La memoria no es de fiar. Los recuerdos mutan, cambian. Por mucho que aseguremos que una cosa ocurrió de una forma, es imposible saber a ciencia cierta si es así. Lo que recordamos se transforma con el tiempo, con nuestra experiencia. Lo modelamos a nuestro antojo. A veces, incluso lo modificamos para poder avanzar, para sobrevivir. Contaba el director Isaki Lacuesta que cuando habló con los supervivientes reales del atentado de Bataclán que han inspirado su estupenda última película, Un año, una noche, quedó sorprendido porque a veces parecía que habían vivido dos hechos distintos. Los recuerdos de dos personas que vivieron aquella noche eran absolutamente diferentes. A veces, incluso contradictorios.
De la fragilidad de los recuerdos, de la memoria, y de cómo la utilizamos, habla Aftersun, el imponente debut en la dirección de Charlotte Wells. Una película que ya está siendo reconocida en todos los premios y que es una de las mejores del año. Wells realiza un viaje tan hermoso como duro sobre la relación de una hija con su padre, separado de su madre. A través de la memoria grabada en forma de cintas caseras, una joven recuerda el verano que ambos pasaron juntos. Un verano en el que todo cambió para siempre. Sería injusto desvelar al espectador los quiebros de la trama y privarle de la emoción de ir desvelando el mecanismo del filme. Confronta los recuerdos grabados con otras reconstrucciones del pasado. ¿Qué ocurrió de verdad?, ¿qué ha creado esa joven para contar su historia, para entender lo que ocurrió en aquel viaje por Turquía?
Wells recurre a un montaje preciso y fino que alterna lo grabado con lo recreado y que avanza poco a poco hasta el final en el que el espectador entiende todo, en el que comprende su dolor. Lo hace en una escena con el Under pressure de Queen y David Bowie que pasa al recuerdo. Un final que arrasa y emociona. Un momento en el que el pasado y lo soñado se juntan en un baile desgarrador. La perfección del engranaje de Aftersun es tal que sorprende que esto sea una primera película y hace pensar en el brillante futuro de la directora, que saca oro de la relación y las interpretaciones de su pareja protagonista, la joven Frankie Corio —un descubrimiento— y Paul Mescal, sin duda uno de los actores más prometedores y refrescantes del audiovisual de los últimos años. Una película inteligente, sensible y llena de detalles que es más que una carta de presentación para su realizadora.
Recuerdo y biografía
Aftersun nace de un albúm de fotos antiguas ojeado en el momento oportuno, cuando la directora buscaba la idea para su primer largometraje. “De repente, vi una foto de mi padre conmigo cuando él tenía más o menos la edad que yo tenía en ese momento. Me sorprendió lo joven que se veía. De ahí surgió algo que tenía una estructura más convencional, más impulsada por una trama, más ficcionada en muchos sentidos, aunque esta película es ficción, de eso no cabe duda. Pero, a partir de ahí, permití que parte de mis emociones determinaran lo que finalmente se convertiría en el guion y usé mis propios recuerdos para formar el esqueleto con el que trabajé. Creo que ese proceso hizo que la memoria formara parte de él. Lo hacía inseparable de lo que intentaba expresar”, dice la directora sobre su ópera prima.
Charlotte Wells también reflexiona sobre la memoria grabada en forma de fotografía y vídeo y la memoria grabada en forma de recuerdo. ¿Alguna es más fiable que otra o las dos han sido completadas por nosotros? “Los recuerdos que yo tenía son imágenes y creo que eso se debe en parte a que grabamos imágenes de tiempos que han pasado y eso empieza a influir en la forma en que recordamos las cosas y qué cosas recordamos. Las grabaciones que tenemos son casi como puntos de referencia, como una mitología sobre la que se construye el recuerdo. Y, en cierto punto, creo que es difícil saber si uno recuerda el momento o si recuerda la imagen, la sensación del momento frente a la sensación de mirar la imagen... me parece muy complicado. Es algo en lo que pensé mucho durante el rodaje de la película. Esa es la razón por la que incluí las imágenes caseras, como una herramienta para hacer avanzar la película en ese sentido”, añade sobre su decisión estética y narrativa.
Las grabaciones que tenemos son como una mitología sobre la que se construye el recuerdo. Creo que es difícil saber si uno recuerda el momento o si recuerda la imagen
También la fotografía juega un papel importante y narrativo en el filme, donde aparece “una paleta común de colores para ciertos espacios de la película, por ejemplo, la habitación del hotel es el espacio más cálido y el hotel más grande que visitan tiene su propio tono”. “Queríamos que se sintiera muy actual a pesar de que estaba ambientada en el pasado, no queríamos que la paleta de colores pareciera apagada. Queríamos que fuera muy rica y saturada y, de hecho, el director de fotografía y yo recuperamos nuestras propias fotografías navideñas y las utilizamos como base para determinar el aspecto de la película”, explica.
Wells también utiliza de forma dramática las canciones, perfectamente elegidas y donde suena el Tender de Blur o La Macarena. Una elección que califica como “muy divertida”: “Era el indicador más claro de la época, pero no queríamos que ese periodo nos distrajera. Que fuera auténtico, pero que no nos distrajera. La pregunta no era cuál era la mejor banda sonora que podía crear, sino qué música sonaría de verdad. Pensé que las listas de reproducción de los protagonistas eran un poco diferentes, que no escucharía más música de los ochenta y la otra más música pop contemporánea de finales de los noventa. Había algunos temas que sí que tenía la idea de incluir, como el de Blur, y otros, como la secuencia final con Under Pressure, fue un momento de descubrimiento y locura a altas horas de la noche, tuve la idea y por algún extraño motivo funcionó”.
Sin subrayados y de una forma inteligente, Wells también deja clara la clase social de este padre y esta hija. Se nota en los hoteles donde están, la ropa que visten o la forma de hablar. Un dato que no es baladí, ya que también afecta a su forma de relacionarse y en cómo él vive la paternidad a una edad tan temprana. La conversación sobre cómo incluir este aspecto llegó cuando buscaban las ubicaciones del filme. A Welles le interesaba mostrar “un rango de clases sociales”, pero sin que hubiera mucha brecha: “El hotel que visitan es mucho más bonito, pero no es la torre de cinco estrellas que teníamos como segunda opción en un lugar diferente. Creo que ambos personajes aspiran a ser algo que no puedan alcanzar en este momento. Las dificultades financieras de Callum son algo con lo que probablemente puedan identificarse muchos padres jóvenes, especialmente cuando tienes hijos que solo quieren lo que ven en el mundo y tú quieres dárselo”.
Una película que pudo producirse gracias a Barry Jenkins, director de Moonlight que quedó prendado de los cortometrajes de Wells y actúo de padrino para esta ópera prima. Ella misma reconoce que todavía no se lo cree, y tiene que pellizcarse cuando les ve en el escenario presentando su filme y confía en que sigan siéndolo en el futuro: “Con suerte, espero que sean los productores con los que trabaje una y otra vez”.