El caso Epstein: un explotador sexual “asquerosamente rico” y vinculado con las élites
En el condado de Palm Beach, en Florida, coexisten dos realidades separadas por una autopista de un kilómetro. En el lado oeste del puente Royal Park vive la clase obrera, mientras que en la costa este habitan los ricos en sus lujosas mansiones. Por lo tanto, las víctimas de Jeffrey Epstein tardaban menos de cinco minutos en pasar de la miseria a la casa del magnate, donde políticos y hombres de negocios habrían abusado sexualmente de ellas siendo menores de edad.
Asquerosamente rico ha vuelto a convertir el nombre de Epstein en tendencia por repasar el caso junto a una decena de mujeres, entonces niñas y adolescentes, que padecieron al depredador sexual entre los años 90 y 2000. El documental de Netflix también aborda el via crucis de sus abogados, que se toparon con amenazas de muerte, juegos de espías, trabas del Gobierno de EEUU y un larguísimo proceso judicial hasta ver al empresario metido entre rejas.
Epstein fue un financiero tremendamente influyente en Estados Unidos, pero a este lado del Atlántico se le conoce mejor por ser un pederasta y por haber iniciado una red de prostitución de menores que salpicó a varios nombres de la cultura y política norteamericana y de la monarquía británica. Fue juzgado por ello en 2019 e ingresó en una prisión conocida como el Guantánamo de Nueva York, donde se ahorcó a las dos semanas dando lugar a múltiples teorías de la conspiración.
Ninguno de sus supuestos y célebres cómplices vertieron una lágrima ni sacaron la cara por él. Tampoco sus amigos de antaño, con los que les unía negocios, fiestas y fotografías que, de pronto, no recordaban haberse tomado: Bill Clinton, el príncipe Andrés de Inglaterra, Kevin Spacey o Donald Trump. Este último ha sido amenazado recientemente por Anonymous en respuesta a la muerte de George Floyd, quienes lo vinculan (sin pruebas) a aquellas actividades ilegales.
Las juergas entre Donald y Jeffrey se remontan a 1992, hasta el punto de que el actual presidente norteamericano afirmó en una entrevista en 2002 con The New York Magazine que conocía a Epstein desde hacía 15 años y era “un tipo fantástico y divertido al que le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí, y muchas de ellas más jóvenes”. Cuando fue condenado el año pasado, el jefe de Estado argumentó que su relación estaba rota desde hacía una década.
No hay evidencias de que Trump participase en la red de explotación de menores de su colega. Las que sí existen son sobre la extorsión y los abusos que sufrieron una cuarentena de mujeres y que se relatan en Asquerosamente rico, los cuatro capítulos de Netflix sobre uno de los mayores depredadores sexuales del siglo XXI.
La espiral de los cómplices
En los casos de abusos sexuales más mediáticos, una vez salta la liebre, el entorno cercano del agresor alega que actuaba solo sin el consentimiento ni la ayuda de nadie más. Ocurrió en 2018 con Harvey Weinstein y ocurre con Jeffrey Epstein también, curiosamente dos de las personas con más contactos en las altas esferas de la sociedad norteamericana.
En Asquerosamente rico se cuenta cómo una de las primeras víctimas y aventajada estudiante de Bellas Artes, Maria Farmer, accedió a él a través de Eileen Guggenheim, quien le obligó a venderle sus cuadros mucho más baratos por ser “un gran amigo y una persona muy influyente”. Después de eso, Epstein y su novia Ghislaine Maxwell abusaron varias veces de ella a sus 18 años y de su hermana Annie, de 16, con el pretexto de que así financiarían sus estudios. Corría el año 1996.
Cuando la historia llegó a oídos de una periodista de Vanity Fair en 2003, que logró entrevistarlas y comprobar lo que era un rumor a voces, su editor le tiró la historia. Las hermanas Farmer tuvieron que esperar hasta 2019 junto al resto de víctimas para ver su caso en los tribunales y en los titulares. Según la reportera, su jefe sufrió las mismas estrategias de intimidación que los medios de comunicación, los policías y los abogados que intentaron despejar el caso de Jeffrey Epstein mucho antes.
El modus operandi de Epstein se basaba presuntamente en acceder a adolescentes de West Palm Beach a través de cuatro mujeres que trabajaban para él y entre las que se encontraba su pareja, Ghislaine Maxwell. Licenciada en Oxford, carismática y entrenada en el estatus rico gracias a sus padres -una defensora de las víctimas del Holocausto y un empresario de medios-, Maxwell tenía eso de lo que carecía Jeffrey para acercarse a las jovencitas sin asustarlas.
Ghislaine, que siempre ha negado todas las acusaciones, les decía que les pagarían 200 dólares por dar masajes en el lado “bueno” de Palm Beach. Y ahí empezaba la pesadilla para muchas de ellas. La pareja disponía de saunas y salas con camillas en las que ellos dos y sus amigos abusaban de las chicas. Las paredes estaban cubiertas de perturbadores dibujos y fotografías de menores desnudas, algo que recuerdan nítidamente todas las víctimas. Si huían, las acosaban, y si insinuaban una denuncia, ellos las amenazaban con dañar a sus familias.
Aún así, los abusos sexuales llegaron a oídos de la policía de Palm Beach, los primeros que se atrevieron a investigar al magnate gracias al testimonio de algunas como Courtney Wild, una joven con problemas familiares de quien Jeffrey y otros hombres se aprovecharon varias veces en la sala de masaje. “Sentía que él era mi salvavidas”, relata.
A algunas de las chicas, las más vulnerables, se las llevaba a una isla privada en su jet Lolita express que todos sus empleados bautizaron como “la isla de la pederastia”. En ella también recibía a los invitados más exclusivos, como Bill Clinton o el príncipe Andrés, a quien una de las víctimas acusa de abuso sexual tanto en el complejo del Caribe como en Londres cuando ella tenía 17 años.
Durante muchos años, Epstein fue un Gran Gatsby intocable. En 2007 se redactó una acusación de 53 páginas, con el testimonio de tres docenas de víctimas, que acabó con una pena de cárcel de 13 meses y una concesión del tercer grado con la que el empresario se movía a sus anchas por todo el país. En ese caso, el promotor fue el fiscal general de EEUU, Alex Acosta, que más tarde se convertiría en secretario de Trabajo de Trump. “Seguía viendo a chicas, seguía ganando dinero y seguía viajando a su isla. Era indignante”, dice una de ellas en el documental.
Asquerosamente rico lleva a cabo la encomiable tarea de dar voz a esas personas que fueron silenciadas por Epstein y su círculo. Desde víctimas hasta sus abogados, que fueron una y otra vez desoídos por los policías, federales, jueces y fiscales del entramado del magnate y que le ofrecían tratos de favor ocultos como el de Acosta.
Finalmente, tras años de sufrimiento, ellas fueron escuchadas. El documental deja claro la importancia que tuvo el movimiento MeToo y el juicio contra Weinstein en todo ello. También para la salud mental de las víctimas, que por una vez no fueron culpadas por haber sido coaccionadas, prostituidas y violadas cuando eran menores de edad. Independientemente del final de Jeffrey Epstein, significó, en palabras del productor de la serie, “el fin de un estilo de vida enfermo que todos permitieron y de una justicia diferente para un hombre blanco, adinerado, con poder e influencia”.
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