Hasta hace pocas décadas, la idea de crear una vivienda autónoma, preparada para funcionar con las aportaciones de la naturaleza, sin consumir combustibles fósiles ni contaminar su entorno, era una utopía cuya concreción en la existencia cotidiana parecía muy lejana en el tiempo. Esa casa debería tener un carácter biológico de inspiración vegetal, como una planta capaz de crecer sobre el terreno y alimentarse del sol, el agua y la tierra. Y esa vivienda utópica, diseñada para insertarse en el terreno, autoabastecerse y autogestionarse de la manera más autónoma posible, se ha convertido en realidad. Comienza a estar presente en el mercado y marca el camino que debe tomar la construcción en el futuro.
En el pasado, antes de la Revolución Industrial, la arquitectura popular ya había escrito a lo largo de todos los paisajes del planeta un tratado de las estrategias más inteligentes de adaptación de las viviendas al clima, utilizando los materiales locales y optimizando el uso de los recursos naturales. Era un tiempo en el que la biosfera proporcionaba fuentes de energía renovables para un mundo prácticamente deshabitado en relación con las cifras actuales. Rodeadas por la nieve o los desiertos, las casas eran autónomas y podían permanecer muchos meses resistiendo frente a las condiciones climáticas extremas.
También existían entonces las casas portátiles. Los indígenas norteamericanos desmontaban los tipis para moverse tras los rebaños de búfalos en sus migraciones sobre las praderas, las yurtas viajaban con sus habitantes por las estepas de Asia Central, y los vaqueiros de alzada asturianos transportaban en el carro los hórreos desmontables en sus desplazamientos junto al ganado entre los pastos de invierno y los de verano. En su versión moderna, las autocaravanas repiten el esquema de independencia móvil. Aunque unas y otros dependan de aportes de energías externas, son autónomas intermitentes, sin traicionar la validez de la comparación vegetal, escogiendo en este caso a las epífitas que no necesitan tierra para crecer.
Cumplidos los desastres a los que ha llevado la combinación de la Revolución Industrial y el sueño del crecimiento ilimitado, ya hace más de medio siglo que se empezó a tener conciencia de la necesidad de racionalizar el uso de los recursos y de aplicar criterios de ligereza y economía a la producción de viviendas. En el origen, el acto de imaginar una casa autónoma moderna fue un desafío mixto de ingeniería y arquitectura, en el que ha quedado como un hito la larga colaboración de dos excelentes profesionales: el visionario Richard Buckminster Fuller y un joven Norman Foster, que cuajó en 1982 en el diseño de un prototipo de residencia experimental y sostenible a la que llamaron Autonomous House.
Su proyecto situaba la parte habitable en el interior de una cúpula geodésica fulleriana, rodeada por otra cúpula concéntrica, que giraban de modo independiente, controlando la entrada de luz y la exposición al sol, así como el cerramiento durante el tiempo de oscuridad. La muerte de Fuller en 1983 paralizó la iniciativa, que ha sido recuperada recientemente a través de la Norman Foster Foundation, autora de una propuesta de Casa Autónoma en Château La Coste, en Aix-en-Provence, Francia.
Viviendas para la Luna y para la Tierra
Norman Foster firmaría en 2013 un estudio sobre asentamientos humanos en el Polo Sur de la Luna, más centrado en la técnica constructiva, que evidencia la radical oposición entre dos tipos de viviendas autónomas: la creada para el planeta Tierra, que debería fundirse con la naturaleza de nuestro ecosistema, y las de colonización de otros cuerpos celestes, en medios físicos de extrema hostilidad.
En el cúmulo de ideas y conceptos que se han incorporado últimamente al tronco genérico de la arquitectura, calificándola de sostenible, verde, descarbonizada o ecológica, se incluye también una etiqueta integradora: la de la autonomía. Ahora podemos hablar de viviendas autónomas, individuales o colectivas. La palabra refiere el anhelo de que la casa pueda desconectarse de los sistemas colectivos de distribución y recogida de energía, agua y residuos. La autonomía de un elemento residencial implica que éste se diseñe como un mecanismo capaz de generar al menos toda la energía que consume, y debe hacerlo de manera pasiva, sin utilizar combustibles fósiles ni producir gases de efecto invernadero.
La buena noticia es que aquellas viviendas autónomas, que eran un sueño hace cincuenta años, se están haciendo realidad. Aparecen con frecuencia en nuestro entorno, alejadas de las fantasías radicales, sustentadas en la comprensión de los fenómenos naturales, en la tecnología y en una apuesta inteligente contra el despilfarro y la contaminación. Y se construyen sin renunciar a los valores que la buena arquitectura aporta a la suma de necesidades de la vida humana.
Aprovechar cada gota del agua de lluvia
El medio directo de un edificio para generar la energía que necesita procede de la captación de las energías renovables del sol y el viento, y de su transformación, principalmente, en electricidad, mediante paneles solares y aerogeneradores. Otro factor importante es el control sostenible del consumo de agua, aprovechar la que procede de la lluvia, acumularla en depósitos, a la manera de los antiguos aljibes, y emplearla sucesivamente para beber y cocinar, más tarde en los aparatos sanitarios y finalmente para el riego del huerto, reduciendo el consumo drásticamente. En este proceso de máximo aprovechamiento no debería faltar la reutilización de los residuos orgánicos mediante su tratamiento en biodigestores, con objeto de producir gas combustible y fertilizantes, completando un ciclo de autosuficiencia.
Al diseño racional, destinado a lograr el mejor comportamiento bioclimático del edificio, un tema clásico de la buena arquitectura, se ha unido últimamente la domótica, la herramienta ideal para optimizar el funcionamiento de la máquina de habitar que es la casa frente a los cambios del entorno. Permite dosificar la entrada de luz y calor solar moviendo persianas y toldos, regular la renovación medida del aire, apagar los sistemas durante la ausencia del usuario y manejar todos los componentes regulables para que se adapten a las necesidades del momento o al compromiso energético.
Los elementos tecnológicos necesarios para lograr estos propósitos han llegado al mercado y sus precios resultan asumibles por quienes quieran vivir siguiendo principios de sostenibilidad y economía. Los sobrecostes respecto a la construcción tradicional suponen entre un cinco y un quince por ciento, y son amortizables en un plazo que oscila de cinco y diez años gracias a la reducción de los consumos. La independencia total respecto a las redes de suministro reduciría las facturas a cero, pero ya hay a nuestro alrededor casas llamadas pasivas que logran reducciones del 90% en el consumo, manteniéndose conectadas.
Qué es y qué no es una casa autónoma
¿Cómo se puede garantizar que un edificio nuevo, o rehabilitado, cumple con criterios de gran autonomía? Con el respaldo de un título encargado de certificar la obra como modélica. Si en el ámbito anglosajón fue pionero el BREEAM británico y después logró un alto prestigio el LEED norteamericano, en el continente europeo se puso en marcha en los años ochenta del pasado siglo la idea de identificar el valor del comportamiento energético, una iniciativa nombrada Passivhaus, que ha demostrado una creciente utilidad. El movimiento surgió en Alemania, capital mundial de la traducción de los preceptos del buen diseño en normas, y hoy la certificación Passivhaus avala los mejores ejemplos de arquitectura sostenible. En España, solo dos inmuebles contaban con la certificación en 2009, en 2019 superaban el centenar, y ya suman 219.
El avance hacia la vivienda autónoma tiene los prototipos más radicales e independientes en las residencias unifamiliares. Hubo trabajos pioneros como la Casa Martina de José Vaquero, a 40 kilómetros de Madrid, habitada desde 2012, que ya incorporaba hace una década los métodos que ahora son habituales en las construcciones autónomas. La madrileña Casa Titania, en 2017, fue la primera edificación pasiva española en obtener el distintivo Passivhaus Plus, diseñada en DMDV, un estudio que cuenta con varias obras y proyectos certificados. La Casa Pilar PH, en Madrid, y la Casa Aranjuez, responden al trabajo de RC arquitectura, que se ha especializado en este campo profesional. Recientemente, la Casa Apolonia, en Soto del Real (Madrid), desarrollada por José Francisco Sánchez Fuentes, ha logrado la exclusiva calificación Passivhaus Premium.
La moderación climática que proporciona la cercanía del Mediterráneo facilita el buen funcionamiento de los desafíos realizados en Cataluña y Baleares, como Can Tanca (Ibiza) de Álvaro Martínez Gil, que produce más energía de la que consume, o los trabajos del estudio OHLAB en Mallorca, la Casa MM, la Casa Palerm o la semienterrada Casa Xaloc. En Cataluña hay varios ejemplos interesantes en Barcelona: la Casa Bioclimática GG de Alventosa Morell Arquitectes en Santa María de Palautordera o la brillante Casa BE o Casa Desenchufada de SUMO arquitectes en Argentona, además del proyecto experimental de una Casa refugio en Collserola para autoconfinamiento, The Voxel: a Quarantine Cabin, realizada por un equipo de estudiantes, profesionales y expertos, con materiales obtenidos a menos de un kilómetro de su ubicación. En Girona, destaca la atractiva Casa-P, una vivienda unifamiliar de Tigges Architect & Energiehaus.
Todos los territorios del país participan en la nueva tendencia. Buenos ejemplos son la Casa Re en Lérruz (Navarra) de Lecumberri & Cidoncha, o la Casa Pasiva de la empresa Sunthalpy en Villamejil, Asturias, que es capaz de capturar la energía del sol incluso en días nublados. En Robledo del Buey (Toledo), la vivienda Pasiva Positiva está abierta a las visitas de quienes quieran conocer un modelo valioso que cumple con este tipo de estándar. También tiene función didáctica el Learnlife Eco Hub, de la arquitecta Solange Espoille, en Castelldefels (Barcelona) que responde a los requisitos Passivhaus.
El logro de altos estándares de eficiencia energética influye en el diseño, potenciando las formas prismáticas compactas que facilitan el aislamiento del edificio, evitan puentes térmicos y favorecen la hermeticidad. Afortunadamente, la creatividad logra evitar el aire de familia cúbica de muchos de los inmuebles, al igual que el empleo de materiales locales, cercanos y diversos. La proximidad del abastecimiento y la prefabricación en taller de los componentes para ser montados en obra contribuyen a reducir la huella de carbono y el impacto ambiental.
Diseñar para antes de la destrucción del planeta, no para después
El bajo coste de la tecnología ha resultado útil en el desarrollo de mecanismos de control de los elementos móviles de la construcción y ha contribuido a que la domótica, cuya etimología se refiere específicamente a los conceptos de casa y de autonomía, gane terreno rápidamente. En sí misma, la domótica no supone una noción arquitectónica, tan solo una herramienta de gestión inteligente, que integra el edificio en las redes de comunicación. Facilita, a través de internet, la seguridad, el control de los accesos, y permite integrar en el funcionamiento de la residencia el estilo de vida del usuario, gestionado por programas de software de alimentación, entrenamiento, salud y ocio. Así nace la casa digital, por la que están apostando diversas multinacionales tecnológicas, Apple, Microsoft, Sony o Hewlett-Packard, pero sería un error considerar este tipo de vivienda como autónoma, puesto que confiar en gestores opacos, ajenos a nuestro control, parece lo más opuesto a la independencia.
La fusión entre casa autónoma y domótica ha generado en algunos casos productos mediáticos que parecen diseñados para el marketing. Es el caso del Cyberhut de la compañía cántabra Astrolab, un habitáculo elevado sobre cuatro patas con aspecto de módulo lunar. Además de cumplir pautas de autosuficiencia, centra su interés en potenciar un modo de vida digitalizado, dirigido a “millennials y miembros de la Generación Z”. Alude a su producto como la Casa de Marte, y propone formar con ellas comunidades cyberpunk. El símbolo estampado en la vivienda resulta casi idéntico al que aparecía en las falsas fotos de platillos volantes que algunos atribuyeron a los habitantes de Ummo, presuntos viajeros intergalácticos que habían llegado a la Tierra y se comunicaban con interlocutores ibéricos en los años 60. El símbolo de aquella civilización fake identifica ahora esta propuesta que se caracteriza por la escasez de valores arquitectónicos.
La manera de vivir en casas digitales presididas por pantallas conectadas a las redes sociales propone la autonomía de la vivienda desconectada del medio natural y del lugar, aludiendo a metáforas astronáuticas y a la estética de la colonización de paisajes como Marte, hostiles e inhóspitos. Parece más razonable pensar que no hay que diseñar nuestras residencias para después de la destrucción del ecosistema, sino para evitar esa destrucción. La casa autónoma deseable es aquella que no daña el emplazamiento, que lo realza y protege, que se incorpora con respeto, para disfrutarlo sin causarle perjuicio. Y lo hace desde espacios gratos y confortables, abiertos al paisaje y que permitan encontrar un modo personal de ocupar el lugar, de sentirlo y hacerlo propio. Esos son ideales que puede satisfacer la mejor arquitectura, por los que apuestan muchos profesionales y las instituciones comprometidas con el futuro del planeta.