, Irak y Líbano que acogen importantes patrimonios históricos. La base de datos de la Unesco cuenta con una lista de yacimientos artísticos en peligro pero, como denuncian las pequeñas plataformas culturales, su cuidado queda en manos de los Gobiernos. Y en tiempos de guerra, cualquier espacio de valor artístico es susceptible de convertirse en un rehén político. “Es el caso de Maalula -único rincón donde su mayoría siria cristiana todavía hablaba el arameo-, que ha sido vapuleada por las fuerzas rebeldes y donde todas sus iglesias y monasterios han sido devastados”, recuerda Pedro Lavado.

Sin embargo, situar el foco internacional sobre las grandes cunas de la civilización árabe ha frustrado los verdaderos planes del Estado Islámico: los económicos. “Más que una motivación política o ideológica, estos grupos se movían por la delincuencia, para beneficiarse económicamente de una situación de inestabilidad e inseguridad”, asegura Pablo Sapag, investigador de la Complutense de Madrid y del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile. El profesor se refiere a mediados de 2011, cuando las organizaciones terroristas encontraron en los yacimientos una fuente inagotable de tesoros y financiación.

Conviene diferenciar entre tres tipos de explotación diferentes, pero que a la vez son eslabones de la misma cadena de destrucción. La primera tiene que ver con los daños colaterales de la guerra, “porque el ISIS utiliza morteros con un nivel de efectividad bajo”. La segunda -y más dañina- se corresponde con los mencionados saqueos en los yacimientos (una puerta directa al mercado negro de antigüedades). Y por último, la propaganda vestida de fanatismo que se cobra piezas de incalculable valor delante de una cámara. Estas dos últimas son las que traen a los profesionales de cabeza y que, paradójicamente, tienen más en común de lo que podemos pensar.

La lógica de la destrucción

En un orden lógico de hechos, nada relacionaría el ensañamiento contra las piezas de arte con su tráfico dentro del mercado negro internacional. Mientras exhiben la destrucción de un arte que tachan de inmoral, trafican bajo la mesa con el que les proporciona rédito económico. “La gente tiende a pensar que son formas de destrucción excluyentes, pero en estos momentos es casi imposible comerciar con arte robado”, Lavado explica que los mecanismos de control de la Unesco y la ICOM [Consejo Internacional de Museos] se activarían de forma automática.

Debido a esta dificultad al vender ilegalmente las grandes piezas, el grupo terrorista se centra en pequeñas monedas antiguas o mosaicos que venden a través de Internet o en las fronteras con Turquía, Líbano y Jordania. “Los objetos llegan a colecciones particulares e incluso a los traficantes de drogas, que las guardan hasta que puedan usarse para blanquear dinero”, explica el profesor. Aunque es una práctica arriesgada, un estudio de The Guardian demostró que únicamente el saqueo de la región de al-Nabuk suministró más de 28 millones de euros a las arcas del ISIS.

Cuando el mercado negro dejó de ser una fuente copiosa de financiación, el Estado Islámico recurrió a la fuerza bruta. Pero, de nuevo, nada fue fruto de la improvisación. “Si creéis en un solo y único Dios, debería indignaros que tales lugares de culto consagrados a otros ídolos estén presentes en tierras musulmanas”, enuncia a cámara un miembro del EI, segundos antes de pulverizar una estatua milenaria.

De esta forma propagan su desprecio hacia cualquier huella de la civilización que no se corresponda con su lectura fundamentalista del Corán, presumen de poder a través de la propaganda y destrozan la razón de ser del turismo hacia estas zonas. “Los sirios saben que la destrucción de patrimonio tiene mucho más valor que el histórico, por eso trabajan para protegerlo. Desde 2012, la Dirección de Antigüedades y Museos Sirios ha desarrollado un programa muy interesante para evacuar las piezas y llevarlas a lugares seguros”, aplaude Sapag. Un mérito que, aunque con apoyo internacional, solo se le puede atribuir a los locales.

Como ya decía John Ruskin en Las siete lámparas de la arquitectura, siglos antes de esta crisis cultural, no tenemos legitimidad sobre el patrimonio histórico. “No nos pertenece. Le corresponde a aquellos que lo construyeron, que se ganaron los elogios y les imprimieron un sentimiento religioso o cualquier otro que quería ser perdurable en el tiempo. Y no tenemos derecho a destruirlo”.