La chaqueta negra entallada de Carmen Sevilla
Después de hablar durante más de una hora de aquellos recuerdos de hace tres décadas, Amador García Casado manda una foto por wasap a la que le guarda fe. Es de 1991, el día en el que Carmen Sevilla debutó en el Telecupón, el programa pagado por la ONCE. Ella tenía 61 años y él, 35. Hay achuchón y un ramo de flores. Celebran el primer programa. Luego vendrían siete años más en los que Sevilla, recién fallecida, se hizo con la audiencia del país. Un récord que solo intuyó Valerio Lazarov (1935-2009) el día en que la actriz y cantante se presentó acompañando a su segundo marido, Vicente Patuel. Había ido a venderle los derechos de alguna película al director general de Telecinco. “Lazarov le debió de comprar la película y se quedó con Carmen”, recuerda Amador. Habían pasado 13 años desde la última película de Sevilla.
Carmen decidió volverse invisible al casarse con Patuel, su segundo marido, y retirarse a la finca ganadera que el empresario había comprado en Herrera del Duque (Badajoz), después de vender todo el negocio cinematográfico. Patuel era el dueño de varios cines de la Gran Vía madrileña y del famoso edificio que está rematado con una Diana cazadora. Lazarov negoció con él la vuelta a la fama de su esposa. Le ofreció un contrato de 300.000 pesetas. Por programa. Y no pudieron rechazarlo. Solo pusieron una condición: los viernes, al acabar el Telecupón, un coche de producción debería llevar a la presentadora hasta la finca, donde le esperaba su marido que no se trasladó a Madrid. Todas las semanas hacía cinco horas para ir.
“Y el domingo por la tarde, otras cinco de vuelta”, recuerda Amador, que le acompañó un fin de semana a Extremadura. Allí vio el cariño con el que se relacionaba con los animales. Recuerda que tenían una zorra encerrada para la caza, que al ver a la actriz se comportaba como el perro más casero y dócil. Pues así también la gente del equipo y, claro, los espectadores. Se entregaron panza arriba a sus cariños y naturalidad después de romper con los prejuicios que tuvieron, unos y otros, cuando se enteraron de que aquella estrella retirada sustituiría a Belén Rueda. Amador recuerda que la transición no fue sencilla, que tardaron más de un mes en encontrar la alternativa a Rueda y que se barajaron “grandes nombres de las grandes del país”.
Menos deseo, más amabilidad
Carmen Sevilla era una presencia extraña en el universo mamachicho de Lazarov. Las azafatas del Telecupón también enseñaban las bolas del sorteo con la falda más corta del horario familiar. En uno de los programas irrumpió en directo Emilio Aragón, acompañado por la tribu del Vip Noche, incluidas las Cacao Maravillao. Las cuatro bailarinas brasileñas, que apenas vestían los directivos, se juntaron con las chaquetas y faldas de Sevilla y mostraron aquella noche la doble versión de mujer que Lazarov mantenía en la cadena. Unas debían ser el objeto del deseo de los que tenían el mando de la tele y la otra debía satisfacer a la familia, de lunes a viernes.
En la foto que conserva Amador acababan de conocerse. Ese cariño que se demuestran fue fruto de la inteligencia de la actriz. Nadie compartía la ocurrencia de Lazarov, pero ella desmanteló todos los prejuicios al instante. El diseñador había llegado a Telecinco para modernizar a las viejas glorias. “Hubo estrellas que se dejaron asesorar y otras que no. Carmen llevaba muchísimos años fuera de los escenarios y estaba convencido de que me iba a encontrar con una diva. Y para nada”, recuerda Amador. El día del debut, el diseñador del vestuario de Carmen Sevilla llegó con una chaqueta negra y pedrería en la solapa, y unos pendientes azabaches. Una aparición muy austera para la verbena de la cadena.
“No le di más opciones. No fui con un burro con 15 trajes, como se hace para las estrellas. Le dije: 'Te voy a entallar, tienes volúmenes'. Me dijo: 'Yo me pongo la faja y tú haces lo que quieras'. Tenía muchísimo oficio, estaba muy preocupada y atenta a su estética y marcó un estilo. Yo solo tuve que potenciar quién era ella. Carmen tenía una cintura muy estrecha, una 44, pero cadera y pecho. Con eso bastaba para ceñir. La ropa la buscaba en una tienda que se llamaba Pepa Nieto, en un centro comercial cerca del Bernabéu. Era un comercio con ropa para señoras de cuerpos naturales. Cuando se conoció este dato, la tienda no dio abasto. Carmen tenía formas y le puse chaqueta y falda recta por debajo de la rodilla. Punto. Aquella primera chaqueta, la negra, rompía con lo folclórico. Carmen era una estrella como Lola Flores y Sara Montiel. Aunque, a diferencia de las otras, tenía el morbo de vivir retirada de los escenarios. Yo pensaba que me iba a encontrar a una estrella que me iba a pedir pedrería hasta en el pelo, pero nada de eso. Las otras grandes con las que había tratado querían lentejuelas, como señoras antiguas. Pero a Carmen no le gustaban los brillos folclóricos. Me daba las pautas para modernizarla y fue ella quien hizo el resto, quien creó su estilo que luego siguieron otras”, explica por teléfono Amador García, después de una jornada maratoniana de rodaje de una serie, en la capital.
Típicamente española
Carmen Sevilla destruyó los prejuicios del responsable de la imagen de la nueva Carmen Sevilla. La cantante había grabado en 1960 Typical Spanish, otro de los temazos que compuso para ella su primer marido, Augusto Algueró, y padre de su hijo. “Una alemana mu guapa/ con pantalones vaqueros/ en la plaza de Sevilla/ se enamoró de un torero”, dice la primera estrofa de la canción. La intérprete que en los sesenta representaba lo típicamente español siguió haciéndolo en los noventa. Había dejado de ser una imagen turística y exportable, para convertirse en la presentadora de confianza.
“Perdón por el autopiropo”, dice Amador después de definirse como un “detector de buenas personas”. Lo apunta para que sepamos que siempre le han llamado la atención las personas con poder que no han sido autoritarias. “Ella fue hija del franquismo, que la cuidó y la mimó. Podría haberse aprovechado de eso como hicieron otras estrellas, pero no lo hizo. Fue tremendamente humana”, cuenta. Hay reconocimiento, cariño y admiración en sus palabras. Define a la cantante de Será el amor (1960) como una estrella de la generosidad que supo ganarse al equipo del programa. El primer invierno que pasó allí encargó a Amador que se enterara de los gustos de cada uno de los trabajadores del Telecupón, porque en Navidades quería hacerles un regalo a todos ellos. Desde limpieza a dirección. Al acabar el programa, Amador y Agripina —la asistente que siempre acompañó a Sevilla— se dedicaron a entregar los regalos. “Se quedaron boquiabiertos. Los había guardado durante semanas y ese día los conquistó a todos. Eso es calidad humana de primera. Hacía todo lo posible para ayudarte”, cuenta Amador.
Todo. Si necesitabas una recomendación ante don Valerio, también. Carmen llegaba muy pronto a los estudios. En su camerino tenía una colección infinita de santos y una cama, que usaba Agripina mientras Sevilla escribía cartas a Lazarov. Cuenta Amador que la presentadora tenía tanto respeto por el jefazo de Telecinco, que en lugar de llamarle por teléfono prefería dirigirse por carta para contarle sus preocupaciones o para hablarle de alguien que necesitaba trabajar. Por ese camerino pasó toda la Jet sin curro. Escribía todos los días cartas. No había móviles. Catas a Valerio sería un gran libro de memorias si alguien conservara esa correspondencia. Lazarov le ayudó tanto como Dios. Carmen Sevilla era muy religiosa, “y a ella eso le ayudó mucho en su sentido del bien”.
El show cruel
“Le gustaba pasarse allí todo el día. Bajaba a comer con el resto de la cadena, le gustaba coincidir con Emilio Aragón. Todo aquello a ella le dio la vida, después de dedicarse a su marido en un pueblo de Extremadura, por amor y resignación. Allí también iban a verla sus amigas Paquita Rico y Lola Flores. Eran tres hermanas. Se preocupaban por ella, llamaban para contar cómo había estado, si les gustaba la ropa... No eran tres folclóricas peleadas, eran tres hermanas que se conocieron en el rodaje de la película El balcón de la luna (1962) y siguieron juntas”, recuerda Amador.
“¿Me vas a ceñir tanto?”. Fue lo único que le preguntó Carmen a Amador el primer día. Ese día se colocó la chaqueta negra y le siguieron miles de programas del cuponsito. El diseñador se encontró con una mujer absolutamente abierta. Nunca le puso un pero y le llamaba para saber qué ponerse, también fuera de Telecinco. No era trabajo, era una amiga. Lo de las pantuflas no fue idea suya. Ni de Carmen.
“Eso fue un golpe de guion del subdirector del programa en busca de un chascarrillo. No era la imagen real de Carmen, que sabía perfectamente lo que hacía y tenía una mecánica aprendida de cada jornada. Los zapatos los tenía siempre en el mismo sitio y se los ponía antes de entrar”, cuenta Amador. Cree que la actriz no era una persona despistada, era más “aturdimiento” por el nuevo medio. “Con lo coqueta que era, como para olvidarse de los zapatos. Ella aceptó y cuando acabó me dijo: ”No debía haber hecho esto“. La dirección se lo propuso para potenciar el show, pero el show es cruel.
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