Jose Oliva
Barcelona, 11 nov (EFE).- El artista mallorquín Miquel Barceló, que acaba de publicar su libro de memorias 'De la vida mía', considera que “la pintura es como Drácula, siempre se habla de su muerte, pero siempre resucita”.
En un encuentro con la prensa en la capital catalana, Barceló ha recordado que, cuando era joven y “oía decir que la pintura ha muerto, pensaba, ¡qué putada!, ahora que comienzo yo”.
En 'De la vida mía' (Galaxia Gutenberg), Barceló habla por primera vez de su vida a través de sus carnés, su pintura, sus dibujos y una larga serie de textos sobre su infancia, sus padres, su Mallorca natal, su relación con el mar o con los animales.
“Pintar, nadar, leer. Hago eso desde que tengo memoria. Pero también escribo. A veces. Lo menos posible, pero siempre demasiado, como por desgracia, ahora, aquí”, confiesa en el inicio del libro el artista, que escribió en francés, que “leo bien y escribo mal, mi latín particular”.
Como muchos artistas, Barceló también aspira a cambiar las conciencias del mundo a través de su obra, pero “hace falta tiempo”, exclama, consciente de que el mundo ha virado a peor, especialmente en la conciencia ecológica sobre el cambio climático, hasta el punto de que cree que ahora “parece que la historia se repite como una farsa”.
“Soy un buen lector y un mal escritor y si tuviera aspiraciones de escribir, lo haría en catalán”, señala un Barceló que confiesa que “poco de lo que leo me gusta” y ahí menciona a Verlaine, Proust, Montaigne, Savitzkaya, Stendhal y Modiano.
Evocando las palabras de Rodrigo Rey Rosa, que decía que “en el Purgatorio obligan a leer las novelas tardías de Vargas Llosa; en el Infierno, las de Coelho, y en el Paraíso tienen a Borges, pero no es de lectura obligatoria”, Barceló comenta que él querría que estuvieran Sciascia, Stendhal y Proust, en las tres plantas“.
'De la vida mía' nació hace un par de años cuando el artista sintió que era el momento de mirar atrás, pero nunca pensó en hacer un dietario; y a pesar de haber conocido a muchas personas famosas, rechazó cualquier concesión a la vanidad: “Tengo fotografías con gente importante como Warhol o Basquiat, pero no las hemos incluido porque no tienen interés”.
Sí ha cultivado cierto fetichismo, como cuando fue por primera vez a París visitó todos los lugares por los que había pasado y creado Picasso, también visitó los talleres de Pollock o De Kooning, pensando que “siempre hay algo como mágico en sus espacios de artistas”.
Y esa misma magia está en el taller parisino de Bramsen, donde siempre hace sus litografías, “con la esperanza de algún día toparme con la misma piedra que Cézanne, que también utilizaron Bonnard, Jorn, Saura y Topor”, apunta.
Barceló nació en 1957 en Felanitx, “justo antes de la explotación turística de la isla” (Mallorca) y por eso entonces su pueblo era parecido al de 1857 y no muy distinto al de 1757; sin embargo, lamenta, “en 1982, ya nada era igual, en veinte años cambió más que en dos siglos”.
Vivió los últimos años de la vida agrícola, “antes de la debacle, primero del turismo, y luego del euro, que acarreó la destrucción casi absoluta de la cultura tradicional” y también del Mediterráneo.
Considera Barceló que su pintura está ligada a la infancia y en Mali, con los dogones, sintió que se reencontraba con el mundo de su infancia: “Lo que no absorbí a los diez años, lo aprendí con ellos. Fue mi mili, mi refugio, mi bachillerato”.
A lo largo de las páginas del libro surgen sentimientos e impresiones sobre asuntos de lo más variopinto, desde la ensaimada o la sobrasada, a su madre de 96 años bordadora, que además fue con la que se inició en la pintura, el viaje a Portugal en 1984 que hizo con Javier Mariscal, o la mala relación con su padre, aunque reconoce que le enseñó el nombre de los árboles, los pájaros y los peces, y ahora planta árboles como él.
Barceló ha tenido miedo de pintar siempre lo mismo y por eso, quizá, encara aún hoy el proceso creativo con “angustia y exaltación”, desde el convencimiento de que “nunca estás contento con lo que pintas”.
Resta importancia a la vinculación de su obra con los lugares en los que ha estado: “No creo que hubiera pintado peor si me hubiera quedado en Felanitx, yo salí de la isla por una necesidad vital”, concluye.