Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Los 'yōkai', un paseo entre monstruos por el Japón de los horrores

José Antonio Luna

“Había una vez una vieja en la montaña que se dedicaba decapitar a los viajeros y a pasear con sus cabezas cortadas”, es como comienza una historieta que formó parte del Japón fascinado por lo sobrenatural. Los protagonistas habituales eran arañas gigantes que devoran humanos o samuráis que decapitan demonios, entre muchos otros. Reciben un nombre: los yōkai.

El legado de aquellos monstruos representados en el Periodo Edo (de 1603 a 1868), ya sea en telas o en papel, continúa hasta nuestros días a través de películas de anime, como Paprika o El viaje de Chihiro, y en mangas como los realizados por Shigeru Mizuki. Fueron el origen de una iconografía nacida de la imaginación, pero también del temor a la naturaleza y de la sensación de que, en cualquier momento, un ser terrorífico podía emerger de las aguas.

La muestra Yōkai: iconografía de lo fantástico disponible en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) hasta el 23 de septiembre es un paseo entre todos estos monstruos. Además, cuenta con ejemplos de copias realizadas del Desfile nocturno de los cien demonios, un rollo atribuido Tosa Mitsunobu considerado pionero en el reflejo de estas criaturas. Con él, comenzó la procesión del horror en Japón.

El desfile nocturno de los 100 demonios establece el origen de muchas iconografías de monstruos. La versión más antigua es de principios del siglo XVI, pero seguramente ya era copia de otras anteriores”, explica a eldiario.es Daniel Sastre, profesor de arte japonés en la Universidad Autónoma de Madrid y comisario de la muestra junto al académico Yumoto Kōichi.

La obra de Mitsunobu es como la piedra de Rosetta de los esperpentos, la cual ha sido copiada numerosas veces por diferentes artistas japoneses. Algunos, incluso aprovechaban para añadir sus propias quimeras o cambiar su orden de aparición y así continuar con el extenso catálogo. El método de lectura era sencillo, pero efectivo: ir desenrollando el tubo de papel hasta llegar al final, donde normalmente aparecía una gran bola de energía que terminaba de apaciguando a aquellas almas torturadas. “Los rollos más pequeños pueden tener tres o cuatro metros, mientras que los más largos pueden llegar a 15 o 16 metros”, aclara Sastre.

La exposición se encuentra dividida en tres capítulos, como si de una novela se tratara: el primero, que ahonda en las diferentes formas de representar los yōkai; el segundo, centrado en los rollos ilustrados del desfile nocturno anteriormente mencionado; y el tercero, que trata de la expansión del mundo de los monstruos y las historietas derivadas de esta cultura.

La enciclopedia de las bestias

Sin embargo, los rollos fueron solo una parte de un rico catálogo que tuvo su punto álgido entre el siglo XVII y el XIX. ¿Por qué? “El país vive un momento de paz interna a nivel político en el que tampoco se encuentra metido en ninguna campaña externa, es una época de relativo aislamiento”, menciona el comisario antes de señalar otro factor determinante para este hecho: la alfabetización. “Desde pequeños están obligados a estudiar. Aunque fueran conocimientos rudimentarios todos tenían nociones básicas de lectura, lo cual provocó un gran desarrollo del mercado editorial”, añade.

Uno de los autores destacados de aquella época es Toriyama Sekien, responsable de un libro que a pesar de su sencillez acabaría convirtiéndose en un superventas. Se trataba, básicamente, de una enciclopedia de monstruos en la que cada uno aparecía con su nombre y dibujo. Según Sastre, “esto llamó mucho la atención” de los japoneses, hasta el punto de que “otros artistas empezaron a inspirarse en todas las criaturas recogidas en aquel bestiario”.

Hasta llegaron a crearse categorías, como es el caso de los tsukumogami. “Son diferentes objetos cotidianos que empiezan a animarse, a tener ojos, a tener manos… Está relacionado también con las creencias sintoístas japonesas, de lo animista, de que todo es susceptible de tener un espíritu”, considera el profesor. De hecho, continúa diciendo que todavía hoy algunos japoneses rezan cuando desechan un objeto para “apaciguarlo”, ya que si no podrían volver a la vida y acabar con su dueño.

De monstruo a monstruo y tiro porque me toca

Las criaturas también salieron del papel para llegar en forma de vasijas, textiles e incluso de tableros para juegos de mesa. Es el caso de los guardamanos de las katanas (tsuba), las cuales también fueron decoradas de esta forma. “Cuando llegamos al siglo XVIII ya no hay guerra, pero todavía quedan muchos samuráis que tienen piezas muy decoradas precisamente porque se ha convertido en un símbolo de estatus más que en un elemento para pelear”, comenta el docente.

Uno de los monstruos tallados en esas tsubas es el conocido como Kappa, un demonio que habita en los ríos y ahoga a todo aquel que pase por su lado. Además, cuando sale de las aguas tienen como costumbre retar a los viajeros a un combate, pero no uno cualquiera: de sumo. Como puntualiza Sastre, solo hay una forma de derrotarle: “Es siendo educados con ellos. Si les saludas, entonces hacen una reverencia y se les cae el agua que tienen en la cabeza, que es donde tienen el poder”.

La mitología llega incluso a la indumentaria propia de los bomberos de Edo (nombre de Tokio hasta 1868). Estos empleaban chaquetas de algodón que, una vez empapadas con aguas, eran utilizadas para adentrarse en las llamas. De esta manera, para añadir reafirmar lo heroico del acto, incluían imágenes de animales o guerreros que ejemplificaran la fuerza. “Estas chaquetas son reversibles, y hay una teoría que decía que iban a combatir el fuego con los dibujos hacia dentro y que si tenían éxito le daban la vuelta”, explica Sastre sobre una hipótesis que contrasta con otra algo menos épica: la de que simplemente eran dibujos para hacer desfiles ceremoniales.

Ya sea a través de vestidos o de libros, los yōkai llegaron a Asia para quedarse. Y, con ellos, todas las historias que les rodean. Se ven alterados hasta cuentos populares como el de Momotaro, un niño que nace de un melocotón y llega a una isla para derrotar a unos demonios. En uno de los rollos ilustrados de esta exposición el arma de Momotaro cambia por completo: derrota a las criaturas con pedos. Incluso en un mundo dominado por lo malvado, por esqueletos o brujas, todavía queda espacio para el humor.

Etiquetas
stats