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Las violencias machistas que se te escapan en los cuadros del Museo del Prado

'Susana y los viejos', versiones de Paolo Veronés (1528, Museo del Prado) y Artemisia Gentileschi (1610)

Laura García Higueras

26 de mayo de 2018 20:42 h

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“Somos facilitadoras”, así se definen a sí mismas las integrantes del proyecto cultural y educativo Herstóricas que, desde hace un año, organiza talleres, paseos y visitas para visibilizar y valorar la aportación de las mujeres a lo largo de la historia.

Así, antes de comenzar el recorrido de hora y media por el Museo del Prado con el título Violencias machistas en el Prado, nuestra 'facilitadora' advierte que el paseo tendrá el debate como protagonista, al permitir interiorizar mejor la información que, además, se mezclará inevitablemente con las emociones de quien descubre una nueva forma, inclusiva, crítica y feminista de contemplar el arte.

La primera parada es la obra Los amantes de Teruel que Antonio Muñoz Degrain pintó en 1884. Para hablar de cada cuadro, se explica en primer lugar la concebida como historia oficial, para después releerla con una perspectiva diferente.

En este caso, sobre la descripción que reza lo siguiente: “El amor imposible de doña Isabel de Segura con el empobrecido noble don Diego Juan Martínez de Marsilla, la inútil espera de la enamorada durante cinco años del regreso de su caballero alejado en busca de fortuna, el desventurado matrimonio de la doncella con otro hombre impuesto padre y el trágico final de ambos amantes”. 

Tras la explicación, se abre la conversación sobre el concepto del amor romántico, entendido como un arma de control social. A lo largo de la historia, se ha asimilado el amor como aquello por lo que la mujer debe renunciar a todo, incluso la vida, teniendo como consecuencia una absoluta pérdida de autonomía.

El conflicto abordado en esta imagen de hace más de un siglo se mantiene vigente hoy en día, especialmente en los casos de violencia machista en los que las víctimas muchas veces no saben cómo abandonar a sus maltratadores. “El matrimonio es la institución donde más violencia sistemática se sufre”, comenta nuestra guía alternativa.

Sara López, Marta Casquero y Mariela Maitane son las tres responsables de Herstóricas, que nació a raíz de la amistad que forjaron en su estancia en Londres. Allí unieron su formación como delineante, historiadora y en marketing, además de su activismo feminista. Su interés por la historia de las mujeres dio paso a su necesidad de reivindicarla, hacerla visible y accesible.

En la capital inglesa comenzaron la aventura con un primer paseo llamado En busca de las Suffragettes. Con él, ampliaron las actividades sobre la lucha por el voto femenino en Inglaterra con una perspectiva más inclusiva añadiendo obreras, lesbianas o judías.

En su regreso a España decidieron continuar aquí, con actividades en Granada y en Madrid. Su primera propuesta fue En busca de las madrileñas. Espacios comunes, respondiendo al interés de saber cómo eran las mujeres que habitaban en la capital. “A las mujeres siempre se nos ha pintado una fama de enfadadas o de continua rivalidad entre nosotras, pero a lo largo de la historia hemos colaborado siempre”, afirma Marta Casquero.

Con sus actividades buscan “empoderarse en un espacio público como es el Prado o las calles, que no serán nuestros si no tenemos representación”, explica Sara López. Recuerda cómo, en una de sus visitas al Prado, un grupo de mujeres reconocieron sentirse muy bien por poder opinar dentro de una visita guiada, al ser habitualmente un acto unidireccional. “Queríamos romper con ciertos estereotipos históricos”, expone Casquero reconociendo cómo hoy en día es imprescindible dar una visión de género.

Mujeres representadas y representándose

“Si conociésemos a más mujeres artistas, podríamos saber cómo veía la mujer la sociedad igual que la hemos visto siempre con la perspectiva masculina”, aclara la facilitadora ante el cuadro de Paolo Veronés, Susana y los viejos, de 1580.

En él, dos hombres mayores, muy bien vestidos y con expresiones amables en sus rostros, observan a una mujer desnuda, a medio tapar por una tela, que se está duchando con un collar de perlas y el cabello perfectamente peinado. Podría decirse que hasta en una postura sensual e insinuadora.

En la realidad, los ancianos irrumpieron en el baño de la mujer al haber quedado sorprendidos por su belleza y ésta rechazó mantener relaciones sexuales con ellos. Ambos decidieron vengarse acusándola de adulterio.

Ahora bien, ¿representaría una mujer de igual modo una escena de acoso? Artemisia Gentileschi, la primera mujer en conseguir entrar en la Academia de Bellas Artes de Florencia, lo hizo en 1610.

En su cuadro, contra la representación de una Susana coqueta y frívola, en actitud de flirteo ante los viejos, la muestra como vulnerable y asustada, encogida tratando de alejarse de los dos ancianos que, aquí sí mostrados prácticamente encima de la mujer, acorralándola. La pintora, además de contar con un excepcional talento, sufrió en sus propias carnes una violación por parte de sus primeros maestros. La BBC incluye su relato en el proceso legal:

"Cerró con llave la habitación y después me tiró sobre la cama, inmovilizándome con una mano sobre el pecho y poniéndome una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos y me levantó las ropas, algo que le costó muchísimo trabajo. Me puso una mano con un pañuelo en la garganta y en la boca para que no gritara (…). Yo le arañé el rostro y le tiré del pelo".

A pesar de la crudeza de su descripción, la artista tuvo que sufrir cómo su testimonio fue continuamente puesto en duda, además de ser sometida a un humillante y exhaustivo examen ginecológico. También se le aplicó la sibilla; procedimiento por el que los pulgares de la víctima se colocaban en un instrumento que los inmovilizaba, con el objetivo de aplastarlos lenta y progresivamente.

Antes de terminar el juicio, se vio obligada a concertar matrimonio con otro pintor al que ni conocía para salvaguardar su honra. Una mujer que sufrió lo indecible para probar su violación, que contó con la desaprobación pública y ante la que no se hizo justicia. ¿Demasiado actual?

Ella es uno de los ejemplos de las mujeres que, como señala López, “han utilizado el pincel o la literatura para aportar, criticar y denunciar”. Según informó el Museo del Prado a El Huffington Post en marzo, de las 1.160 obras expuestas, solo seis han sido realizadas por mujeres, que pertenecen a tres únicas pintoras: Sofonisba Anguissola, Clara Peeters y la citada Artemisia Gentileschi. 

Una situación insostenible para las fundadoras de Herstóricas: “Nosotras no hablamos de que haya que quitar obras, simplemente ampliar. La historia no está completa y hace falta incluir a más mujeres artistas. Se deben integrar otras visiones”.

Educando miradas críticas pero no estereotipadas

En el último cuadro de nuestro recorrido, nos detenemos ante la obra de Juan Carreño Miranda de 1680, Eugenia Martínez Vallejo, vestida. En él aparece una niña obesa con el rostro apagado. En vida, fue conocida como “la niña monstrua de los Austrias”, que, en realidad, padeció el síndrome de Prader – Willi, una enfermedad genética entre cuyos síntomas se encuentran la obesidad mórbida, el hambre insaciable y un ligero estrabismo que le llevó a morir con tan sólo veinticinco años.

La imagen sirve para reflexionar sobre cómo miramos la gordura. Aquí las dimensiones de Eugenia parecen convertir su cuerpo en una cárcel de la que no puede escapar y que además le obliga a acaparar las miradas extrañas de quienes la rodean.

En un momento en el que impera la dictadura de la delgadez y la gordofobia, una obra como ésta puede causar sentimiento de repulsión, algo que no hace más que incrementar el malestar de las personas que son consideradas gordas por, como señala Marta Casquero, “no cumplir el cánon de belleza que se nos impone a las mujeres”.

Por desgracia, esta mirada de rechazo se mantiene vigente en nuestros días. Ambas fundadoras de Herstóricas insisten en la importancia de la educación a la hora de enseñar desde pequeños a no condicionar la mirada por los kilos o las tallas. Ellas mismas se han escandalizado al escuchar a otras guías con visitas de niños en el museo, en concreto al describir Las tres Gracias de Rubens. 

En una ocasión, una guía preguntó a los niños qué veían diferente en el cuadro. Nadie respondió. La guía volvió a preguntar en otras dos ocasiones sin recibir respuesta, a lo que ella misma sugirió “están un poco gorditas, ¿no?”.

Ante tal situación Sara López expone: “Imagínate que hay una niña que estaba pensando que el cuadro le estaba gustando, y que nunca se había planteado que ella pudiera ser considerada gorda, ya la has jodido con sólo seis años”.

Casquero se topó con otro grupo en el que la palabra gorda fue pronunciada entre siete y ocho veces como si no hubiera nada más que contar de la obra pictórica. “De los cuerpos diversos se puede hablar de miles de maneras. Aprovecha y habla a los niños y las niña de la belleza que suponía. No se puede hablar a los críos de las mujeres rellenitas cuando tenemos unos problemas con los desórdenes alimenticios y las inseguridades por el físico muy graves”, sentencia.

En su proyecto, cuentan también con el paseo infantil Menudas Herstóricas, tratando de aportar un punto de vista diferente visibilizando a mujeres que puedan ser una influencia positiva para este público.

Violencia de género, cultura de la violación, mansplaining, gaslighting, cosificación del cuerpo femenino, ideal de amor romántico o el foco sobre las víctimas y no sobre los maltratadores son sólo alguno de los temas que desde Herstóricas tratan en sus diferentes propuestas con las que buscan “dejar la inquietud para que querer seguir buscando información sobre ellos”. Abren puertas para impulsar, difundir y promover los valores de igualdad de género real y efectiva en todos los ámbitos.

Lo analizado en los comentados cuadros del Museo del Prado es igualmente aplicable a la ingente cantidad de imágenes que nos rodean en la actualidad, ya sean anuncios de publicidad, programas de televisión, fotografías o los propios carteles de las películas.

Pongamos como ejemplo el del filme de Paolo Sorrentino La Juventud, de 2015. En él, dos hombres mayores cubiertos por el agua de una piscina por encima del pecho observan seducidos a una mujer que se muestra en primer plano de espalda, sin rostro, desnuda y descubierta hasta las nalgas.

“Directamente no se enseña ni su cara, se la trata como un objeto. Es asqueroso y una clara muestra de que se sigue reproduciendo”, alarma Marta Casquero. Visto lo visto, queda mucho por hacer y mucha mirada que educar.

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