Valiente y prometedora, la artesanía española está a la cabeza de la europea, gracias a primorosas manos que trabajan la tradición y el conocimiento ancestral de generación en generación, de la delicadeza de un bordado sevillano a la solidez de una escopeta vasca, piezas reconocidas en todo el mundo.
“Nuestra artesanía es de altura, encabeza la artesanía europea, es motivo de orgullo”, explica hoy a Efe la editora Mariana Gasset, quien asegura que ahora en la artesanía española se valora en todo el mundo.
El libro “Artesanos -El buen hacer español”, editado por Turner, viaja libremente por la geografía española y los diversos conceptos de la artesanía que engloba desde la marroquinería de Ubrique, hasta las alfombras de esparto de Antonia Molina, pasando por las telas de lenguas mallorquinas, la cerámica de Sargadelos, las mantas de Ezcaray o el cristal soplado de la Real Fábrica de la Granja.
Oficios que hablan de tradición familiar, de cariño por el trabajo bien hecho, de calma y de lentitud. “Son manos artesanas con dedicación exclusiva a una producción limitada”, cuenta la editora, quien reconoce que “ha sido un auténtico lujo descubrir manos tan laboriosas como críticas que llegan a rozar el arte”.
Y entre ellas surgen las de Francisco Carrera Iglesias, el único bordador formado en la tradición de la Semana Santa sevillana que se ha adentrado en el mundo de la moda de la mano de Victorio&Luchino.
Una profesión a la que llegó más por devoción que vocación y amor a la aguja. “A principios de los 80 no estaba bien visto que un hombre enhebrara una aguja”, explica Carrera Iglesias.
Devoto, “muy de devoto” y nacido en el humilde barrio de Sevilla, el Cerro del Águila, a Francisco le dolía que su virgen, la de los Dolores, no tuviera un ajuar importante y lujoso para lucir durante las procesiones.
En la sevillana calle de San Isidoro, tiene un pequeño taller de apenas setenta metros, con seis empleados que se desviven por adaptar el bordado clásico y sacro a las exigencias de la moda de lujo actual.
“Desde principios de los 90 bordamos mantones de manila para los clientes de Loewe”, dice Carrera Iglesias, quien revela que “en cada mantón trabajan cuatro personas durante tres meses”.
Sus miles de precisas puntadas no se detienen en esta firma de lujo, sino que también realizan los rupturistas y bellísimos bordados que Josep Font firma para DelPozo.
No ha sido fácil elegir a los quince artesanos reflejados en el libro. En la elección “ha primado el saneamiento económico de la empresa y que el artesano exporten, que mire al exterior”, cuenta la editora Mariana Gasset.
Entre ellas se encuentra “Mantas Ezcaray”, una empresa que hoy regenta la tercera generación de Cecilio Valgañón quien con un viejo telar y las cristalinas y neutras aguas del río Oja obró el milagro de crear tejidos con una luminosidad especial.
Ahora sus mantas, bufandas, chaquetas, ponchos y echarpes se venden en todo el mundo y se sitúan en los exclusivos almacenas Bergdorf Goodman de Nueva York con etiqueta propia.
Aunque esta empresa también trabaja la lana merina extrafina para terceros como Hermés, Carolina Herrera o Armani Casa.
De los talleres artesanos españoles salen objetos singulares y de enorme belleza como la cerámica experimental de Apparatu, creada por Xavier Mañosa, un diseñador industrial que en un principio renunció a las raíces alfareras de sus padres, una raíces en las que hoy ahonda para crear nuevas piezas.
Tras producir juegos de toda la vida como la oca o el ajedrez, Javier Bermejo, junto a su sobrinos Andrés y Pablo Carrascal crearon Pico Pao, una empresa dedicada a la creación de juegos artesanales que fomenta un ocio más intelectual sin depender de ninguna regla, y con puntos de venta en el MoMA de Nueva York, el Museo Británico de Londres o las tiendas de marca Paul Smith.
“Todas estas manifestaciones culturales son un orgullo que abandera la marca España”, concluye Mariana Gasset.