Víctor Ochoa descuelga el teléfono en su residencia de Boadilla del Monte mientras que, al otro lado, su mujer ayuda a parir a uno de sus 22 chihuahuas. De esa misma casa salió hace unos días la escultura Héroes del Covid-19 que cedió a la Comunidad de Madrid y que le ha convertido en pasto de burlas y críticas desde su inauguración en la Real Casa de Correos, sede del Gobierno regional, junto a Isabel Díaz Ayuso.
La pierna de bronce sobre la que descansa una máscara de esmalte blanco es, para este artista madrileño, como “el ser humano que se sobrepone de la angustia y la tragedia”. “El bronce sería la antigua humanidad y la parte de arriba el fantasma en el que nos ha convertido esta pandemia. Si te fijas no tiene rasgos, es un rostro ideal que nos representa a todos”, cuenta Ochoa, de 66 años. Aunque en su opinión es “el mejor emblema que podía tener el Covid-19”, no todos la comparten.
Los apelativos que ha recibido estos días su creación no han sido muy halagadores, pero el escultor presume de no estar atento a este tipo de comentarios. “No son mis guerras porque, una vez acabo mi trabajo y mi reflexión, la obra ya no es mía”, dice. Sin embargo, “dudo que nadie pueda decir que esta no es una magnífica escultura que intenta representar algo. No hay más que ver la pieza para darse cuenta de que tiene todo lo que nos ha ocurrido en esta crisis”.
El problema es que la polémica va más allá de gustos estéticos. A las pocas horas de ser inaugurada en el patio de Correos, se descubrió que hace tres años subió a sus redes sociales una pieza exactamente igual que la que hoy homenajea en Madrid a las víctimas de la Covid-19. “Tiene más de tres años, de hecho. En 1995 empecé una figura sobre un pie que intentaba escapar de los conflictos”, explica con honestidad. Para Ochoa, esto no invalida la carga metafórica de la actual, porque “el artista es quien decide cuándo se dan las circunstancias para exponer su obra”.
“Como ejemplos te diría que la Estatua de la Libertad no fue creada para Nueva York, sino para el Canal de Suez, ni el David de Miguel Ángel para la Plaza de la Señoría en Florencia. Hablando de piezas conmemorativas, pueden pasar perfectamente veinte años desde los primeros apuntes hasta que coge forma”, ilustra recurriendo a otra de sus obras: El zulo, un gigante de seis metros y dos toneladas y media que representa a las víctimas del terrorismo y que comenzó en 1990 aunque fue inaugurada en 2009 en Cartagena.
Antes de ser Héroes del Covid-19, la escultura era un fauno mitológico maldito al que Víctor Ochoa no encontraba significado. “La tenía guardada en mi casa hasta que un día la miré y vi un símbolo, un emblema de los miles y miles de personas que se han visto involucradas poniendo en riesgo su vida. Cuando tomé conciencia de que era la obra perfecta para definir esto, hice unos retoques, llamé a la Comunidad de Madrid para donarla y aceptaron”, explica.
Respecto a la ubicación, no niega que se imaginaba su escultura en el kilómetro 0 de Sol, pero admite que “en un exterior, bien por vandalismo o por lo que sea, sufriría muchos daños”, aunque tampoco esconde su decepción por la intimidad del acto de inauguración del pasado lunes: “Fue como echar agua en el desierto”.
“Al hacer una donación de este coste, tienes que estar muy convencido de que es una magnífica obra, que va a estar bien expuesta y que va a tener la imagen y la difusión que consideras justa para tu obra”, reconoce. Al preguntarle por el gasto al que hace mención, responde que “vale en euros lo mismo que los contagiados en todo el país, como 273.000”. Así que, “haberla donado y que no hubiese sido aceptada habría sido un palo, claro”.
Pero Víctor Ochoa es un viejo amigo de las administraciones públicas y admite que no necesita pasar por las vías oficiales para hacer este tipo de ofrecimientos. “Tengo una buena relación profesional a través de mis obras con presidentes, secretarios y entidades”, desvela. “Mis contactos son directos”.
Aún así, niega que la Comunidad de Madrid le haya favorecido con más promoción al estar gestionada por el PP, con cuyos gobiernos ha cerrado jugosos contratos: “Yo no ofrezco mi trabajo a un partido político, sino al pueblo de Madrid. Cuando pasen los gobiernos, si lo he hecho bien, esta pieza seguirá en Correos como imagen de lo que hemos vivido. Nadie se la va a llevar a su casa ni a su sede”, promete. Pero hay otros casos de hemeroteca que ninguna promesa puede borrar.
El peso de la etiqueta monárquica y política
El idilio de Víctor Ochoa con el arte, y más en concreto con la escultura, se remonta a 1982, después de haber estudiado arquitectura y haber viajado por Latinoamérica y Estados Unidos para matizar sus técnicas. Fue entonces cuando se licenció en Bellas Artes en Barcelona y, a los tres meses, consiguió su primer encargo como escultor. A pesar de pertenecer a una buena familia y ser sobrino-nieto del premio Nobel Severo Ochoa, no cree que su apellido le abriese puertas.
Con interferencia familiar o sin ella, Víctor Ochoa se convirtió en 1994 en uno de los nombres más famosos del sector en nuestro país al ganar un concurso auspiciado por el ABC de Luis María Ansón para realizar un busto de siete metros de bronce del padre del rey emérito, Juan de Borbón. La estatua que aún luce en el Campo de las Naciones no le costó una peseta al Ayuntamiento de Madrid, puesto que el periódico monárquico inicio un crowdfunding para sufragar el proyecto.
Fuentes cercanas a la cabecera en aquella época afirman que Ansón “obligó” a ceder una cantidad del sueldo a los jefes de la plantilla de ABC a modo de donación (a jefes de sección 15.000 pesetas, a redactores jefe 25.000 y a subdirectores 50.000). El entonces director se comprometió a agradecer uno a uno a todos los ciudadanos de a pie que se sumasen “al homenaje a uno de los más grandes españoles del siglo XX” y a publicar una lista con sus nombres, aunque admitió que entre los donantes había “un par de bancos y alguna entidad financiera aislada”. Recaudaron 40 millones de pesetas.
“Como he esculpido a muchos reyes, desde Alfonso XIII hasta el actual, dicen de mí que soy un escultor monárquico. Es un estigma que sigo teniendo”, admite Ochoa. Hoy en día, Ansón tiene un periódico llamado El imparcial en el que Ochoa escribe columnas de forma periódica. “Me pesan las etiquetas, como cuando dicen que tal gobierno del PP o tal otro me hacen encargos. Pero yo digo que no, eh. Trato de mantenerme al margen”, justifica.
El artista se refiere a piezas como la mencionada El zulo, que vendió al ayuntamiento de Cartagena, gobernado por el PP, por 740.000 euros en homenaje a las víctimas del terrorismo y que no estuvo exenta de polémica. Ocurrió también con la escultura de Jonás de Castellón, por la que el consistorio pagó 114.000 euros junto con otras dos, o con sus diversas colaboraciones con el ayuntamiento de Boadilla, tradicional bastión genovés. “Tener libertad para hacer una obra patrocinada por determinado partido político no me preocupa. Si me la financian, fenomenal. Me preocupo de que lo que ejecuto sea veraz, y yo nunca engaño”, responde Ochoa.
“Las etiquetas políticas son inevitables, pero llevan muchas complicaciones y no creo que sean reales en absoluto. Un escultor necesita el apoyo financiero de las entidades que en ese momento estén en el poder, pero su obra debe ser siempre verídica. Los gobiernos cambian y los políticos también, pero mi trabajo es solo el de escultor. Ninguno más”, concluye Ochoa.
De fondo se oye ajetreo y le divierte que conozcan a sus 22 chihuahuas: “Ya no nos podemos permitir más, imagínate cómo es estar aquí todos juntos”. La cuarentena sigue y, polémicas aparte, él continúa trabajando en su único sueño: “Construir una maravilla monumental”.