El letrado Robert Bilott lucha contra una gran corporación, DuPont, que vierte y sepulta residuos que quebrantan la salud de los habitantes de una pequeña localidad estadounidense. El caso termina abarcando diecinueve años de su vida, durante los cuales ve morir al afectado que se puso en contacto con él.
La película que lleva a la gran pantalla este caso real, Aguas oscuras, podría haber sido una tópica emanación de ese Hollywood más o menos progresista que deja que la defensa del planeta recaiga en asesores legales (véanse Erin Brockovich o Acción civil). Pero sin resultar revolucionaria ni en lo narrativo ni en lo discursivo, la obra no es exactamente lo que cabría esperar.
Aguas oscuras ofrece algo diferente por las decisiones de Todd Haynes, responsable de Carol y todo un estilista de las imágenes cinematográficas y su montaje. Su mirada intenta alejarse de la pereza expositiva, de la mera ilustración de anécdotas. Se escapa del tópico porque la misma historia real rompe con la tendencia a la linealidad del cine militante más obvio. Y cuenta con no pocos personajes que ocupan zonas grises, que dudan, que son capaces de cambiar de perspectiva o, sencillamente, de tener gestos inesperados sin cambiar de mentalidad.
Con Aguas Oscuras, Haynes asumía el encargo del actor principal y productor Mark Ruffalo: pulir el guion para que la obra no estuviese tan centrada en el procedimiento judicial y atendiese más a las experiencias del protagonista.
El resultado es un drama ecologista que intenta abarcar con una cierta complejidad la larga experiencia de Bilott: hay pocas escenas en sede judicial, mucha lectura de documentación, encuentros con especialistas, reuniones con afectados cuya salud declina, tensión entre miembros del bufete... y fisuras matrimoniales. A este héroe a su pesar, hacer lo correcto le cuesta que su situación profesional tiemble y que su esposa lamente una dedicación que, según se observa en la película, raya lo obsesivo.
La misma historia real facilitaba tomar alguna carretera secundaria, diferente del drama encabezado por un paladín de la justicia. Para empezar, el protagonista no es un idealista entregado a la conservación del planeta, sino un defensor de grandes corporaciones a quien le llega el caso por motivos personales: un granjero cuyo ganado está muriendo conoce a su abuela. Bilott asume el caso prácticamente a regañadientes, confiando en una solución amistosa con la compañía DuPont, antes de darse cuenta de la extraordinaria dimensión de su mala praxis.
Denuncia bella y sin alzar la voz
Hace tiempo que Haynes dejó de ser el joven agitador del cine indie que mezclaba la iconografía del escritor Jean Genet y la de las películas de ciencia ficción de los años 50 mediante el largometraje Veneno. O el experimentador que parecía hermanar los retratos femeninos del Michelangelo Antonioni de El desierto rojo con las toxicidades y los cultos new age que mostraba un joven David Cronenberg en títulos como Cromosoma 3.
Las nominaciones a los Oscar que Haynes recibió por Lejos del cielo, I'm not here o Carol han conseguido que se le reserve un lugar en la industria que no termina de querer ocupar. Sus películas pueden llegar a grandes distribuidoras, pero siguen co-producidas fuera de los grandes estudios por su histórica colaboradora Christine Vachon junto con otras empresas o televisiones británicas.
El cineasta puede haber desarrollado un sentido del pacto con la narrativa convencional con lo que se espera que es un largometraje comercial, pero sigue siendo un artista gustoso de mantener una cierta independencia y un enamorado de todas las artes visuales.
Al afrontar el proyecto de Aguas oscuras, Haynes y su equipo parecen haber querido acercarse al bellísimo dispositivo estético obtenido en Carol. No era un desafío fácil, dada la naturaleza de la narración y su estructura obligada a abarcar los diecinueve años de la historia real. Pero el director de fotografía Edward Lachman firma bellas composiciones y el montador Affonso Gonçalves permite que respiren.
La alternancia de planos intenta hacer equilibrios entre una cierta morosidad y la rapidez de las actuales convenciones del audiovisual mainstream. No se vislumbra ninguna agitación artificiosa de los acontecimientos. A pesar de que algunos espectadores puedan echar de menos un añadido de intensidad, los responsables no han querido firmar un thriller, ni fingir que lo hacían. Aunque incluyan algún homenaje a Todos los hombres del presidente, ejemplo de un cine accesible que incluye denuncia de poderes que dominan en la sombra o a plena luz.
Si Carol demandaba libertad sexual sin asumir las formas del cine-protesta, Aguas oscuras busca agitar conciencias sobre el uso industrial de químicos peligrosos (el ácido perfluorooctanoico o PFOA, que se usó durante décadas en la confección de utensilios antiadherentes con el conocido teflón, y que se ha vinculado con diversas enfermedades y malformaciones) sin levantar la voz. Podemos cuestionar si este tono sosegado puede embridar algunas indignaciones, pero el logro artístico se nos muestra meritorio.
Por el camino, Haynes y su equipo apuntan la timidez, o la dejación de funciones, de organismos como la EPA, la Agencia de Proteccion Ambiental estadounidense. En el filme se expresa una idea inquietante: las organizaciones gubernamentales no regulan una sustancia química a menos que las empresas avisen de su peligrosidad.
Según las investigaciones de Bilott, la empresa tenía conocimiento de los posibles efectos del PFOA para la salud ya en 1961. En 1999, la Agencia de Protección Ambiental estadounidense requirió a las empresas que estudiasen sus efectos. La Unión Europea decretó en 2017 una prohibición de su uso que ha entrado en vigor este mismo año, con algunas moratorias que se extenderán hasta julio de 2023.