“Zuriñe tiene una presencia maravillosa, es magnífica, tiene una carnalidad inocente que la hace liviana pero a la vez es bien punzante”. Son las palabras que elige Laura Etxebarria, directora del festival Danztalia, para definir a la donostiarra Zuriñe Benavente, una de las figuras más cautivadoras de la escena actual. Benavente baila en la pieza Qué tienen las flores, de la compañía Altraste, que inaugurará este jueves 23 de septiembre el festival bilbaíno. “Mi labor pedagógica es dar valor a todo el equipo y no quiero poner el foco en ella pero realmente Zuriñe es muy mágica”, señala la programadora sobre una bailarina que recuerda a María Muñoz (Mal Pelo) aunque con veinte años.
Dantzalia se ha convertido en referencia de buenas prácticas en toda España. Una manera de gestionar que ha hecho de esta muestra un modelo a seguir y una prueba de que la coexistencia entre la iniciativa privada y pública es posible y puede alargarse en el tiempo. El festival, dirigido por la Sala La Fundición, cumple su vigésimo segunda edición, una perdurabilidad infrecuente.
Su equilibrio entre una programación internacional potente —por él han pasado en los últimos años, entre otros nombres, el francés Jerome Bell, los griegos Laroque o los italianos de Asmed— y su acompañamiento a la escena nacional han convertido al festival en pulmón y espacio de encuentro de la danza en el norte de España. “El festival y la sala La Fundición siempre se han preocupado por el apoyo a las compañías locales”, señala Etxebarria. “La dinámica de creación en Euskadi ha sido muy potente en Bizkaia y Guipuzkoa. En Araba había menos ebullición aunque en los últimos años se está poniendo muy interesante y la compañía Altraste es buen ejemplo de ello”.
Esta apuesta se combina con una programación que acumula cinco premios nacionales, tres premios Max y un premio Benois. Así es el caso de Iratxe Ansa y su compañía que inauguraron la pasada edición. “A las tres semanas les dieron el Premio Nacional. Hemos acompañado a esa compañía durante años y por eso ahora estrenan su pieza Al desnudo, porque queríamos compartir esa alegría”, revela la programadora. La obra se podrá ver el 1 de octubre en el Barakaldo Antzokia, espacio que supone la primera extensión del festival fuera de la ciudad de Bilbao.
Este año La Fundición cumple 35 años. Al echar la vista atrás, Etxebarria admite que por aquel entonces se sentían “una rara avis en Bilbao”. “El panorama de entonces no tenía nada que ver con el de hoy. La danza contemporánea llegaba a considerarse hasta elitista. Pero nosotros éramos bailarines, esa era nuestra militancia. Al principio conectamos muy bien con la gente de Bellas Artes y no tanto con la del teatro. Tuvimos que salir mucho al exterior, sobre todo a Francia. En los noventa, cuando el teatro contemporáneo entró mucho más en las llamadas poéticas del cuerpo, también nos abrimos a él, fue fundamental para nosotros ese intercambio”.
Trabajar con un presupuesto en descenso
El festival arrancó fuerte en el año 2000, con apoyo de la Diputación Foral de Bizkaia. “Era una época tan bullente para la danza, donde pasaban tantas cosas en Europa, que animamos a la Diputación a crear el festival. Nació con muy buenos augurios. Pasados los años llegaron las crisis y fue bajando el presupuesto. Ahora el festival cuenta con menos dinero que cuando empezó”, explica su directora. Para este año, el festival cuenta con 122.000 euros de presupuesto, un 30% menos que en sus primeros años.
El secreto de la pervivencia de un festival como este está no solo en la conexión con otros lugares sino también en las buenas prácticas: “sobre todo y lo primero es pagar a los artistas”, afirma Etxebarria. “Sabemos que somos un espacio de precariedad permanente pero el trabajo duro fue siempre buscar dinero para pagar a la gente, algo que lamentablemente casi nadie hacía. Ahora parece que eso está cambiando”, añade.
Dantzalia supuso un cambio radical en la forma en la que se programaba un festival, combinando las actuaciones con residencias, acompañamiento, creación y red con otras estructuras. “Este tejido ha posibilitado una estrategia de acompañamiento a nivel local, estatal e internacional que nos ha permitido crecer”, explica Laura Etxebarria.
Baile en el laberinto
Una de las propuestas originales del festival es llevar la danza al interior de un museo. “En 2007 comenzamos la relación con el Museo Guggenheim con una pieza fantástica con Sol Picó e Israel Galván, fue un site-specific [creado específicamente para ese lugar] en el que juntábamos a los dos en la nave de Richard Serra, dentro de sus esculturas laberinto. Contar con otros espacios y otros públicos que no son puramente de danza es también lo que ha hecho crecer al festival. Cuando el público del Guggenheim se encuentra con Donata D´Urso, Natalia Fernández o Israel Galván en ese espacio… le tocas una fibra”.
Este año el festival ha programado en el Guggenheim a Jesús Carmona, Premio Nacional en 2020, con la pieza Baile de bestias el 13 de noviembre. Una danza, el flamenco, que ha ido poco a poco entrando en el festival: “Nosotros empezamos en la militancia más pura de la danza y la creación contemporánea pero el flamenco no se ha quedado fuera de la evolución que han tenido las artes escénicas. Tuvimos esa iluminación de que algo estaba pasando con Israel Galván. Nos dejó boquiabiertos”, aclara Extebarria.
Otro de los platos fuertes es el programa triple del 29 de octubre con piezas de La Intrusa (Premio Nacional de 2015), el israelí Sharon Fridman y los alemanes de Frantics Dance Company. El 25 de noviembre llegará una de las obras más esperadas, La desnudez, ganadora de tres premios Max (coreografía, espectáculo e intérprete) de Daniel Abreu, Premio Nacional de Danza de 2014 y que cuenta con Dácil González como intérprete, Premio Nacional de Danza, a su vez, en 2019.