Córdoba, 6 jul (EFE).- Son sólo veintiún pliegos y parece extraño que una ciudad joyera como Córdoba no atesore un legado más amplio, pero la Colección González del Campo es la única de dibujos de orfebrería que tiene el Museo de Bellas Artes, que la expone desde este martes hasta octubre próximo.
Estos grafitos proceden de la donación que en 2015 gestionó Rafael Martínez González del Campo, sobrino del autor y que conserva el resto del legado, en la que aparecen “dibujos preparatorios de la obra de platería” de José Miguel González del Campo (Sanlúcar de Barrameda -Cádiz-, 1898-Córdoba, 1976).
Así lo dice a Efe el director del Museo de Bellas Artes de Córdoba, José María Domenech, sobre el platero, orfebre y diseñador a que todos tenían como nacido en Sevilla, hasta el punto de que era conocido en Córdoba como ‘Pepito el sevillano’.
El error provenía porque había aprendido el oficio en la capital hispalense, a donde se había trasladado desde Sanlúcar de Barrameda antes de llegar a Córdoba en 1918, con 20 años, de la mano de su tía Antonia, relata a Efe Rafael Martínez.
El valor de la donación está en que el Museo de Bellas Artes de Córdoba, la ciudad señera de la joyería en España, disponía hasta entonces sólo de dos o tres dibujos sueltos de joyería, según precisa su conservador, José María Palencia.
González del Campo jugó un papel determinante en la incorporación de técnicas hasta entonces no expandidas en la platería cordobesa, como el dorado y la utilización de la química.
Quien lo asevera es otro de sus sobrinos, Julio Martínez González del Campo, que recuerda como el alcalde de la época, Antonio Cruz Conde, que le concedió la Medalla de la Ciudad, le consultaba decisiones municipales ajenas a la orfebrería, vinculadas a la conservación del patrimonio artístico, su otro gran campo de actuación en Córdoba.
Dos de las actuaciones singulares que el Museo de Bellas Artes señala en este campo son el Palacio de Medina Sidonia y la Casa del Marqués del Carpio, una labor de recuperación patrimonial que le fue reconocida en la Real Academia de Córdoba, que lo nombró académico correspondiente el 10 de marzo de 1962 y numerario el 3 de noviembre de 1975.
Pero donde su labor tuvo más proyección fue en su oficio, del que el director del Bellas Artes destaca la restauración de la Custodia de la Catedral de Córdoba, obra de Arfe, y que llevó a cabo en 1961.
Primero de su trazo, generalmente en grafito o lápiz, y luego de su taller salieron obras singulares, para particulares o instituciones. Desde una medalla de académico sufragada por suscripción popular a una efigie de san Rafael en plata y oro que desde Córdoba se regaló a Francisco Franco.
Su primera residencia en Córdoba estuvo en la calle Montemayor, en la Trinidad, donde comenzó su actividad orfebre, “vendiendo cositas, como se hacía antiguamente y como se sigue haciendo ahora”, recuerda su sobrino Rafael, que como Julio, siguieron el oficio hasta jubilarse.
Después, Rafael Mesa del Río, el esposo de la tía Antonia por la que José Miguel recaló en Córdoba, decidió trasladar la fonda de la calle Montemayor hasta el barrio de San Andrés, a la calle Fernán Pérez de Oliva, 4.
“Ahí se instala el primer taller suyo”, prosigue su sobrino Rafael, y recibe formación en química de uno de los residentes en la fonda, Rafael Vázquez Aroca, catedrático de Física y Química del Instituto de Córdoba, un conocimiento que junto a la formación artística en dibujo que había recibido en la Escuela de Bellas Artes, donde fue alumno de Julio Romero de Torres, le permitió convertirse en una referencia en un sector dominante en la economía y la sociedad local.
Con el paso del tiempo quiso comprar una casa y al no ser ninguna de su gusto porque a todas le encontraba un problema, relata Rafael Martínez, el intermediario le preguntó: “Pero don José, ¿qué tipo de casa quiere usted?”. “Una casa como esta”, respondió señalando el Palacio de los Luna, a apenas unos metros de la vivienda de Fernán Pérez de Oliva, en la plaza de San Andrés.
La casa solariega del siglo XVI estaba a la venta y desde el paso a su propiedad sirvió para atesorar las piezas arqueológicas y de obras de artes que coleccionó durante su vida.
Tan sorprendente es que todo el mundo conociese a José Miguel como José María (de hecho, el Bellas Artes lo presenta con este nombre) como la ausencia de estudios sobre su figura.
“Nos enseñó el oficio, a vivir por el mundo, a ser cumplidores, tener palabra formal, ser educados y todo lo que se pueda pedir, era un hombre que se hizo de nada”. Así recuerda su legado su sobrino Julio, que también lamenta que “las circunstancias de aquella época” no le permitiesen ser lo que la vocación le demandaba, pintor.