De un vaso de agua por 20.000 euros a una calavera de diamantes: los pecados del arte contemporáneo y sus pecadores
Un vaso de agua. En 2015, por los pasillos de ARCO no se hablaba de otra cosa que de un vaso de agua. Se trataba de una obra del artista cubano Wilfredo Prieto, a la venta por 20.000 euros en el stand de la galería española Nogueras Blanchard. La composición consistía en un vaso de cristal lleno hasta la mitad, situado sobre un pequeño estante de madera. Las críticas no se hicieron esperar. Aquello podía haberlo hecho cualquiera. Es más, ¿cómo podía considerarse arte algo así?
En realidad, en los pasillos de ARCO no se hablaba tanto de un vaso de agua como de los siempre difusos límites del arte contemporáneo. Un arte que fuerza la definición de sí mismo constantemente. Que no ata su significantes y significados a un objeto artesanal realizado por un creador, sino que convierte las ideas detrás de las obras en el asunto realmente valorado.
Para Óscar García García aquel vaso hablaba de eso, pero también era el ejemplo perfecto de un pecado muy humano: la pereza. Sobre este y otros pecados relacionados con el arte contemporáneo reflexiona este historiador del arte y director de PAC (Plataforma de Arte Contemporáneo) en Dios salve el arte contemporáneo (Paidós, 2020). Un ensayo de tono distendido y afán divulgativo en el que repasa las figuras más destacadas del panorama artístico a través de los siete pecados capitales.
De perezosos y cuadros blancos
En 1917, Marcel Duchamp envió a una exposición de Nueva York un urinario de porcelana firmado con el seudónimo R. Mutt, a modo de broma. La pieza fue rechazada por el jurado de la exposición, del que el propio Duchamp formaba parte. Pero la guasa se les fue de las manos y terminó convirtiéndose en una de las obras más elementales del siglo XX. Acababa de nacer el arte conceptual.
Duchamp introdujo, como diría Dom Cobb en Origen, el parásito más resistente: la idea de que cualquier objeto puede ser arte si el artista así lo declara. Poco más tenía que hacer: tener una idea y situarla en el contexto adecuado. No hacían falta valores que la modernidad ya trató de dinamitar como el oficio, la técnica o la artesanía. “Creo que el arte conceptual, ese que nos dice que lo más importante es la idea, más incluso que la propia pieza o la técnica con la que está elaborada, es perfecto para hablar de la pereza”, argumenta el autor de Dios salve el arte contemporáneo a elDiario.es.
A través de la pereza, García García nos habla de Wilfredo Prieto y su Vaso de agua medio lleno (2006). “Bajo su imaginario de aspecto sencillo, esconde la provocación”, cuenta el también especialista en tasación y valoración de activos artísticos. Esta pieza “pertenece a una serie de trabajos en la que experimentaba con la reducción máxima del objeto en busca de un concepto filosófico desde el accidente cotidiano”. En Vaso de agua medio lleno utilizaba la madera, el vidrio y el agua para realizar un alegato a favor de un optimismo irredento, valor que Prieto considera en franca decadencia en la actualidad.
Entre los perezosos y perezosas del arte, García García destaca también a Robert Rauschenberg y a Tracey Emin. Rauschenberg alcanzó relevancia mundial gracias a White Paintings (1951), una serie de pinturas absolutamente blancas, en las que “lleva el expresionismo abstracto a su mínima esencia”.
No era el primero en plasmar la ocurrencia: Kazimir Malévich también levantó polvareda con su Cuadro blanco sobre fondo blanco (1918), solo que según el historiador del arte “Malévich buscaba la abstracción total, mientras que Rauschenberg quería representar el silencio”. Aunque añade que “si lo pensamos fríamente, parece que ambos pintores querían tomarnos el pelo”.
De Tracey Emin su ensayo destaca la obra My Bed (1999). Una composición que era, literalmente, la cama de la autora expuesta en una galería londinense. Tras su segundo aborto, Emin pasó por un estado de depresión al borde de la catatonia en el que estuvo quince días sin salir de la cama, llenando el tiempo en el que estaba despierta con sexo y drogas. Esa misma cama en la que vivió aquella depresión es su obra más célebre, que quedó finalista del prestigioso Premio Turner en 1999.
De avariciosos y batallas de colores
Otro que gozó del favor de los Premios Turner fue Damien Hirst. Este artista de Bristol ganó el considerado máximo galardón del arte británico con The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (1991): un tiburón tigre embalsamado en un tanque de formol.
En Dios salve el arte contemporáneo Hirst figura como uno de los máximos exponentes de la avaricia como pecado del arte, junto a Jeff Koons y Anish Kapoor. No en vano, en 2007 Hirst revolucionó el mundo del arte con la obra For the Love of God, una calavera humana completamente rodeada en diamantes. Un total de 8.601 piedras incrustadas y perfectamente talladas que costó 20 millones de euros de hacer. Su precio de venta era de 72 millones, lo que la convertiría en la obra más cara jamás vendida. Pero tenía truco: “la obra fue adquirida por un fondo de inversores al que pertenecía el mismo Hirst”, cuenta García García.
Jeff Koons, al que García García llama “un alumno aventajado de Andy Warhol”, también resulta ser uno de los artistas avariciosos del ensayo. Su más célebre escultura, Balloon Dog, consiste en un perro realizado con globos y convertido en una escultura de acero inoxidable de 3'5 metros de altura. Una obra que se vendió por 58,4 millones de dólares en una subasta en Christie's. Así fue como Koons se convirtió en el autor de la obra más cara de la historia vendida jamás en una subasta, un título que ostentaría hasta 2018, cuando le superaría David Hockney con Portrait of an Artist (Pool With Two Figures) por 90 millones. Koons entonces se empeñó en volver a ostentar la corona del autor más caro de las subastas del arte, y lo consiguió apenas un año después con Rabbit, un conejo metálico vendido por 91 millones de dólares.
Anish Kapoor, por su parte, forma parte del trío de avariciosos porque “la avaricia, en su afán por poseer cuanto más mejor, además de la cantidad busca en ocasiones la exclusividad”, cuenta García García. Kapoor desarrolló en 2019 un material capaz de absorber un 99'9% de la luz. Lo hizo en colaboración con una empresa aeroespacial, lo llamó Vantablack y lo dio a conocer como 'el negro más negro que existe'. Solo que es un color del que tiene su uso en exclusiva. Nadie puede usarlo sin su permiso y actualmente solo lo utilizan empresas aeroespaciales, muchas con fines militares, además del propio Kapoor en sus obras.
La exclusividad le ha granjeado la antipatía de sus compañeros de profesión, que le tildan de egoísta en una profesión donde un material como el color es compartido por todos. Aunque el asunto ha dado no pocos hechos memorables: en 2016 el artista Stuart Semple lanzó al mercado su propia marca de rosa: el rosa más rosa conocido. Solo que este color está al alcance de todo el que lo quiera utilizar… excepto de Anish Kapoor. Semple dispuso que cuando cualquier persona comprase su color, debía firmar una declaración responsable en la que corroborase que el comprador no era Anish Kapoor ni tenía ninguna relación con él.
El arte de pecar
“El ser humano es un animal que quiere dominar sus pasiones e impulsos primitivos. Y cuando estos impulsos se reprimen se transforman muchas veces en pecados”, explica García García, “así que si tenemos en cuenta que nos valemos del arte para transmitir nuestros impulsos, ¿cómo no iba a ser el arte el canal perfecto para canalizar esas pasiones elementales?”.
El arte contemporáneo, Duchamp mediante, viene trabajando nuevos lenguajes, estéticas y formatos desde finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando el arte moderno y todos sus 'ismos' —expresionismo, cubismo, surrealismo, dadaísmo...— se diluyeron en el maremagnum de la posmodernidad.
De estos lenguajes hemos heredado obras de valor incalculable, pero también un ánimo constante de poner en cuestión qué es y qué no puede ser arte bajo ningún concepto. “El arte contemporáneo suscita constantemente esa cuestión. Para mí no es más que una forma de expresión”, define el director de PAC. “Y si una obra está hecha por un artista y se presenta dentro de un contexto vinculado al mercado del arte —una feria, una exposición, una galería...—, se puede considerar que es una pieza artística. Otra cosa es que sea una mala obra de arte”.
En su ensayo, García García elabora un discurso no exento de ironía en el que el arte contemporáneo es el vehículo de expresión del pecado. Es la forma que los y las artistas tienen de dejarse llevar por la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia. Un libro que nos acerca, de forma accesible y rigurosa, a la historia reciente del arte. Un texto tan polémico como optimista. Como un vaso de agua de 20.000 euros en una feria de arte en Madrid.
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