26 de octubre de 1985: el día que Marty McFly comenzó sus viajes en el tiempo y convirtió 'Regreso al futuro' en una fantasía meritocrática

Ignasi Franch

25 de octubre de 2020 22:01 h

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26 de octubre de 1985. Hace 35 años que el joven Marty McFly comenzó a ir y venir por el pasado y el futuro a lomos de un coche DeLorean por la zona de Los Angeles. La película que presentó al personaje, Regreso al futuro, nos dio mucho de todo: comedia, fantasía, aventura, amistad, enredos, casualidades y acción. El realizador Robert Zemeckis y su equipo nos relataron viajes por unas lineas del tiempo que se reescriben con lentitud, transitadas con tecnologías peculiares, que generaban tramas románticas (incluida alguna provocación pseudoincestuosa) a ritmo de la música rock de Chuck Berry o de la guitarra heavy de Van Halen.

Destacaba, por supuesto, la pareja protagonista: el joven Michael J. Fox y un Christopher Lloyd a quien posteriormente veríamos en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? o La familia Addams. Sus personajes han resultado tan memorables que podemos perdonar las sobreactuaciones y los excesos posibles: estamos ante un cuento, al fin y al cabo, y los personajes de los cuentos pueden exagerar. Todo ello aparecía realzado por la música de Alan Silvestri, un himno de optimismo y energía al estilo de Steven Spielberg, que ejercía de productor en aquella ocasión.

En estas fechas rebosantes de efemérides alrededor de la trilogía, Universal ha comercializado un pack que incluye los tres filmes en discos Blu-ray y UHD. A diferencia de otras obras contemporáneas (como Depredador) que no lucieron en vídeo doméstico hasta la llegada de este último formato, las ediciones videográficas previas de Regreso al futuro habían alcanzado unos estándares de calidad razonables. Con todo, quedaba por acometer una restauración a resolución 4K que esta vez sí parte del negativo original de la película. La ocasión invita a revisar uno de los espectáculos más recordados de su década, que sigue inspirando y alimentando obras como las series televisivas Rick y Morty o Future man.

Marty McFly en el mundo de las marcas

Han pasado treinta y cinco años del estreno de la primera película de la saga. Y tiene su sentido que esta narración sobre viajes temporales, iniciado con planos de todo tipo de cronómetros, siga funcionando como un reloj. O lo hace, al menos, para muchos de quienes crecimos con sus imágenes. Es un juego planteado para que todo encaje, repleta de guiños autoreferenciales y bromas que se irían expandiendo (o repitiendo) en las dos secuelas posteriores.

El filme compartía imaginario con otros entretenimientos de la época. Como el protagonista de Gremlins, Marty tenía un referente adulto que trasteaba con su imaginación y con la tecnología para generar inventos rebuscados. Eso sí: a diferencia del señor Peltzer y sus cacharros poco exitosos, 'Doc' Emmett Brown conseguía la hazaña de construir una máquina del tiempo. En Regreso al futuro II, además, aparece fugazmente el fantasma del mobbing inmobiliario, que jugaría un papel más relevante en Nuestros maravillosos aliados, Loca academia de policía VI y un largo etcétera de películas comerciales donde se entreveían algunos ángulos oscuros de una actividad económica que dejaba víctimas y rezagados.

Con todo, el disfrute más o menos nostálgico no tiene por qué ocultar que la fábula incorporaba otros aspectos más discutibles del momento histórico. Eran los años de Ronald Reagan y su política económica al servicio de las élites y el sector financiero, de la voracidad de aquellos especuladores y altos ejecutivos satirizados mediante la figura del Patrick Bateman de American psycho. El mismo Michael J. Fox había despuntado con Enredos de familia, una serie de televisión en la que (conscientemente o no) ponía rostro a un cambio de época: lo moderno era situarse a la derecha del espectro político, mientras que los progresistas son unos padres tan majos como anticuados.

Posteriormente, Fox encabezaría el reparto de una vertiginosa comedia de enredos laborales y sentimentales, El secreto de mi éxito, que resumiría el espíritu arribista de la época. Y su personaje más recordado, Marty, vivía (como el mencionado Bateman) en el mundo de las marcas: el de Pepsi, Goodyear, Nike y lo que hiciese falta. La trilogía incluye algunos ejemplos descarados de product placement, como si el mismo escenario de la acción nos advirtiese que los anhelos de convertirse en guitarrista de rock son bonitos, pero que el dinero y las apariencias cuentan y están ahí en todo momento.

En todo caso, Regreso al futuro no es una emanación agria del capitalismo salvaje, sino un relato amable. Acompaña al espectador que no se siente un ganador y le estimula a seguir creyendo, como hace inicialmente el protagonista de la sátira de acción fantástica y humor Están vivos. A diferencia del desencanto sarcástico del filme de John Carpenter, Zemeckis y su equipo optaron por una narración marcada por el espíritu de un joven que tiene algunos problemas en casa, pero que se lo toma con humor, transmite un optimismo en sintonía con los discursos del gobierno republicano de la época e incluso inocula a su padre una parte de su espíritu.

El inicial viaje en monopatín hasta el colegio marca el tono: música alegre y la sensación juvenil de que todo está por hacer y de que todo es posible. Aunque el director de su instituto le diga a McFly que nadie de su familia llegaría a nada en la vida, se acababa escenificando que ellos podrían hacerse un lugar si insistían en ello… y si daban algún que otro golpe para conseguirlo. Más allá del disfrute, la fábula encontraba su final feliz en la ascensión social.

En los Estados Unidos de Regreso al futuro, el buen hacer y el saber defenderse proporcionaban resultados monetarios. La meritocracia funcionaba: “Tu futuro será el que te labras”, dice Doc Brown en su despedida, y esa reflexión humanista encaja también con ese sueño americano que supuestamente es accesible para todo el mundo por igual. Tras los convenientes ajustes de emergencia en el pasado, el entorno del protagonista se convierte en un espacio de ensueño poblado por profesionales creativos con suficiente dinero en el banco como para adquirir varios coches.

Regreso al futuro tenía vestigios de las entrañables tragicomedias de Frank Capra, otro relator del sueño americano con algunas contradicciones. A diferencia de las obras autoconclusivas del autor de Caballero sin espada o ¡Qué bello es vivir!, la película de Zemeckis se convirtió en una trilogía que pudo corregirse a sí misma. Como si quisiera reencauzar o matizar algunas connotaciones del filme original, los responsables de Regreso al futuro II retrataron la avaricia como un peligro. El deseo de riqueza de Marty provocaría que este perdiese todo lo que había ganado en la primera entrega, y cosas más importantes aún, por desear demasiado.

Las secuelas también desactivarían parcialmente el elogio posible de la impulsividad: el arrojo del protagonista, convertido en imagen invertida pero también indeseable de la pasividad y docilidad de su padre original, le traería de cabeza cuando desafiaban su orgullo. Regreso al futuro III terminaría con varias escenificaciones de las bondades del ingenio ante el matón (aunque no faltasen los catárticos puñetazos finales)… y de la prudencia. Y es que a veces es mejor ignorar a quienes te dicen que eres un gallina.