Akira lo cambió todo. Llegó antes que Naruto, antes que Dragon Ball e incluso antes que Ghost in the Shell. La obra de culto de Katsuhiro Åtomo, estrenada el 16 de julio de 1988, marcó un antes y un después cuando palabras como manga o anime eran todavía desconocidas para el gran público de Occidente. Aquel “Neo Tokio a punto de E-X-P-L-O-T-A-R”, como decía su cartel promocional, continúa sirviendo de referente incluso 30 años después de su aparición en la gran pantalla.
La estética cyberpunk, la calidad de la animación o su trasfondo filosófico son algunos de los muchos elementos que se pueden señalar de una película sin precedentes, que no atiende a ninguna de las reglas antes escritas en el género. En esta historia no existen claros héroes ni villanos, sino complejos personajes movidos por la supervivencia en medio de un estado policial. No hay nadie a quien admirar, ni siquiera a Kaneda, protagonista y líder de la banda de moteros The Capsule. Ya sea sucumbiendo a la violencia o a los poderes del gobierno, al final todos son diferentes caras de una misma moneda.
Como su propio autor explica en entrevistas publicadas a posteriori, todo comenzó en 1982, cuando la revista Young Magazine le propuso hacer una historieta sobre ciencia ficción de forma seriada. Fue entonces cuando puso la mira sobre Tetsujin 28, un manga japonés sobre robots gigantes y armas militares secretas que terminaría inspirando su obra culmen, Akira. Por ello, para entender lo que supuso y lo que todavía supone la obra de Åtomo, repasamos algunos de sus aspectos más destacados de la mano del periodista Álvaro Arbonés, colaborador de habitual de Canino en materias como manga o anime.
Su influencia más allá de Japón
Aunque estaba bastante lejos de ser un paseo agradable, transitar por las calles del decadente Neo-Tokio interesó más allá de Oriente. Parte de culpa la tiene un presupuesto desorbitado, por entonces impensable para una película de animación: de mil millones de yenes (unos ocho millones de euros). Su presupuesto solo era superado por Ran (1985), de Kurosawa (con unos diez millones de euros).
Además, se creó el Comité Akira, compuesta de empresas como Kodansha, Bandai, Hakuhodo, Toho o Laserdisc, entre otras. “Fue la propia dimensión del proyecto lo que obligó a sacarlo. Que Bandai estuviera metida en el comité fue importante, porque eran quienes controlaban toda la industria fuera de Japón”, explica Arbonés.
Las referencias
Aunque el manga de Akira nació a principio de los 80, Japón todavía se encontraba en proceso de cicatrización de viejas heridas. Los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, las revueltas estudiantiles de Zengakuren (una organización radical de izquierdas que luchaba contra el ideario estadounidense) o la Guerra Fría, fueron ingredientes apropiados para crear un cóctel explosivo del que la cultura también bebería.
“A Åtomo le afectan todas estas cosas y decidió transmitirlas para mostrar que se estaban matando entre hermanos por diferencias que igual no eran tan graves. De hecho, el final del manga es ese: vamos a unirnos y a entendernos a pesar de todo lo que nos hace distintos”, apunta el periodista.
Pero no solo de referencias políticas bebe Akira. Además del ya mencionado Tetsujin 28, el creador japonés tampoco dejó escapar los detalles hacia Neuromante, Blade Runner, Star Wars, Easy Rider, por mencionar algunos de una lista casi interminable. Según Arbonés, al final Åtomo es “un artista como cualquier otro, que apila todo lo que le interesa y así configura su personalidad”. Por ejemplo, según añade el escritor, “algunos detalles recuerdan a Gundam”, una serie en la que, al igual que en Mazinger Z, los robots eran utilizados como máquinas de guerra por los humanos.
El dibujo
Nada de 3D, todo estaba pintado a mano. Según The Washington Post, la película está compuesta por 160.000 dibujos con una paleta de 327 colores. Literalmente, no había ni un solo elemento sin moverse. “Hay escenas de Akira en las que llega a haber hasta siete u ocho personajes haciendo cosas diferentes y todos a la vez. Estamos hablando de un nivel de puesta en escena de Akira Kurosawa”, considera Arbonés.
La gran cantidad de ilustraciones, sin embargo, no impidieron que cada detalle estuviera cuidado al milímetro. Desde un cartel luminoso en Neo Tokio hasta la capa roja de Tetsuo. Esto ha provocado que algunas de sus escenas acaben convirtiéndose en símbolos para el recuerdo. Si Star Wars tiene el Halcón Milenario y Cowboy Bebop el Swordfish II, Akira cuenta con otro vehículo mítico: la moto de Kaneda. “El diseño, que ya venía del manga, es una auténtica monstruosidad. Tiene una cantidad de detalles asombrosa, algo que refleja la obsesión de Åtomo por cuidar todo”, dice el periodista.
El mensaje
Dragon Ball deja claro quién es el villano, ya sea un alienígena con capacidad para destruir planetas (Freezer) o un androide capaz de absorber la energía de sus enemigos (Célula). En Akira, por el contrario, no resulta tan evidente. El futuro que de Åtomo es uno lleno de injusticia, en el que los personajes son pisoteados y se defienden pisoteando al prójimo porque es lo único que conciben. Según Arbonés, lo que vemos es “una guerra interna con muchos conflictos a la vez en la que cada parte tiene un poco de razón”. Continúa diciendo que quizá podamos “empatizar más con unos u otros”, o que quizá la historia termine dando la razón a ciertos personajes, pero que “al final hay un montón de bandos”.
Individuos diferentes unidos por una causa común. Esa es la lógica impregnada en cada una de las patas que compone Akira, desde el guion hasta su banda sonora. El periodista especializado indica que esta fue creada por Geinoh Yamashirogumi, “un colectivo compuesto por más de 100 japoneses que no son profesionales”, sino que son “personas anarquistas que no trabajan como músicos y crean a su aire”. Agrega que “incluso en lo que no se ve también está el mensaje que intenta transmitir. Eso es lo que me parece brillante de la banda sonora”.
El legado
Akira está en todo lo que ves. Poco importa si se realiza o no la rumoreada y codiciada adaptación a imagen real. Akira es Stranger Things, Chronicle, Origen o Star Wars VIII. De hecho, el director de esta última, Rian Johnson, confesó en Reddit que su rango de influencias “va desde Terminator hasta Akira”. Para Arbonés, Åtomo es uno de esos creadores capaces de marcar un antes y un después “o estabas con Åtomo o estabas contra Åtomo”. Es decir, que es “un abismo en el que caes o intentas volar por encima de él, pero no hay posibilidad de ignorarlo”. Y, como reflejo de ello, todo lo que consigue generar incluso 30 años después de su aparición en la gran pantalla.