El 15 de octubre de 2021 se destapó el secreto, acompañado de una dotación de un millón de euros. Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero Santos, hasta entonces camuflados bajo el pseudónimo Carmen Mola, salieron a la luz tras alzarse con el premio Planeta por su novela La bestia. Para entonces ya se habían convertido en un fenómeno superventas gracias a la trilogía compuesta por La novia gitana (2017), La red púrpura (2019) y La nena (2021); pero la revelación de sus verdaderas identidades les puso en el ojo del huracán y del debate por la mezcla entre sorpresa, incredulidad e indignación. Por encima de todo, fue un descubrimiento que no dejó a nadie indiferente, más allá de ser o no consumidores de su obra.
Ha pasado un año. El próximo sábado 15 de octubre se conocerá el nombre de su sucesor o sucesora en el palmarés del premio literario mejor dotado. Haciendo balance de lo que ha dado de sí 'su' año como ganadores, aparecen dos hitos principales. Un mes después de recibir el galardón, Atresmedia (que cuenta con Grupo Planeta como principal accionista) anunció la puesta en marcha de la adaptación de La novia gitana en forma de serie. Una ficción que ha contado con Paco Cabezas (Adiós, Penny Dreadful) como director y Nerea Barros (La isla mínima) como protagonista en la piel de la inspectora Elena Blanco. La ficción, que tuvo su puesta de largo en el pasado Festival de San Sebastián, llegó el pasado 25 de septiembre a Atresplayer Premium, plataforma de pago del grupo, donde cada semana se lanza un nuevo episodio.
La confianza de la compañía en el título fue tal que decidió renovarla por una segunda temporada antes de su estreno. Además, emitió en abierto su primer episodio el 28 del mismo mes, concediendo a Antena 3 el liderazgo del prime time de la noche. Un día antes, confirmando la inteligente estrategia de lanzamiento, Alfaguara publicó la cuarta entrega de la saga. Titulada Las madres, sigue a la agente enfrentándose a una mafia que trafica con vientres de alquiler.
Alcanzado octubre, el volumen figura entre los diez más vendidos de las principales tiendas de venta literaria de España: El Corte Inglés, Amazon y La Casa del Libro. Pero no solo su publicación más reciente copa los primeros puestos, también La bestia y los títulos de la trilogía de La novia gitana. Triunfo que responde igualmente a que hayan sido publicados en dos de las editoriales más importantes del país: Alfaguara y Planeta.
Crudeza, intriga y lenguaje audiovisual
¿Por qué los lectores se han lanzado masivamente a sus libros? ¿Por qué hay quien los abandona en la quinta página? David, guionista de 27 años reconoce que lo primero que le atrapó de La novia gitana y le animó a comprarlo fue su “provocadora portada con una 'X' de sangre”. “Ese mismo día lo devoré hasta altas horas de la madrugada por su escritura adictiva”, comenta a este periódico, al tiempo que reconoce que en ese momento no se había detenido a averiguar quién era Carmen Mola. “Fue casi al terminar cuando descubrí que era un seudónimo. Lo que más gracia me hizo fue que cuanto más buscaba sobre ello, más parecía que podía ser una profesora escribiendo novelas macabras”, indica, en referencia a la falsa biografía que acompañaba las novelas. Según la acabó, fue corriendo a por la segunda entrega, y así con el resto. “Ninguno de sus libros me han durado más de 48 horas”, confiesa.
En la familia de Diego, periodista de 33 años, fervientes lectores de estos thrillers, habían “bromeado con que igual Carmen Mola era un hombre, pero sin terminar de imaginarlo”. “Disfruté mucho la trilogía porque veía que era distinto de las cosas que se estaban haciendo en España”, valora, aunque eso fue antes de que se fallara el premio. Eva, también periodista de 43 años, alaba que sus textos “enganchan por su acción y su intriga”, pero reconoce que “casi preferiría el anonimato de sus autores”.
Para David, lo más relevante de su estilo es “el lenguaje audiovisual y cómo te transportan a su universo y tu imaginación crea las imágenes. Tiene mucho ritmo, saben manejar los cliffhangers como nadie y regalar capítulos cortos que hacen que la lectura sea frenética”. En la misma línea se sitúa Pilar, de 26 años, para quien la clave de su éxito es “la simpleza con la que escriben. Sin grandilocuencias y yendo al grano”. Igualmente aplaude “la forma en que se representa la violencia y cómo llega hasta los huecos más recónditos y oscuros del ser humano”.
La “crudeza” es el rasgo que más destaca Ignacio, funcionario de 39 años. “Las novelas son trepidantes y sin espacio para el asueto. Usan un lenguaje cristalino pero nunca grosero y con descripciones e imágenes muy potentes”. “Saben jugar mucho a la sorpresa, al morbo visceral y gore que te hace incomodarte, sufrir y llorar. Además de construir un personaje protagonista con muchas capas que quieres acompañar todo el rato”, apunta. Eso sí, para él en La bestia “estos puntos positivos se diluyen en un contexto histórico en el que pierden impacto y verosimilitud”. De hecho, revela que le “decepciona” que el premio Planeta lo hayan obtenido por la que considera “de lejos su peor novela”. La diferencia temporal a la que hace alusión tiene que ver con que mientras que La novia gitana se enmarca en la actualidad, la obra galardonada se sitúa en el Madrid de 1834.
Antonio Lozano, periodista cultural, editor de la Serie Negra de RBA y autor del ensayo Lo leo muy negro, considera como factores determinantes de las novelas sus “escenarios y personajes de proximidad, ritmo frenético y tramas bien armadas, polémicas intratextuales (crudeza) y extratextuales (autoría misteriosa), acompañados de una ”eficaz campaña de marketing“. ”Si entendemos por éxito su fortuna comercial diría que sí está justificado. Es un producto bien planeado, facturado y lanzado. Hay oficio y habilidad en todas las fases de la cadena“, sopesa.
Contradicción, incomprensión e indiferencia
Juan Carlos, economista de 61 años, se dejó atrapar por La bestia sin saber que había ganado el premio Planeta ni quién era Carmen Mola. Se lo regalaron y, tan pronto como comenzó a leerlo, lo que más le gustó fue “la descripción de la sociedad de la época”. Aunque comenta que “seguramente” se lea algún libro más de los autores, indica que no entiende la necesidad de firmar bajo un seudónimo con nombre de mujer. “Imagino que será un tema más comercial y de propaganda, para generar un poco de polémica, pero para mí no tiene sentido. No lo necesitan porque la novela está muy bien”, considera.
“Me sentó bastante mal”, asegura Diego sobre cómo se sintió al descubrir la verdadera identidad de Mola: “Me pareció un intento de subirse a una ola de escritoras que estaban convirtiéndose en un fenómeno en España, donde no habían tenido tanta presencia como por ejemplo en la literatura negra nórdica”. En su caso, llegó a La bestia tras la noticia y reconoce que se enfrentó a su lectura con la idea en la cabeza de “esta gente nos está tomando el pelo”.
El periodista explica que el volumen aborda problemas que se daban en el siglo XIX como la peste y la pobreza. “En un momento dado, la vía que toma la protagonista como salida económica es hacerse prostituta. Dejé el libro en una escena en la que relatan cómo esa mujer pierde su virginidad con alguien que ha pagado a otra para quitársela”, lamenta, “es tan cruda y se recrea tanto en los detalles que sabiendo que eran tres señores y no una mujer la que lo estaba contando dije 'no aguanto más este tono'”.
Me pareció un intento de subirse a una ola de escritoras que estaban convirtiéndose en un fenómeno en España
Para María, enfermera de 60 años, la reacción no fue tan radical, pero sí que le generó “inquina” y le provocó “cierto rechazo” de cara a leer las siguientes obras de Mola. “No cambia la medida en que disfruté sus novelas anteriores, pero puestos a elegir qué nuevo libro empezarme, se me han quitado un poco las ganas de que sea uno suyo”, admite. Lozano, experto en este tipo de textos, comprende que “hubiera personas que se sintieran engañadas, aunque personalmente creo que se detecta rápido que a los mandos hay un hombre”. “Como operación promocional hay que reconocerle la astucia”, añade, “pero en el fondo no tiene la menor importancia porque el género del autor no me parece un criterio de selección o valoración pertinente en la literatura”.
David indica que le dio “rabia” que el Planeta revelara la verdad. “Utilizar un seudónimo no me parece negativo, pero firmar bajo el nombre de mujer sí que era oportunista, una forma de venta atractiva. Visto con distancia quizás algo más neutro habría sido más propio”, expresa. Aun así, defiende que no está “para nada a favor de desvirtuar su trabajo ya hecho, que es el oficio de escribir, y en eso no me cambia nada. Pueden gustarte o no, pero saben crear novelas adictivas que indiferentes no dejan”. Pilar opina en la misma línea, argumentando que lo que le gustan son “los libros, independientemente de quién esté detrás de ellos”. Para ella lo más llamativo fue que es “más de una persona” y no tanto que hubieran firmado con nombre de mujer.
Ignacio es más crítico: “Que sean tres hombres es verdaderamente controvertido desde el punto de vista ético porque lamentablemente el machismo imperante nos está privando de grandes escritoras que no publican salvo en temáticas y ámbitos concretos”. A su vez, reconoce que “seguramente” continuará leyendo sus obras, sobre todo para comprobar “si continúan la senda excelente de La novia gitana o se acercan al 'bluf' de La bestia”.
Los tres hombres protagonistas de la polémica, por su parte, se defendieron desde el primer momento, alegando que el seudónimo “nació de manera muy natural porque había que presentar el manuscrito a una editorial y, sin ningún plan premeditado, creamos Carmen Mola”. Díaz, guionista de Hospital Central junto a Antonio Mercero, sostuvo que no había “nada maquiavélico detrás”. Doce meses después, parece que han sido capaces de seguir tanto generando recelo por su decisión como mantenerse como fenómeno superventas. Todo ello a la espera de que pronto el apellido 'Premio Planeta' cambie de nombre y sean (o no) otros quienes acaparen las miras. En las estanterías, mientras tanto, no parece que vayan a perder ni un ápice de atención.