Aquel otoño de 1931 las dos únicas diputadas del Congreso mantuvieron posiciones diferentes a la hora de reconocer el voto de las mujeres en la Constitución republicana. Mientras Clara Campoamor realizó una encendida y brillante defensa del sufragio femenino como un derecho fundamental de la mitad de la población y logró convencer a una mayoría de la Cámara, Victoria Kent se mostró partidaria de aplazar esa decisión en un contexto de hegemonía de maridos y padres y de influencia de la conservadora Iglesia católica sobre las españolas.
“Podríamos decir”, señala Isaías Lafuente, autor del libro Clara Victoria (Planeta) de reciente publicación, “que Campoamor sostuvo que la República era imposible que fuera democrática sin contar con la mitad de la población, en tanto que Kent priorizó criterios de oportunidad política. En cualquier caso, aquel importante debate reveló la división no solo de los partidos republicanos, sino también de las dirigentes políticas españolas que tuvieron opiniones contrapuestas. Baste comentar que, junto a muchas seguidoras de Campoamor, Kent tuvo asimismo apoyos relevantes como el de Margarita Nelken, más tarde diputada del PSOE. En mi libro, en definitiva, trato de reflejar la España de la época a partir de aquel debate sobre el voto femenino sin maniqueísmos ni falsedades”.
Periodista de la cadena SER con amplia experiencia y biógrafo de Clara Campoamor, este experto en la historia del feminismo español estaba cansado de las numerosas manipulaciones y medias verdades que circulan por las redes sociales y los ambientes políticos sobre aquel debate de hace 90 años. Así, conviene recordar un dato muy relevante como que los partidos de aquellas Cortes constituyentes de la República dieron libertad de voto a sus diputados a la hora de aprobar o rechazar el sufragio femenino. De hecho, los bloques ideológicos se fracturaron de modo que votaron a favor 161 diputados (en su mayoría socialistas, nacionalistas vascos y catalanes, derecha agraria y republicanos independientes) frente a 121 en contra (sobre todo radicales, radicales-socialistas y algunos partidos pequeños). Curiosamente, la mayoría de diputados del Partido Radical en el que militaba Campoamor votó en contra, al igual que los radicales-socialistas de Victoria Kent.
“En los últimos años”, afirma Lafuente, “la derecha del PP, con Pablo Casado a la cabeza, ha tratado de confundir al argumentar que la izquierda votó en contra del sufragio cuando lo cierto es que el respaldo del PSOE resultó básico para que prosperara la enmienda de Campoamor”. Otro lugar común, un tópico más, que ha desfigurado aquel debate que cambió la historia de las españolas se refiere a la victoria de los partidos conservadores y enemigos de la República, la CEDA sobre todo, en las elecciones generales de 1933 como efecto del voto femenino. Paradójicamente, perdieron sus escaños tanto Campoamor como Kent, aunque esta última lo recuperó en los comicios de 1936. No obstante, afortunadamente numerosas investigaciones históricas demuestran que la derrota de la izquierda en 1933 se debió a otros factores, entre ellos su propia fragmentación en varias candidaturas, la unidad de la derecha en un bloque o la abstención propugnada por la CNT. “Por el contrario”, alega Lafuente, “en 1936 ganó el Frente Popular de manera que puede afirmarse que el voto de las mujeres influyó en uno y otro caso igual que el de los hombres”.
En tablas
A pesar de que la rivalidad entre Campoamor y Kent fue motivo de innumerables bromas machistas (“Solo hay dos diputadas y no se ponen de acuerdo”), de hirientes caricaturas en los periódicos y de un sinfín de discusiones domésticas, aquellas dos dirigentes se comportaron siempre con mucho respeto la una por la otra, una actitud que pudo observarse claramente en sus intervenciones en el Congreso. No fueron amigas ni cómplices, pero las unían su condición de pioneras y vanguardistas en muchos aspectos y su lucha por abrirse camino en una vida política dominada por los hombres. A partir de esta evidencia, la dramaturga Olga Mínguez ha escrito Victoria viene a cenar, una premiada pieza teatral que imagina aquella relación en un marco de ficción atemporal y que se representa en el madrileño teatro Luchana con la dirección de Carmen Nieves y la interpretación de Tiffani Guarch y Rebeca Fer. “Creo”, manifiesta la autora, “que ambas son todavía hoy dos grandes desconocidas cuando fueron figuras esenciales con unas biografías impresionantes más allá del tema del voto. La obra se centra en el famoso debate, pero amplía el foco para repasar las trayectorias anteriores y posteriores de Clara Campoamor y Victoria Kent. Fueron grandes pioneras, ambas entre las primeras abogadas que ejercieron en España, y ambas con muchas facetas interesantes, algunas de ellas polémicas”.
Así las cosas, los dos personajes se echan en cara sus puntos débiles, desde la colaboración de Kent con la dictadura de Primo de Rivera al intento de Campoamor de regresar a España durante el franquismo, al tiempo que ensalzan sus virtudes de su lucha por la democracia y la República. Sin caer en un maniqueísmo de dibujar una diputada buena y otra mala, Mínguez explica que intentó comprender las razones de las dos. Profesora de historia en un instituto de Elche, la escritora coincide en que aquellas dos dirigentes encarnaron la división social que hubo entre las mujeres republicanas, tanto entre las élites como entre el pueblo llano. Tanto Lafuente como Mínguez reivindican la necesidad de estudiar más a fondo a estas dos sobresalientes mujeres cuyos exilios las condenaron al ostracismo y al olvido. En el caso de Campoamor, que murió en la ciudad suiza de Lausana en 1972, su figura no fue ampliamente recuperada hasta principios del siglo XXI a raíz del 75 aniversario de la concesión del voto a las mujeres. “Un doble silencio pesó sobre Clara”, señala su biógrafo, “ya que murió antes que Franco y además ella se aisló y se desligó bastante de la política durante su exilio en Argentina y Suiza. En lo que se refiere a Victoria, que vivió en París, México y Nueva York, y siguió peleando por la causa republicana, solo pudo regresar a una España democrática en un par de ocasiones. Pero ya no se instaló en nuestro país porque era una anciana que falleció en 1987”.