La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

Alauda Ruiz de Azúa aborda las violaciones dentro del matrimonio en la serie 'Querer'

Javier Zurro

Donostia —
27 de septiembre de 2024 22:30 h

0

30 años de matrimonio y dos hijos en común. La estampa de la familia perfecta. Hasta que ella dice basta. Hasta que coge el valor suficiente para verbalizar lo que nunca se atrevió y denuncia a su marido por violación continuada. La premisa de Querer, la miniserie que ha dirigido y escrito Alauda Ruiz de Azúa puede parecer una cosa rebuscada, pero es un suceso mucho más habitual de lo que parece. Son historias silenciadas, que se mantienen debajo de la alfombra. No son muchas las mujeres que consiguen dar ese salto de gigante que les permite salir del domicilio conyugal. Hay muchas barreras económicas, familiares y sociales. ¿Cómo les dices a los amigos en común o a los parientes que tu marido te ha violado durante tanto tiempo?

Todos esos miedos están en este excelente trabajo, que gracias a un guion finísimo muestra esa dependencia económica. Esos prejuicios sociales hacia las mujeres, que se sienten solas cuando deciden contarlo. Querer muestra el momento de la toma de decisión, y también el juicio en el que ella, una impresionante Nagore Aramburu, se siente revictimizada y sometida a las preguntas machistas de los jueces. También cómo los dos hijos se enfrentan a la noticia. Dos generaciones diferentes. Dos masculinidades. Una que perpetúa el machismo heredado. Otra que intenta escapar, que vive su sexualidad de forma libre y que pone, ahora sí, el consentimiento en el centro, como lo hace esta serie. 

Que exista Querer muestra la madurez de un país que ha legislado sobre el consentimiento, y de una ficción que lo coloca en el centro de sus relatos. Como opina Alauda Ruiz de Azúa, el cambio que se ha vivido en estos términos “es más grande que nosotros mismos, más grande que la ficción o que el cine”. “Es un cambio social, un cambio de las inquietudes. Creo que se está perdiendo el miedo a hablar de que lo íntimo y lo privado es político. Antes, en todo lo que tiene que ver con tema de consentimiento sexual, de sexualidades, siempre había una prebenda de no entrar en esos temas porque pertenecían a un ámbito de lo más irracional, de lo salvaje. Y de repente estamos viendo que que se pueden contar desde un sitio político y que tiene una dimensión estructural, que tiene una dimensión sistemática”, explica. 

Cree que también ha contribuido mucho a cambiar la mentalidad de la gente “los casos actuales, que han sido juicios muy mediáticos y nos han hecho entender que estos temas nos interpelaban”. “Nosotros mismos a veces teníamos dudas sobre cómo juzgarlos. A mí eso era lo que me interesaba mucho del viaje del espectador, porque yo misma he tenido ese viaje de decir vale, ¿cómo juzgo esto? Yo entiendo la situación, pero ¿cómo juzgo esto en términos judiciales? Y si ya soy parte de esa familia en un término más afectivo y social, ¿cómo juzgo a esta persona?”, añade.

Para el guion ―que ha escrito junto a Eduard Sola y Júlia de Paz―, hablaron con muchas mujeres que habían vivido casos similares, y eso les dio “información, detalles y abrió campos, porque una vivencia no es lo mismo que verlo desde fuera”. “Me ayudaron mucho a colocarme, a quitarle toda la épica. Hablaban mucho de la máscara social, por ejemplo. El hecho de que cuando salía a la calle se ponía una máscara, eso te hace entender que muchas veces cuando las víctimas tienen algún comportamiento de fingir o de disimular se les achaca algún tipo de maldad o se les acusa de esconder algo, cuando es un mecanismo de supervivencia”, recuerda.

Muchas veces esperamos que las víctimas tengan algún tipo de epifanía y entonces denuncien. Es una visión un poco cinematográfica. Lo que nos contaban estas mujeres es que es más difuso

También el proceso provocó muchas conversaciones entre las mujeres del equipo y salía la eterna pregunta que en esta ocasión debían intentar responder para construir su guion: ¿por qué no denunció antes? “Tuvimos que construir ese camino, y es una de las cosas que nosotros también aprendimos escribiendo la serie. Muchas veces esperamos que las víctimas tengan algún tipo de epifanía y entonces denuncien. Es una visión un poco cinematográfica del asunto. Lo que nos contaban estas mujeres es que todo es más difuso y complejo. Alguien de repente te tiende una mano por alguna razón, un médico ve algo y te manda a un psicólogo o a un asistente social, en tu vida alguien empieza a ver cosas… Son procesos mucho más difusos”, analiza.

Para el episodio centrado en el juicio fueron a ver juicios reales de violencia sexual. Les provocó una “sensación muy violenta porque te encuentras a una víctima contando algo que ha sido doloroso, humillante o que todavía ella está intentando casi explicarse por qué ha ocurrido”. “Yo, prácticamente en todos los que vi, la estrategia de la defensa pasaba por desacreditarla a ella, por cuestionarla a ella. Entiendes que después de esos procesos las víctimas puedan sentir todo tipo de frustraciones, de cansancios y tener pocas ganas de seguir apelando. Tenemos que pensar cómo podemos hacerlo para que la víctima no se sienta desprotegida ni atacada”, valora Ruiz de Azúa.

La serie evita toda épica y ser maniquea, porque tenían muy claro que no querían “una víctima perfecta”. “Queríamos que pudiera tener comportamientos reprochables, que no se entendieran. Estaba la intención de ir en contra de la víctima perfecta. De alguna manera, en la vida, nosotros buscamos esa víctima perfecta, la necesitamos, queremos darle su apoyo, pero es que no existe la víctima perfecta. Es que no tiene por qué serlo. Hay una perversión, parece que si has hecho determinadas cosas casi que hasta te mereces lo que te ha pasado”, zanja.

Si el personaje protagonista era fundamental, también los hombres que la rodean. Desde ese marido que interpreta Pedro Casablanc, y que nunca se dibuja como si fuera un simple monstruo, hasta esos dos hijos (Iván Pellicer y Miguel Bernardeau) desde los que ofrece diferentes miradas a las nuevas generaciones. De hecho, mientras que la serie nunca muestra la agresión ni ningún encuentro sexual entre los padres, abre su primer episodio con una escena de sexo entre el hijo menor y su pareja, “una declaración de intenciones”, como lo define Alauda Ruiz de Azúa, para mostrar que el sexo también es “gente que se lo pasa fenomenal, se trata con respeto y empatía, creando algo erótico y consentido”.

También en ellos proyecta una mirada optimista hacia el futuro: “El personaje de Iván Pellicer tiene algo muy bonito, y es que está a gusto con su vulnerabilidad y su sensibilidad. Porque yo sí creo que las nuevas generaciones tienen una nueva forma de mirar las cosas que están pasando en este sentido”.