'Los Increíbles 2': un gran poder conlleva una gran campaña neoliberal
La llegada de Iron Man en 2008 cambió el género de superhéroes para siempre. Fue entonces cuando se abrió la puerta a todo un universo cinematográfico que luego protagonizaría la cartelera casi mes a mes. Marvel se ha convertido en una marca habitual del séptimo arte y, a pesar de que algunas entregas son mejor valoradas que otras, ya han conseguido asegurarse un gran séquito de seguidores. Sin embargo, previamente apareció una película desvinculada del sello de cómics que supo adelantarse a dicho éxito: Los Increíbles (2004).
Su secuela llega 14 años después, en un contexto totalmente diferente al de la original. Ahora comparten plantel con Ant-Man, Capitán América, Thor y compañía. Es cierto que antes lo hacía con el Spider-Man (2002) de Sam Raimi o con Los 4 Fantásticos (2005), entre otros, pero la competencia nunca había sido tan dura. A pesar de ello, Los Increíbles 2 logra diferenciarse poniendo el foco en un aspecto alejado de la pirotecnia y las trepidantes escenas de acción (que también las tiene): en la familia. Bob (Mr. Increíble), Helen (Elastigirl), Dash, Violeta y el pequeño Jack-Jack vuelven a la gran pantalla justo donde se quedaron hace más de una década. El tiempo no ha pasado para ellos, aunque sí para nosotros.
Esta vez la familia se enfrenta a dos villanos: uno llamado el Raptapantallas, que logra hipnotizar a las personas a través de las televisiones; y el gobierno, que decreta la prohibición de los superhéroes tras comprobar el destrozo que causan con cada una de sus intervenciones. Al igual que en la primera cinta, el debate de los Parr gira en torno a si deben aceptar las leyes o si, por el contrario, deben luchar para hacer comprender al mundo cómo de necesario son los superhéroes.
La tarea recae exclusivamente en Elastigirl, encargada de liderar una campaña publicitaria para reintroducir a los superhéroes y hacer ver a la ciudadanía que pueden salvar vidas sin partir edificios a cada paso. ¿Cómo lo hace? Con una cámara incorporada en su traje que comparte en directo cada uno de sus pasos. Al contrario que Mr. Increíble, dedicado a cuidar de sus hijos, ella sí que es mostrada como ejemplo a seguir.
Precisamente por ello, hasta la propia actriz de Helen afirmó que Los Increíbles 2 “tiene un mensaje feminista”. Y puede que sea así, pero desde luego no formaba parte de los planes de su guionista y director, Brad Bird (El gigante de hierro, Ratatouille, Misión Imposible: Protocolo Fantasma). “Si esto encaja con lo que está pasando me parece maravilloso, pero es un añadido, no la intención que hay detrás”, explica el cineasta a eldiario.es. Añade que no pretendía hacer “una película política”, sino una para “pasarlo bien con los personajes”. Aún así, especialmente para el público adulto, resulta complicado ponerse solo las gafas de la diversión y no apreciar ciertas connotaciones en el discurso de Los Increíbles 2. Algunas de ellas positivas, como ver a Elastigirl pateando traseros sin complejos, pero otras quizá no tanto.
El libre mercado como salvador de los superhéroes
Las películas de Pixar, en el fondo, son una reflexión sobre el lugar que ocupamos en este mundo. Toy Story 3 habla sobre el paso de niño a adulto, Wall-e sobre una sociedad adormecida a la que no le preocupa la contaminación, Coco sobre el valor de la familia que ya no está… Es ahí donde reside gran parte de la magia. No obstante, el mensaje de Los Increíbles 2 parece no estar muy en consonancia con lo visto en otras producciones del estudio. Se pasa de los sentimientos, al dinero y la publicidad.
Es complicado abordar el tema sin entrar en spoilers, pero resulta inevitable no señalar a un personaje en concreto: Winston Deavor. Este es un multimillonario encargado de una gigantesca empresa de telecomunicaciones que ayuda a los Parr sin pedir nada cambio, solo demostrando su aprecio por los superhéroes. De hecho, es responsable de la campaña de marketing anteriormente mencionada y sobre la que gira el argumento de la película. Al igual que ocurre con Iron Man, repartir justicia pasa por tener una mansión y coches deportivos.
Deavor, en palabras del director, “es como Bill Gates”, alguien que “puedes cuestionar lo que hace como empresario, pero no como filántropo”. Por esta razón, The Guardian asocia lo visto en el largometraje con la figura de Steve Bannon, asesor de estrategia de Donald Trump y defensor del libre mercado como forma de vida. No es algo nuevo en Brad Bird. Como señala The New York Times, algunos críticos ya vincularon la primera película con la filósofa Ayn Rand, símbolo del individualismo y de los principios económicos por los que se regía Adam Smith.
Su guionista, sin embargo, se distancia de estas ideas afirmando que “no puede controlar esos pensamientos” y que “solo intenta entretener a la gente”. Considera que siempre hay dualidad de interpretaciones, y pone como ejemplo otra película de la que es responsable: Ratatouille. “Seguro que los de izquierdas dirían: las ratas tienen que cocinar; y los de derechas dirían: pero qué me estás contando”, mantiene.
Otro discurso presente en Los Increíbles 2 es el de que los superhéroes luchan contra el establishment, contra el poder establecido que les obliga a refugiarse en sus guaridas y a colgar el traje. Es similar a lo que ocurre en Batman: ¿debemos dejar que un enmascarado se tome la justicia por su mano, al margen de la ley? El problema es que, al contrario de lo que sucede en la obra del murciélago, en esta no existe debate. Simplemente, se acepta.
Brad Bird sostiene que su intención era privar a los personajes de aquello que más aman: trabajar como superhéroes. Por ello, pensó que “sería un buen argumento” reflexionar en “quién iba a pagar de todos los destrozos que habían provocado”, algo con lo que el propio Bob bromea en el largometraje: “El seguro es la clave”, recuerda el cineasta entre risas. Cuando, tal vez, el error sea tener que contratar un seguro para disfrutar de ciertos privilegios.
En esta línea se sitúa la reseña de The New Yorker, donde critican el “populismo autoritario” de Los increíbles 2 por “ofrecer la visión de unos líderes natos con una moral intachable a los que todas las personas deberían jurar lealtad”. Puede que Bird no pretendiera hacer “una película política”, pero es difícil no valorarla como tal cuando los personajes muestran su punto de vista al respecto. “Los políticos no entienden cuando las personas hacen el bien porque eso sería lo correcto”, lamenta en un momento del filme Rick Dicker, amigo de los Parr.
No todas las partes son negativas. 14 años han servido para que los efectos digitales reluzcan con todo su esplendor, especialmente cuando se compara con la primera entrega. Solo hace falta mirar la detallada barba de Bob o el pelo en movimiento de Violeta para comprobarlo. También está la banda sonora de Michael Giacchino y Bao, el fantástico corto proyectado al principio. Es una secuela que hace justicia y entretiene a lo largo de dos horas, pero podría haber sido mejor si “el seguro no fuera la clave”.