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RUIDO Y SILENCIO

Autumn Leaves

Chet Baker (1929–1988), en 1983.
18 de octubre de 2024 22:36 h

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Entra el otoño, como un presentimiento; las hojas caen sobre la lluvia y me da por pensar en lo bella que resulta la tristeza cuando viene acompañada por la música de Chet Baker. A veces tengo esas cosas mientras el último cigarrillo se consume con el asalto  de los recuerdos y escucho Autumn Leaves, la canción que Chet Baker grabó junto a Ruth Young, su novia, antes de que la heroína los separara, despacio, sin hacer ruido, como una tela gastada que se rasga por donde más duele. 

Es la melodía del músico que toca por el precio de sus vicios y que se deja llevar como un tren descarrilado a una vía muerta. Hay cierta tendencia a la derrota en el otoño, una estación crepuscular y lenta que sólo la iguala una canción de jazz como esta. Mi memoria sentimental se dispara cada vez que escucho la voz arrastrada de Chet Baker entonar las primeras notas. Entonces, vuelvo a salir a la lluvia envuelto en un estado de ánimo tan literario como urgente, y busco a alguien que me venda un gramo de felicidad para seguir escribiendo estas y otras cosas mientras tarareo el amargo sabor de la canción que hoy me trae hasta aquí.  

La primera vez que escuché Autumn Leaves fue en el salón de mi casa, que llamábamos “cuarto de estar”, y fue en un disco de Yves Montand que ponía mi viejo cuando le daba por contar las hojas que caían tras el cristal salpicado de lluvia, y en sus ojos asomaba la alucinada soledad que luego terminó con su vida. Les Feuilles Mortes.

Yo entonces quería ser como Scott Fitzgerald, un hermoso y maldito escritor capaz de trasladar las sensaciones más profundas a la superficie de un papel en llamas. Hay mucho de Fitzgerald en Baker y mucho de Baker en Fitzgerald, como si la prosa exquisita del Gran Gatsby se adelantase a la melodía suicida y estupefaciente del hombre que tocaba la trompeta con la abandonada liturgia que trae un pico de heroína. 

Los dos murieron por encima de sus posibilidades, el uno sin encontrar su nombre en las librerías; el otro, cobrando menos de lo que pagaba por sus vicios, dejando el sonido de la saliva y el llanto pegado, como una costra, al filo de su trompeta. Cualquiera que apruebe unas asignaturas puede ser ingeniero de caminos, abogado o politólogo. Para periodista todavía se necesita menos que eso. Por el contrario, no cualquiera puede escribir como Fitzgerald o tocar la trompeta como Baker, dos artistas tan parecidos como iguales, siempre a punto de ser tragados por el abismo de su propia destrucción. Al final lo consiguieron.

Cuando vuelvo fumado a casa y mis pisadas resbalan con las hojas del otoño, los fantasmas me salen al paso y se cruzan por mi camino al compás de Autumn Leaves; una canción que se deja improvisar; una bella canción de amor que consigue que la muerte deje de ser eterna. 

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