Las barreras de ser cómica en España: cuando llenar una sala de mujeres no es suficiente para la industria

Andrea Atanes

2 de mayo de 2021 23:31 h

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“Es escandaloso que no exista un solo programa de comedia en este país presentado por una mujer”, dice con voz entrecortada Victoria Martín a causa del tráfico, mientras conduce de camino a casa y responde a elDiario.es. Esta frustración que sentían tanto ella como su compañera Carolina Iglesias, fue lo que las llevó a unir fuerzas para crear, protagonizar, producir y emitir la serie Válidas en plena primera ola de la pandemia. Poco después y aún en confinamiento domiciliario, en búsqueda de una válvula de escape para dar salida a todo el burbujeo de su cabeza; y también, queriendo contar aquello que no habían logrado integrar su primer proyecto de ficción, nació el podcast Estirando el chicle.

A través de sus redes, fueron nutriendo a una audiencia ávida de más y más humor irreverente hasta que, tras firmar con Podium Podcast, lograron posicionarse en el top 3 de los programas más escuchados en Spotify España, una lista por la que se pasean a sus anchas los cómicos de más renombre de nuestro país, pero que solo frecuentan ocho mujeres entre los primeros 50. 

Tanto es su éxito que, después de un tiempo haciendo reír a través de la pantalla, el dúo se lanzó a los teatros del país, con una gran acogida: su última venta de entradas se cerró en 20 minutos. Con el patio de butacas al 50% de su aforo y las carcajadas cubiertas por mascarillas, intentan demostrar que la cultura es segura. “Lo hacemos también por salud mental, para ayudar a que la gente pueda tener un espacio para salir, reírse y estar un rato con sus amigas”, asegura Martín.

Al salir del confinamiento, las humoristas lanzaron su “proto podcast”, que grababan en el jardín de los padres de Martín, con unos micrófonos comprados por internet, aprendiendo ellas y su equipo (formado por otras dos personas) sobre la marcha. “Como hemos aprendido a trabajar en pandemia, luego será acostumbrarse a la vida sin COVID”, explica Iglesias. Tras muchas videollamadas y horas al teléfono, todo fue tomando forma y ritmo, hasta lo que es hoy.

Mola que cuando salen proyectos hechos por mujeres, el público les de la razón, y las eleve al lugar donde la industria les ha posicionado a ellos

“Mola que cuando salen proyectos hechos por mujeres, el público les de la razón, y las eleve al lugar donde la industria les ha posicionado a ellos”, comenta Iglesias, y aunque se siente feliz por el éxito alcanzado, matiza: “No hemos logrado entrar en lo mainstream, si fuéramos hombres estaríamos en otro punto”. Tras años dentro de la rueda del espectáculo, la cómica denuncia una falsa sensación de aperturismo asegurando que, si bien es cierto que ahora hay más mujeres produciendo y siendo protagonistas de cultura, es porque “antes había cero y ahora hay dos”. La presentadora trata de moderar su indignación, pero le resulta imposible: “Nos lo tenemos que currar el doble, demostrar constantemente que lo hacemos bien, que trabajamos para ello, que somos profesionales. Hacen falta otros referentes”.

Fueron cómicas como Eva Hache, Ana Morgade o Patricia Conde en España, o Sara Silverman y Ali Wong cruzando el charco, las que las inspiraron a contar sus vivencias a través del humor, porque, según Iglesias y Martín, toda la producción cultural sobre mujeres se ha hecho por hombres. El título de “comedia femenina” al humor producido por ellas es, para Martín, una división que viene por parte de la industria audiovisual. 

Ambas llevan años trabajando por hacerse un hueco en el sector y sienten que más que techo de cristal, se han topado con uno de cemento

Al irrumpir en un coto masculino, han querido vallar la parcela para ellas, ponerles un parque de juegos: “¿Qué importa si solo me ven mujeres? Somos el 52% de la población. El problema es que, como dice siempre Henar Álvarez, la validación te la tiene que dar un hombre”. A lo que Iglesias añade, entre lo que suena a una sonrisa de hastío: “El concepto 'para mujeres' me parece absurdo. Hablamos de cosas que nos pasan a nosotras, pero es que llevamos toda la vida escuchando chistes de masturbarse”.

Martín, que ya ha llegado a casa después de una larga conversación, se suma a la declaración de intenciones de su compañera, ahora sí, con muchas risas: “Estoy harta de que un gilipollas me cuente un chiste de mierda y tener que reírle las gracias. No me voy a reír más. Creo que deberíamos hacerlo todas, no reírnos más”.

Ambas llevan años trabajando por hacerse un hueco en el sector y sienten que más que techo de cristal, se han topado con uno de cemento, un ascensor al que le faltan números para llegar a las plantas donde se toman las decisiones ejecutivas. “Animamos a las mujeres a que hagan cosas juntas. No podemos desistir, ni renunciar a estos espacios, porque también son nuestros” exclama Iglesias, aunque admite que el panorama le resulta atroz ya que hay infinidad de compañeras con oportunidades que son mínimas.

“Hoy hago humor antirracista, mañana no lo sé”

Asaari Bibang se metió en comedia para contar su propia historia, la que desde el mundo del cine no le dejaron contar, ya que, como ella misma relata en su monólogo: “Yo no tengo representante, tengo 'madame', porque en el cine solo me llaman para hacer de puta”. Por lo tanto, decidió buscar por su cuenta esos espacios que la cámara le negaba por ser mujer negra. “Al menos podía hacerlo a mi manera. Tenía muchas ganas de hacer comedia, y en lo audiovisual todos los papeles eran iguales, así que decidí lanzarme”. 

Su participación en el proyecto 'Riot Comedy Fem', creado por la humorista Penny Jay, la catapultó a los programas de mayor audiencia. La Riot es un espacio reservado solo para mujeres monologuistas, un escenario seguro en el que sentirse empoderadas para poder contar sus historias y demostrarse a sí mismas que podían hacer reír, que lo que fallaba eran las ideas preconcebidas del público. “No existe humor de mujeres y humor de hombres. Cuando hago un chiste, igual a ellas les hace más gracia por empatía, pero no nos reímos por turnos en una mesa”, bromea la cómica.

Asaari Bibang denuncia que las personas negras solo parecen estar presentes en el mainstream para hablar de racismo

En su monólogo Humor negra, Bibang repasa vivencias con las que, de alguna forma, revuelve conciencias a la vez que hace reír. Sin embargo, dice no sentirse cómoda con la etiqueta de “cómica antirracista”, ya que supone un encorsetamiento para hablar de cualquier otro aspecto que no sea el racismo: “Es limitante. Yo escribo sobre mis experiencias, sobre mi vida, sobre actualidad. Quizá por eso me ha nacido este texto, por el momento que estamos atravesando, pero mañana escribiré una cosa diferente, seguramente un humor más cotidiano”. 

Denuncia que las personas negras solo parecen estar presentes en el mainstream para hablar de racismo, algo que, afirma, “resulta tremendamente doloroso”. “Es como ser víctima de una violación y que te estén haciendo testificar todo el rato”, sentencia. Lo define como un callejón sin salida en el que expresarlo emocionalmente es un calvario y si se hace, las críticas son continuas y las puertas al mercado laboral se van cerrando.

Sátira para soportar la precariedad

Inés Hernández es otra mujer que encontró en la comedia la forma de expresar aquello que no podía por otros medios. Tras licenciarse en derecho, habiendo seguido todos los pasos preestablecidos y marcados que le prometían un futuro profesional ambicioso, se encontró intentando penetrar en un mercado laboral precarizado “a golpe de LinkedIn” y encadenando contrato tras contrato que solo rozaba el SMI.

Con todas estas divagaciones, Hernández iba inundando sus redes sociales y, gracias a su retórica y claridad, por decir las cosas como antes no se habían contado, se hizo un hueco. Dejó su trabajo para presentar un programa en Playz y, al mismo tiempo, recorrer el país con su amigo Galder Varas con su show “Ni Puta Gracia”, nombre eternamente provisional, pero al que le han cogido cierto cariño “a pesar de la misoginia que encierra”, comenta entre risas.

Todo esto mientras espolvorea críticas sociales y políticas en su Instagram, que corren como la pólvora por la red y se comparten de forma masiva. “La comedia es una cosa muy seria que tiene un código interpretativo de la realidad que estás viviendo”, asegura Hernández. “Yo vivo en un barrio obrero, humilde, en el que en cuanto te das una vuelta encuentras una cola de comida o un mitin de Vox. Todo es un cuadro así que es una forma inteligente y legal de reivindicar” comenta, quien en un reciente video aseguraba que la formación de Santiago Abascal se basa en unos principios “absolutamente anticonstitucionales”. 

Cree que “la mediocridad política actual” proviene de una incapacidad por parte de la sociedad de no soportar lo que se salga de lo estándar: “El sistema no te deja el propio espacio de reflexión para entender lo que está pasando a tu alrededor y decir 'en mi nombre, no'”. Una situación que, para la cómica, hace que se rechacen los programas de los partidos incluso por falta de tiempo, más aún con las elecciones del 4M a la vuelta de la esquina: “Llegas a tu casa después de 9 o 10 horas de trabajo, te tienes que desinfectar porque hay una pandemia mundial, darle un potito a tu hijo, descansar 20 segundos, quitarte los restos de esmalte de las uñas e irte a dormir. Tenemos un sistema bastante deficitario y en consonancia, a los políticos”, explica.

Por ello, no duda en hacer un posicionamiento activo en política, ya que considera clave un activismo agudo en una izquierda “tan cismada como la que tenemos en Madrid”, asegurando además que “se están vendiendo valores obreros y es una mentira, es un liberalismo feudal encubierto”. “En Madrid somos seis millones de habitantes y en un año de pandemia, la gestión ha sido nula”, asevera. Dice entender el hastío del circo político, sin embargo, sigue enfocada en utilizar su altavoz para buscar la movilización porque entiende que la sociedad española tiene una postura muy resignada ante la realidad.

Con todo, Hernández se ha tenido que enfrentar a los mismos juicios que sus compañeras de profesión. Argumenta que ella ha abierto las puertas que ha querido, pero los palos en las ruedas parecen venir muchas veces por conductas aprendidas, como no considerarse suficientemente graciosa, o comentarios como “para ser tía, vaya gracia que haces”. Pero insiste: “La mujer no tiene espacios en ningún lado, de forma mayoritaria, más allá de la sección de tampones y compresas del supermercado, se dedique al sector que se dedique”.

Como Bibang, fue en la 'Riot Comedy' donde Hernández cogió por primera vez un micro delante de la típica pared de ladrillo rojo. Después de este pequeño salto de fe e ir escalando peldaños, corre por los escenarios de los mejores teatros del país, independientemente de quién sea su audiencia, aunque no olvida la crítica: “Que haya una frase que ponga 'comedia en femenino' debajo de mi propio cartel me parece un problema estructural”.