9.000 personas y un año de pruebas, así se consigue un reparto perfecto que vale un Oso de Oro

Javier Zurro

24 de abril de 2022 22:20 h

0

“Por sus extraordinarias interpretaciones, tanto de los niños actores como de los intérpretes de ochenta años, por su habilidad para mostrar la ternura y comedia de una familia y su lucha, y por el retrato de nuestra conexión y dependencia de la tierra que nos rodea, el Oso de Oro de la Berlinale 2022 es para la película… Alcarràs”. Así anunciaba el director M. Night Shyamalan hace dos meses el histórico premio para la película de Carla Simón. El director de El sexto sentido destacaba varias cualidades de su maravillosa Alcarràs. Su humanidad, su ternura, su profundidad… pero no se olvidaba de ellos, de su increíble reparto. Actrices y actores que hasta ahora no se les había visto en ningún sitio y que ofrecen tanta verdad que por momentos uno piensa que está viendo un documental sobre recolectores de melocotón tocado por la varita de Víctor Erice.

Si ya en Verano 1993 logró un milagro al elegir a aquellas dos niñas que conmovieron a todo el mundo, en Alcarrás el milagro se complicaba. Había que encontrar a toda una familia, los Solé. Un abuelo, su hermana. Sus tres hijos. Dos mujeres de los varones. Una adolescente en pleno cambio, un joven rebelde y tres niños pequeños, dos de ellos gemelos. Carla Simón tenía claro que no quería actores profesionales. Esta familia no podía tener rostros conocidos y debía parecerse cuanto más se pudiera a los personajes que ella había escrito.

Para Carla Simón la filosofía de su cine consiste en “contar la historia desde los personajes para que la gente se emocione y conecte con ellos”. “Yo siempre, haga lo que haga, necesito enamorarme de esos personajes que retrato. Cuando encuentro a un actor es lo más parecido a enamorarme que siento, porque sientes un deseo no sexual de retratar a esa persona a través de la cámara. Tiene que tener algo que me guste mucho como persona. Con esta gente sentía eso. Más allá de tener que ver con mi familia, esta gente generaba en mí ese deseo de retratarla y de retratarla desde el amor. Para mí, filmar es un acto de amor por encima de todo hacia tus personajes”, contaba en una entrevista con elDiario.es.

En Alcarràs tuvo que enamorarse muchas veces, porque era un reparto coral. Dar con los intérpretes precisos era clave. Lo logró “con mucha paciencia”. “Antes de la pandemia fuimos a todas las fiestas mayores de pueblos y veíamos a mucha gente, y a los que nos gustaban les invitábamos al casting. Vimos a 9.000 personas, que es mucha gente, pero es lo que necesitaba esta película. Escogimos a los que se parecían más a los personajes escritos. Yo quería que fuesen familia entre ellos, que hubiera sido guay, pero fue imposible”, contaba.

Además de ella, hay otra figura clave para encontrar a la familia Solé. Se trata de Mireia Juárez, directora de casting que también fue la artífice del reparto de Maixabel, que se saldó con tres premios Goya en la pasada edición. Dos de ellos para dos intérpretes desconocidos para el gran público: Urko Olazabal y María Cerezuela. El tándem Juárez-Simón fue fundamental para lograr que aquella misión casi imposible acabara con un Oso de Oro. Ambas habían trabajado juntas en Verano 1993, donde se creó una relación de confianza que las hizo volver a trabajar juntas en este maxi casting que las llevó por pueblos y fiestas.

No trabajamos con elementos de físico. Carla no dice 'tiene que ser así o así no'. Ella tiene claros los roles. Había que buscar payeses que fueran de verdad

La mente de Carla Simón siempre vuela. A veces demasiado. Su primera idea fue encontrar a familias enteras. “Ella misma se dio cuenta de que era demasiado complejo”, recuerda Mireia Juárez que cuenta que llegaron a hacer pruebas, pero que cuando un hermano funcionaba en el casting el otro no. Pronto se quitaron la idea de la cabeza y comenzó un proceso que “empezó en marzo de 2019”. “La fase más intensa fue en verano, que es cuando fueron a las fiestas de los pueblos con el equipo de casting”, cuenta. En los pueblos de la zona se anunciaba por la calle. “¡A las 12 vienen los del casting de Carla Simón!”, gritaban llamando la atención de la gente.

Juárez subraya uno de los grandes problemas de este casting: la gente que buscaban —payeses, agricultores, gente comprometida que se manifestaba contra el maltrato al campo— no estaba interesada en acudir a un casting. Por eso fueron a buscarles. “Cuando había manifestaciones en la zona, el equipo de casting iba, y mientras los payeses estaban quejándose nosotros estábamos entrándoles. Y a los que no podíamos, luego revisábamos las imágenes de la manifestación e intentábamos localizarles. Es muy complejo que un Quimet venga por su propio pie a un casting. A Jordi, por ejemplo, habíamos visto a su hermano en el casting, pero a él no le descubrimos hasta el final”.

Cualquiera que haya leído un guion se habrá dado cuenta de que los personajes vienen descritos por sus características físicas. Rubio, alta, guapa… Cuando no lo están, siempre se escoge a alguien que cumpla con los cánones de belleza. En los guiones de Carla Simón los personajes nunca están descritos por ninguna cualidad física. En Alcarrás ningún personaje venía dibujado por sus rasgos, sino por su personalidad. Eso ha dado libertad a Mireia Juárez y llena el filme de una honestidad y una pureza que pocas veces se ve en el cine. “No hay nada de físico. No trabajamos con elementos de físico. Carla no dice tiene que ser así o así no. Ella tiene claros los roles. Había que buscar payeses que fueran de verdad, que el chico conociera esa realidad, que entendieran el contexto. Y las edades tenían que cumplirse, esto sí que era importante. Mariona no queríamos que fuera muy adolescente, que pudiera comunicarse con los niños, la vimos con 11 y al final, por la pandemia rodó casi con 13, yo pensaba, que no pegue un gran cambio, por favor”. 

“Nosotros buscamos personalidad, cuando veo a los personajes femeninos, pienso que a lo mejor podría ser mi madre, o cuando veo a Xenia o Mariona, pienso que yo he tenido ese cuerpo, y al final eso tiene mucha más verdad que buscar a gente guapa. Necesitas gente que te embobes con ellos, que quieras mirarles, que te fijes en ellos, que tengas ganas de seguirles, y para mí, eso es lo que creo que funciona”, opina Juárez.

A los actores profesionales les pide lo mismo: que tengan escucha, que estén naturales. En lo que me fijo es en que tengan verdad

El casting duró un año. Doce meses para encontrar a esta familia. La parte inicial fue en marzo de 2019, y tras aquella búsqueda y captura por los pueblos. En octubre de 2019, mientras seguían buscando perfiles que todavía no habían encontrado, comenzaron lo que se llaman los call backs. Llamaron a los elegidos —que ya habían tenido una pequeña entrevista con el equipo o se les había pedido incluso una pequeña improvisación para ver si funcionaban a niveles básicos— para la siguiente fase. Mireia Juárez se instaló en Lleida y desde esa fecha hasta que comenzó la pandemia empezaron las pruebas en profundidad. 

En esta segunda fase seleccionaban cuatro escenas, cuatro momentos “que puedan estar cerca de ellos, que no estuvieran muy lejos de su realidad”. Mireia Juárez pone un ejemplo de una escena que pidieron que improvisara uno de los actores: “Era el momento en el que el payés tenía que decirle a un temporero que no podía volver al día siguiente porque no podía pagarle, y esto les pasa de forma habitual, eran improvisaciones de este estilo. Yo hacía de temporero, y entonces les voy intentando llevar a donde quiero. Si veo que no les estaba costando nada echarme les apretaba, les decía que mi situación era más compleja, a ver si me daba un poco de lo que yo buscaba del personaje. Trabajamos así, con entrevistas muy largas de documentación e improvisaciones. Ellos sabían que la película iba de una familia que perdía las tierras porque el abuelo nunca había firmado los papeles, y todos ellos tenían una situación cercana parecida”.

En un primer momento plantearon que alguno de ellos fuera un intérprete con experiencia, incluso probaron a alguna actriz, pero no funcionaba. “No entraban en el rol, se ponían en otro código aunque improvisaran”, cuenta la directora de casting que siempre que habla de su reparto los describe como “actores” y “actrices”, rompiendo esa tendencia cuando aparece unos intérpretes sin experiencia de decir que se interpretan a sí mismos y que no son actores. A los “profesionales” les pide lo mismo: “Que tengan escucha, que estén naturales. Para mí es más importante que lo estén cuando no hablan, que estén naturales. En lo que me fijo es en que tengan verdad”. Un salto al vacío del que solo había dos opciones como resultado, “que saliera muy bien o que fuera un desastre”. Ese Oso de Oro histórico deja claro que ha salido más que bien.