Roma, 27 sep (EFE).- Encarnación misma de la 'Dolce Vita', actor inconfundible y ejemplo de estilo, Marcello Mastroianni habría cumplido mañana cien años e Italia y el mundo del cine celebran su vida y legado, forjado con películas inolvidables junto alos mayores cineastas de su tiempo, como Federico Fellini.
Las iniciativas para honrar el centenario del actor, fallecido en 1996, son incontables y en Italia no hay ciudad que no le haya dedicado exposiciones, programaciones especiales, charlas o proyecciones de sus mejores trabajos.
Aunque el homenaje más sentido ha sido el de la hija que tuvo con Catherine Deneuve, Chiara Mastroianni, que se mete en la piel de su padre, imitándolo y recorriendo los lugares de su vida en 'Marcello mio', película estrenada recientemente en Cannes.
Marcello Vincenzo Domenico Mastroianni nació el 28 de septiembre de 1924 en un pequeño pueblo cerca de Roma, Fontana Liri, aunque en alguna ocasión confesó que en realidad había sido el 26, pero se le inscribió en el registro dos días después.
Su infancia transcurrió entre Turín (norte) y una Roma a la que regresaría con 10 años, cuando el mundo se encaminaba a la guerra. Allí se diplomó como perito industrial, pero también cumplió su sueño de dedicarse a la interpretación.
Su carrera empezó con trabajos secundarios -cuando no figurantes- para algunas de las obras que se cocían en Cinecittà, la entonces 'Hollywood del Tíber', hasta que lo vio Luchino Visconti y se subió a las tablas del teatro.
Enseguida demostró una gran versatilidad: era un buen actor cómico, como dejó claro enseguida en 'Peccato che sia una canaglia' (1954), su primer contacto con Sophia Loren, pero también se desempeñaba bien en dramas como 'Le notti bianche' (1957), la adaptación de Visconti de la célebre novela de Dostoyevski.
Un año después llegaría una película que le encumbraría entre el público italiano, 'I soliti ignoti' (1958), obra maestra de la comedia de Mario Monicelli con actores de la talla de Vittorio Gassman, Claudia Cardinale y Totò.
Pero su fama saltaría al mundo en los albores de la siguiente década, sobre todo como actor fetiche de Fellini, con quien haría la película que le haría pasar a la posteridad: la 'Dolce Vita' (1960).
Uno de los filmes más importantes de la historia en el que hacía de un periodista en la vorágine festiva de los Años de Oro romanos, embrujado en las aguas de la Fontana de Trevi ante Anita Ekberg, el verdadero icono de esta escena, una de las más memorables jamás rodadas.
Con Fellini volvería a trabajar en una de sus obras más vanguardistas y aclamadas, '8½' (1963), y más tarde en 'La cittá delle donne' (1980), 'Ginger e Fred' (1986) y como parte del documental postrero 'Intervista' (1987).
Pero Mastroianni, con una reputación de galán que siempre le desagradó, es especialmente recordado por el dúo y la gran amistad que fraguó con otra estrella del momento, Sophia Loren.
Juntos derrocharon comicidad en el tríptico 'Ieri, Oggi, Domani' (1963) y encantaron en 'Matrimonio all'italiana' (1964), ambas de Vittorio De Sica, además de en 'Una giornata particolare' (1977) de Ettore Scola, enternecedora oda a la amistad sobre la azotea de una Roma en la noche fascista.
El actor también se adentró en el cine intelectual de Michelangelo Antonioni con 'La Notte' (1961), parte central de su trilogía de la Incomunicación, o en el cine social de Pietro Germi con “Divorzio all'italiana' (1961), que le valió la primera de las tres candidaturas al Óscar que sumó lo largo de su carrera.
La nómina artística de Mastroianni es casi inabarcable, con más de 120 títulos, porque disfrutó de su pasión por el cine hasta su muerte el 19 de diciembre de 1996 en París, a causa de un cáncer de páncreas.
Poco antes, en julio de ese año, había dejado un testamento vital en el documental 'Mi ricordo, sì, io mi ricordo', dirigido por su última pareja, Anna María Tatò, con reflexiones morales y filosóficas sobre su vida en el cine.
Mastroianni moriría en pocos meses pero, aún así, paladeaba sus anhelos de vida rechazando aquella frase de Proust según la cual “los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos”, los que se dejan sin disfrutar en la espalda del tiempo.
“Quizá la fascinación del viaje está en esta paradójica nostalgia de futuro. Puede que uno deje de ser joven cuando solo lamenta o ama los paraísos perdidos”, meditaba, inevitablemente consciente de su extraordinaria existencia.
Gonzalo Sánchez