El año pasado, el Festival de Cine de Berlín fue la rampa de lanzamiento para dos de las películas que más dieron que hablar durante toda la temporada. Aunque la atención mediática fue para el histórico Oso de Oro de Carla Simón con Alcarràs, fue allí también donde se presentó Cinco lobitos. En la sección paralela de Panorama se pudo ver el debut de Alauda Ruiz de Azúa y ya comenzaron a surgir los buenos comentarios que auguraban su conexión con el público. El romance con la crítica se confirmaba poco después, cuando se alzaba con la Biznaga de Oro del Festival de Málaga. En mayo el filme llegaba a las salas y, tras un tibio primer fin de semana, el título se convirtió en un fenómeno del boca a oreja entre el público cinéfilo y adulto. Una de las excepciones de un año dominado por blockbusters y superproducciones con millones de euros para gastar en campañas publicitarias.
Hay varios elementos en común entre aquella película y 20.000 especies de abejas. Se trata del debut de otra directora, Estíbaliz Urresola, que el año pasado fue nominada al Goya y estuvo en Cannes con su corto Cuerdas; y fue en Berlín donde este filme sobre la identidad y las infancias trans comenzó con éxito su recorrido. La película participó en la Sección Oficial, algo que ya es extraño para una ópera prima, ya que Berlín es un certamen 'de clase A' normalmente reservado a cineastas más consagrados. Allí conquistó a la crítica y ganó el premio a la Mejor interpretación protagonista para la joven Sofía Otero, que con nueve años se convertía en la actriz más joven en ganarlo en la historia del festival. Para seguir con los parecidos, la película se llevaba la Biznaga de Oro en Málaga.
Pero hay dos elementos que no son casuales que vinculan ambas películas. Las dos han ido acompañadas de la mano de BTeam, distribuidora siempre atenta al talento de las directoras españolas y que ha sido la responsable, en los últimos años, de mimar y estrenar títulos como Las niñas, de Pilar Palomero, y las dos obras ya mencionadas. Hay en Cinco lobitos y en 20.000 especies de abejas algo que las une, y es la capacidad de conectar con el público de una forma muy íntima y muy profunda. Tras el pase del filme en Málaga no había dudas de que Estíbaliz Urresola había logrado convertir la historia de esa familia, de esas mujeres, en un asunto universal. Lo hacía gracias a su sutileza y a la inteligencia de convertir lo pequeño en político.
Nadie puede negar el dolor de Cocó, la niña que quiere que la llamen por un nombre que no le pusieron al nacer. Es imposible que alguien no se emocione con la interpretación de Sofía Otero, con su desparpajo, con sus ojos que dicen todo aunque no hable. Cualquier espectador va a entender lo que pasa por dentro de una niña a la que le niegan su identidad. A la que le niegan un nombre.
El acierto de Urresola es ampliar ese universo al de las mujeres de la familia. La sinopsis deja claro que es la historia de una infancia trans y del verano en el que lo que no se dice se convierte en verbo y por tanto en realidad. El verano de aceptación por parte de los demás. Pero 20.000 especies de abejas es la historia de tres generaciones de mujeres. La abuela, que vivió en un segundo plano bajo la sombra de un artista tan moderno como machista. La de la madre, tan rebelde en su juventud como ciega ante su padre, al que admira como artista, y su hija, ante la que niega una realidad que todos ven. También, por supuesto, la de la niña protagonista. Al final, 20.000 especies de abejas habla de cómo la identidad es un constructo social y cómo todos buscamos y creamos la nuestra.
Urresola cuenta con metáforas visuales esa búsqueda de la identidad, y consigue momentos de una belleza arrolladora y realmente emocionantes, como ese plano de las dos niñas cambiándose los bañadores, mostrando sus espaldas. Ningún espectador podría decir quién es cada cuál, confirmando de forma sencilla y contundente la hipótesis del filme. Alguna de esas metáforas está más subrayada, como las esculturas con forma de cuerpos humanos, que reincide en argumentos ya explotados de forma más sutil en el resto del filme, pero a pesar de ello nunca se siente una película explicativa ni didáctica. Utiliza de forma inteligente el peso de la religión, y de alguna forma la historia de Cocó funciona como la de un bautismo apócrifo. Un viaje hasta que, con baño incluido, se le da su deseado nombre de niña.
Una ópera prima que tiene muy claro lo que quiere contar y cómo contarlo. Que apuesta por un intimismo marca de la casa de una nueva generación de directoras españolas, y que tiene en su reparto una de sus principales bazas. Sofía Otero es un descubrimiento, pero Patricia López Arnáiz vuelve a confirmar que es una de las mejores actrices del momento. Tras su Goya por Ane hace casi tres años debería volver a estar en las quinielas gracias a la complejidad que aporta a esa madre que intenta hacerlo lo mejor que puede sin terminar de acertar. También Itziar Lazkano, como la abuela y, sobre todo, una Ane Gabarain que se come sus escenas a bocados. Un papel que debería darle todos los premios del mundo a la actriz de Patria. 20.000 especies de abejas tiene todo a favor para ser la Cinco lobitos de este año y para llevar a las salas a un público adulto y cinéfilo que busca filmes que le toquen por dentro para recomendárselos a los demás.