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Carmen Laforet y Elena Fortún, al descubierto a través de su correspondencia
Se encontraron en un par de ocasiones, pero intercambiaron entre 1947 y 1952 una amplia correspondencia de intimidad desbordante, llena de confidencias y recomendaciones. Carmen Laforet y Elena Fortún quedan al descubierto a través de esas misivas, que se publican con el título “De corazón y alma”.
Conseguir las que escribió Laforet requirió “una búsqueda de novela policiaca”, ha reconocido hoy su hija Cristina Cerezales, pero en cuanto las tuvo en sus manos, pese a ser “algo íntimo y familiar”, sintió “la inmediata convicción de que había que publicarlas” y de ello se ha encargado la Fundación Banco Santander.
Coincide en esta necesidad la catedrática de la Universidad de Exeter Nuria Capdevila, una de las prologuistas del volumen. “Es un texto académico importantísimo, las dos son tótems literarios, dos autoras fascinantes. Una que empieza su vida y su literatura y otra al final de su autoría, a punto de morir”, ha apuntado.
“Era necesario poner al alcance del lector este tesoro compartido de Fortún y Laforet, porque nos enseña cosas sobre la vida, el amor y la expresión más profunda del sentir, en pos de esa libertad para ser sin amarras que añoramos todos”, ha manifestado el responsable literario de la Fundación, Francisco Javier Expósito.
Carmen Laforet tenía 7 años cuando “empezó a amar” a Fortún a través de su personaje Celia, que se publicaba en Blanco y Negro, y le escribió por primera vez en 1947. “Cuando ganó el Nadal le dijo: 'Si he llegado a esto es porque aprendí a escribir con los libros de Celia'”, ha recordado su hija.
La admiración de la autora de “Nada” por su colega madrileña queda patente en muchas de las misivas y era recíproca. “Fortún fue como su madre literaria, y quería que disfrutase más de la vida, de la escritura y de la maternidad. La llamaba princesa escandinava. Hoy Elena estaría muy orgullosa de ver que Carmen es una escritora tan querida”, ha dicho Capdevila.
“Fortún ve en Carmen a un genio, una versión muy mejorada de ella misma y Carmen ve en Fortún una reconfortante figura maternal a la que querer y con la que vincularse, el origen de su voz”, ha añadido.
Su primer encuentro personal se produjo en 1948, con motivo del primer viaje de Fortún a España desde la guerra. Su marido se suicidó ese año y se encontraba ya muy enferma, sufriendo terribles dolores en su última etapa en el sanatorio Puig de Olina en Centellas (Barcelona), pero nunca faltó a su cita epistolar con su amiga, ni en su lecho de muerte.
“Pese a su inmenso dolor físico y moral, escribe cosas de una belleza tan enorme que conmueven”, ha reconocido Cristina Cerezales quien, como sus hermanas, ha revivido una infancia de la que no se acordaba gracias a las cartas de su madre, que guardaba la también escritora Marisol Dorao en un sobre que le entregó Fortún con la siguiente nota: “Cartas de Carmen Laforet. Para entregarle a ella después de mi muerte”.
Ambas comparten confesiones de amigas, pero también inquietudes literarias -“mi novela va despacio... y no es buena”, reconoce Laforet en una carta-, por lo que aparecen nombradas muchas mujeres silenciadas por el tiempo que lucharon por su libertad de expresión, feministas activas como Josefina Carabias, Paquita Mesa, Carmen Condeo o Matilde Ras, destaca la académica.
También opiniones sobre la actualidad, como la de Fortún sobre la Europa de 1949: “Es sólo un museo, la vida se va retirando de ella como un cuerpo muerto y por eso solo puede vivir del pasado. Es el final de una civilización...”.
“Lo mágico de estas cartas -ha manifestado Capdevila- es que son un nudo de relaciones de escritoras de distintas generaciones, dos escritoras cruciales en nuestra literatura feminista que escriben sin ansias de encumbramiento, porque lo necesitan aunque les duela”.
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