Uno de los aforismos de Jean-Luc Godard dice que para hacer una película solo se necesita una mujer y un arma. A veces, incluso el arma resulta prescindible y solo hace falta una mujer siendo perseguida. ¿Por qué? Porque la historia del cine muestra un buen número de géneros y tradiciones narrativas que han hecho un uso insistente de las historias sobre mujeres acosadas.
Las diferentes versiones y variaciones de Luz de gas, de sus acosos y manipulaciones, se convirtieron en una cierta tradición fílmica. La hitchcockiana Sospecha o Luz que agoniza eran obras de suspense donde la posesión de una habitación propia, o de una casa propia, no aseguraba la seguridad de las protagonistas. Un exponente de esta ficciones, La escalera de caracol, enfatizaba la vulnerabilidad del personaje principal al otorgar el protagonismo a una chica discapacitada. Este recurso sería empleado en Sola en la oscuridad, Terror ciego, Testigo mudo o la más reciente Hush (silencio), donde ladrones y maníacos de diverso pelaje rondaban a mujeres con ceguera o sordera.
Más tarde las pulsiones sensacionalistas de cineastas de terror comenzaron a explorar de manera más abierta algunas perturbadoras intersecciones entre el asesinato y el sexo. Cruces que han generado otras tendencias como las pesadillas sobre mujeres cautivas como Captivity, Pet o la extraordinariamente desagradable, e inspirada en hechos reales, La chica de al lado.
También se han fijado las convenciones de un cierto thriller de la supervivencia. Sus creadores rehuyen el talante relativamente coral del cine slasher y sus homicidios periódicos para centrarse en la lucha entre un número reducido de mujeres acosadas y de hombres acosadores. Recientemente podemos señalar títulos como Revenge o Cosmogonie, que intentan hacer un cierto guiño al empoderamiento femenino a través del ejercicio de la violencia defensiva.
La casualidad ha hecho que se estrenen simultáneamente dos películas sobre acosos en dos ventanas diferentes. Salvaje llega a las pantallas cinematográficas como un thriller pasado de revoluciones. Y Alone irrumpe en el mercado videográfico y en las plataformas de VOD mediante una estilizada y casi minimalista aproximación a una historia de cautiverio forzado y lucha por la vida.
Un día de furia 2.0
Salvaje ilustra una cierta caída en desgracia de Russell Crowe. La estrella de Gladiator o Master and commander se ve reducido al papel de antagonista en un modesto filme que conecta el thriller de asedio automovilístico en la tradición de la spielberguiana El diablo sobre ruedas o Nunca juegues con extraños con la representación de estallidos de frustración y resentimiento al estilo de Un día de furia. Añádasele al conjunto una pizca de narrativa de asesinos en serie, y el cóctel está listo para servir.
El punto del filme de Salvaje es llamativo: desesperada ante un atasco de tráfico, una mujer llamada Rachel toca el claxon de manera agresiva al conductor del coche que tiene delante. Rachel tiene todos los atenuantes para que se le disculpe un momento de descortesía: es una madre divorciada, desbordada, cuyos problemas económicos acaban de incrementarse porque el atasco provoca que pierda a su mejor clienta. Frente de ella, irrumpe un verdadero hombre del saco que aúna el resentimiento feroz hacia una antigua pareja que ha rehecho su vida, la ira hacia una mujer cualquiera que se atreve a protestar y el deseo de castigar a aquellos que le han desplazado del centro del universo… o que le han humillado con un simple golpe de bocina.
La escena pre-créditos del filme ya telegrafía que sus responsables decidieron dejar la sutileza para otra ocasión. Y los mismos créditos subrayan que se ha querido envolver la adrenalina fílmica de una cierta advertencia sobre la crispación, sobre una sociedad que se deja llevar por la ira y se comunica de manera furiosa. De manera probablemente involuntaria, y a pesar de sus guiños antimachistas, la película acaba pareciendo una narración de castigo de las protestas femeninas: el psicópata interpretado por Crowe es quien corrige los posibles excesos de furia comunicativa… con una escalada de violencia homicida.
El director Derrick Borte y su equipo caen en cierta insensibilidad de fondo. El espectáculo ruidoso de persecución sobre ruedas no deja espacio a la representación perturbadora del acoso. A pesar de todo, Salvaje es muy convencional, bastante tópica y llega con tantos potenciadores de sabor (comenzando por una banda sonora muy, pero que muy insistente) como un menú de comida rápida, pero puede cumplir la función para la que ha sido concebido: satisfacer al público que busque un thriller rotundo.
El arte de sobrevivir
En Alone, la amenaza también se mueve en coche. Una joven viuda que está acometiendo una mudanza se encuentra al mismo hombre en varias ocasiones. Obviamente, se trata de un acosador, y rápidamente estalla un conflicto itinerante entre el depredador y su objetivo.
Remake del filme sueco Gone, Alone fija su mirada en una protagonista que quiere escapar de un inquietante asesino en serie cuyo lado oscuro está oculto bajo apariencias convencionalísimas. No estamos ante una ficción de maldades obviamente monstruosas, sino ante un acercamiento a una práctica homicida lacónica, sin explicaciones psicológicas ni estridencias estilísticas, sin aquellos desafueros de sangre seca entremezclada con el óxido de naves industriales que fue tan propio de Hostel o Saw. El recorrido incluye algún momento de narrativa visual sutil y sugerente destinado a ser recordado por más de un aficionado al género.
A diferencia de películas como la reciente Cosmogonie, un sexista tour de force de supervivencia que pudo verse en el pasado festival de Sitges, Alone no proyecta grandes intenciones discursivas en su representación de su lucha por la supervivencia. Parece más bien un ejercicio de estilo, quizá vacío pero también apreciable, del realizador John Hyams. Supone una apuesta por un cierto minimalismo, aunque el resultado no se escape completamente de las coordenadas del thriller comercial con convenciones del cine terrorífico.
Este vaciado de elementos tiene algo de elegante. El visionado es adecuadamente desagradable e incómodo, y proporciona pocas distensiones al espectador, más allá de la belleza de los parajes boscosos donde se localiza la acción. No falta la ejecución final, más o menos innecesaria, del monstruo. Un elemento que encaja dentro de la lógica violenta del terror fílmico, y dentro también de una cierta tendencia a recalcar lo que ya sabíamos desde los tiempos del cine slasher y desde mucho antes: que ellas también pueden matar.