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'Alita: Ángel de combate', el 'blockbuster' juvenil más atípico de la temporada

Alita, angel de combate

Francesc Miró

Hace casi dos décadas que James Cameron registró el dominio battleangelalita.com. Había adquirido los derechos del manga GUNNM -conocido como Alita: Ángel de combate en España-, creado por Yukito Kishiro en 1991 en plena era cyberpunk posterior al fenómeno Akira. Fan confeso de la obra, estuvo obsesionado con poder adaptarla durante años pero no encontró quien confiase del todo en un título que ni era famoso, ni había vendido tantos cómics como para asegurar un éxito en salas. Él, sin embargo, estaba seguro de su potencial y pocos saben más del negocio de Hollywood que el responsable de Titanic.

Trabajó entonces en un guion cuyo desarrollo tuvo que aparcar cuando se embarcó en otro tema, el Proyecto 880  que terminó siendo Avatar. Ya saben, la película más taquillera de la historia -sin ajustes de inflación-, de la que el propio Cameron prepara hasta cuatro secuelas.

Por suerte, la idea no cayó en saco roto. El productor Jon Landau confió en el pálpito de Cameron y la guionista Laeta Kalogridis se puso a remendar el libreto sin adaptar. En 2015 Robert Rodríguez, director de Sin City, Abierto hasta el amanecer o Spy Kids, se embarcó en la dirección.

Ahora, veinte años de ideas en cajones dan como resultado un film a todas luces irregular que, sin embargo, se reivindica como un blockbuster con personalidad dentro del panorama young adult. Brillante y violento en sus desaforadas escenas de acción, pero torpe y poco sutil en el desarrollo de sus personajes.

Cyberpunk contra Trump (o todo lo contrario)

CyberpunkAlita -a quien da vida mediante motion capture Rosa Salazar- es una joven adolescente que busca su lugar en el mundo. Como cualquier otra joven de su edad si no fuera por que ella no recuerda quién es, de dónde viene ni cómo ha llegado su maltrecho cuerpo robot hasta un vertedero de la Ciudad de Hierro. Allí la encuentra, despedazada el doctor Ido - interpretado por Christoph Waltz-, un médico especializado en cyborgs que le ofrece un cuerpo reparado, un hogar y una familia con la que iniciar una nueva vida.

Sin embargo, las respuestas sobre la verdadera identidad de la joven parecen esconderse en Zalem, una ciudad flotante para personas privilegiadas a la que los habitantes de Ciudad de Hierro tienen terminantemente prohibido entrar.

Que gran parte del elenco sea latinoamericano, que Alita sea un nombre de origen hispano, y que en el fondo del asunto se dirima una batalla en contra de una política migratoria, en 2019, puede convertir Alita: Ángel de combate  en una película mucho más discursiva de lo aparente. Un mensaje que en manos de Robert Rodríguez parece alegóricamente dirigido a Trump.

“No hay analogías directas”, dice Christoph Waltz a eldiario.es durante una breve entrevista por la presentación de la película en España. “Es parte de la historia, no hay una intención didáctica ni lo que cuenta es el vehículo de un lema”, opina el actor. “Las analogías -subliminales o no- son inevitables en una buena historia porque al final la contamos por y para nosotros mismos. Cuando les contamos cuentos de hadas a nuestros hijos es para inspirarles y motivarles a que descubran el mundo por sí mismos. La misma intención la encontramos bellamente reflejada en esta película”.

Según Waltz, Alita: Ángel de combate no tiene el discurso político que muchos espectadores y críticos han leído. “La película no es un reportaje de actualidad. No es una relación de equivalencias con la realidad. Puede serlo para ti pero yo puedo hacer una lectura psicoanalítica. ¿Seguiría teniendo sentido esta historia? ¿Nos habla Alita en términos freudianos sobre el ego y el superego? ¿O a un nivel social, habla de una cuestión de clases, de quienes tienen los medios de producción y quienes no?”, reflexiona.

Una aquelarre visual de batallas, carreras y robots

El ganador del Oscar por el memorable papel de Hans Landa en Malditos Bastardos de Quentin Tarantino trabaja ahora bajo las ordenes de un amigo íntimo del director: Robert Rodríguez. Sin embargo, afirma que ambos son realizadores radicalmente distintos. “Son amigos sí, pero creo que cada uno hace lo suyo. No es como Picasso y Braque con el cubismo ni nada parecido. Robert plantea las cosas de forma distinta y así debe ser. Realmente considero ilegítimas las comparaciones”, explica.

Su trabajo, esta vez, se ha visto rodeado de cromas verdes. Alita: ángel de combate es un festival de ocurrencias visuales de herencia cyberpunk con una fuerte carga de una violencia que Rodríguez sabe estetizar hasta el mínimo detalle. Una exploración de efectos visuales carísimos aplicados sobre una realidad que tiende a la serie B. Como insuflarle dólares al Cyborg  de Albert Pyun treinta años después.

Waltz dice que eso no ha afectado a su forma de abordar su actuación: “Hago mi trabajo porque si no lo hiciera no me contratarían. Interpreto a un personaje aunque yo, como persona, soy 100% analógico”, dice. “Que gran parte de la película esté generada por ordenador no supone ninguna diferencia en mi trabajo. No he hecho nada distinto para interpretar a Ido. Cada papel requiere su propio planteamiento y este viene definido por la historia y no por la tecnología empleada para narrar esa historia”, describe el actor. 

“Yo lo veo así: la historia es lo que manda. Primero va ella, luego las personas y por último el personaje. Es una progresión lógica porque la historia es lo que lo abarca todo, las personas que la representan definen la intención detrás de la misma y el personaje que se me pide que interprete es el último escalafón de la aventura”.

Sin embargo, sí le perturban algunas de las realidades que la película asume en su narrativa: robots dirigiendo la vida de las personas, cuerpos cibernéticos, Inteligencias Artificiales que toman sus propias decisiones... “Nos sorprendería lo que ya existe en nuestra sociedad en este sentido. Es pensar en el alcance de la Inteligencia Artificial y me echo a temblar”, afirma. “Reconozco que me da miedo el concepto porque siempre hablamos de las I.A. como un medio para nosotros. Algo a nuestro servicio. Pero, ¿qué pensará ella de nosotros?”.

Amores adolescentes en guerras adultas

Con todo lo dicho, prevalecen en la naturaleza de Alita: Ángel de combate  dos consideraciones. Por una parte, su forma de abordar el young adult es plenamente consciente de los estándares del género y gracias a ello se permite rupturas que, de tan disparatadas, no pueden por menos que sorprender. 

Si la tabla en la que se mide el riesgo formal y creativo de la nueva película de Robert Rodríguez es la misma que la de Mentes Poderosas, El corredor del laberinto, La serie Divergente o Nerve, estamos ante una de las muestras mejores muestras de sus posibilidades en los últimos años.

La épica historia de una joven descubriendo su identidad mientras patea a villanos de medio pelo y corre carreras asesinas es suficientemente entretenida y digna de ver dada la pirotecnia que la rodea. Pero paga el peaje de narrar un romance teen que de tan mal construido resulta embarazoso.

Por otra parte, como blockbuster de ciencia ficción Alita: Ángel de combate se reivindica como signo de los tiempos en su comentario para con la política migratoria de Trump, pero su intención no va más allá del comentario. No estamos ante un entretenimiento de carácter abiertamente político como sí lo fueron Elysium o Distrito 9. A cambio, la película de Rodríguez se esfuerza en ofrecer más de una set-piece de nivel coreográfico propio de las mejores películas de acción actuales.

Sus extravagancias e incoherencias de tono, así como sus arriesgadas concesiones a lo pulp  vienen a confirmar que Alita: Ángel de combate es una muestra, más o menos afortunada, de lo que Hollywood ha convenido en llamar 'blockbuster de autor'. La huella de Robert Rodríguez planea sobre un metraje en el que late el poderío visual de la producción de James Cameron y, entre ambos, nace algo genuinamente peculiar. Y esto es más de lo que se puede decir de la mayoría de taquillazos contemporáneos.

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