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Análisis

Spider-Man llega a un fin de ciclo pero acaba atrapado en su propia red

La conclusión de la última trilogía de Star Wars fue lo que los fans de la saga querían y justo ese se convirtió en su mayor problema. Tras Los últimos Jedi, que se atrevió a reinterpretar el canon del universo, J.J. Abrams volvió a tomar el mando para “arreglar” el descosido con una narrativa más pensada para agradar al espectador clásico que para construir una historia perdurable. Era un epílogo con la mirada puesta en lo que se deja atrás y no en todo lo que la franquicia podía llegar a ser. Y eso, precisamente, es lo que también sucede con la recién estrenada Spider-Man: No Way Home.

La trilogía protagonizada por Tom Holland y dirigida por Jon Watts arrancó en 2017 con Homecoming, un filme modesto con coartada de comedia adolescente que al menos resignificaba lugares comunes del personaje, como sentido del deber civil asociado al asesinato del tío Ben y la ya manida frase de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Obviar clichés era importante, porque tres sagas diferentes en solo 15 años habían llevado al superhéroe al instituto para contar cómo afrontaba la adolescencia y el despertar de sus poderes. Esta era, además, la primera película individual del trepamuros tutelado por la misma editorial de cómics que le vio nacer: Marvel.

Luego llegó Spider-Man: Lejos de casa (2019), la primera cinta del Universo Cinematográfico de Marvel (UCM) después del cataclismo presentado en Endgame. El arácnido parecía el encargado de explorar cuáles eran las consecuencias tras la gran lucha con Thanos y qué iba a ocurrir con Los Vengadores, ausentes de claros líderes ante el adiós de grandes iconos del sello. Pero en lugar de eso se optó por continuar con el tono cómico y por preparar el terreno de cara a su tercera parte, ya que en la escena poscréditos es donde estaba una de las ventanas narrativas más interesantes: el villano Mysterio revelaba públicamente la identidad del trepamuros y le acusaba de un crimen que no había cometido. Ahí es donde arranca Spider-Man: No Way Home.

Parker acude al Doctor Extraño para restaurar su vida secreta, ya que la presión de la opinión pública le sobrepasa tanto a sí mismo como a sus allegados. Se trata del mismo hechizo al que el superhéroe recurre en el cómic One Moment in Time (2010) de Joe Quesada, uno de los tomos que probablemente sirvió de inspiración a la hora de desarrollar el guion aunque los acontecimientos no sean exactamente iguales. Pero en el filme el conjuro sale mal y se desencadena el multiverso, permitiendo la entrada a todo un elenco de villanos de Spider-Man visto en las dos anteriores sagas: la de Sam Raimi y la de Marc Webb.

Como ya es sabido por los trailers y carteles mostrados, algunos de esos enemigos son el Doctor Octopus (Alfred Molina), el Duende Verde (Willem Dafoe) o Electro (Jamie Foxx). Un equipo que bien podría recordar a los Seis Siniestros que ya en las viñetas pusieron las cosas difíciles al arácnido. Pero la cinta de Watts toma otra dirección. Por un lado, cierra un fin de ciclo, cambia la manera de entender al trepamuros en el cine (al menos en el UCM) y da pistas de qué otras líneas se pueden abrir en próximos filmes. Pero por otro, acaba tejiendo una red de autorreferencias a la que se mantiene pegada la mayor parte de sus 148 minutos.

La importancia de una segunda oportunidad

No es fácil analizar con profundidad un filme concebido como un campo de minas narrativo en el que cualquier detalle, por ínfimo que sea, es susceptible de ser considerado un spoiler. No obstante, cabe decir que sobre la historia late un claro mensaje sobre la importancia de las segundas oportunidades en un momento como el actual, donde lo que prima es la reacción (y lapidación) instantánea como la que Peter sufrió por un crimen que no había cometido. Tampoco invita a lo contrario, a aceptar las injusticas, pero sí a mirar en la raíz de por qué suceden para intentar erradicarlas sin recurrir al golpe fácil.

Sin embargo, lo que podría parecer una premisa de partida interesante y una oportunidad para revisitar personajes familiares desde otro punto de vista, acaba siendo un desfile de caras conocidas cuya única finalidad es despertar la nostalgia del cinéfilo más clásico de Spider-Man. Y esto no debería ser malo per se, ya que otros títulos como Endgame abrazaban el fanservice puro y los clichés sobre su universo, pero la cinta de los hermanos Russo sí apostaba por la reescritura. Jugaba con las expectativas del espectador y, por ejemplo, tomaba decisiones como ventilar en la primera media hora de metraje el que a priori uno pensaría que sería el principal conflicto: rebanar la cabeza a Thanos. 

No Way Home, por el contrario, se siente cómoda con diálogos que aspiran a levantar la media sonrisa solo por el hecho de rememorar viejas glorias sin más interés que ese. Quizá la trama más cautivadora sea la centrada en el Duende Verde, interpretado por un polivalente Dafoe que vuelve a contorsionar su rostro con muecas imposibles. De nuevo, aunque los hechos no sean literalmente los mismos, una referencia ha podido ser el cómic Spiderman: entre los muertos de Mark Millar y Terry Dodson. En él se cuenta cómo Norman Osborn inicia un macabro juego de provocaciones, al más puro estilo del Joker o de John Doe en Seven, que genera la desesperación y el agotamiento del protagonista. La batalla no es a golpes contra un enemigo hipermusculado, sino contra la psique para no caer en el último pecado capital: la ira. 

Resulta inevitable no pensar en la película que se anticipó a abrir las puertas del spiderversoSpider-Man: un nuevo universo (2019). Es por definición propia una de las mejores historias del arácnido que se recuerdan y su filosofía, aunque parezca estar en sintonía con la cinta de Watts, en realidad es la opuesta. Aprovecha su variado plantel para hablar de masculinidad tóxica, de relaciones afectivas o de paternidad. También para lanzar un mensaje a favor de la diversidad y quitar exclusividad a la persona que está bajo la máscara porque, en el fondo, todos pueden ser Spider-Man (o Spider-Woman). Mira al futuro. En cambio, No Way Home lo hace al pasado.