Ana Frank cobra vida de forma animada para criticar su explotación pop
El capitalismo se apropia de todo. De cada símbolo, de cada imagen o de cada personaje. Lo convierten en un logo, en un estampado con el que vender ropa. ¿Cuántas personas visten una camiseta del Che sin saber nada de él?, ¿cuántas se compraron una de los Ramones sin haber escuchado ni siquiera una canción? La despolitización de lo político lo convierte en imágenes vacías. Eso es lo que ha ocurrido con Ana Frank. Todo el mundo que va a Ámsterdam visita su casa, todo el mundo sabe de oídas su historia, pero pocos han leído su diario. Si todo el mundo hubiera leído El diario de Ana Frank, sería más difícil que la extrema derecha ganara elecciones y estuviera en los parlamentos.
Esa mercantilización, el haber convertido a Ana Frank en una figura pop para vender souvenirs, es la que critica el director israelí Ari Folman, director de Vals con Bashir y El congreso, y que regresa a la animación para dar una nueva mirada actual y necesaria de la historia en Dónde está Anne Frank. “La percepción con Ana Frank es que la gente no sabe qué pasó con ella”, decía el director en el Festival de Cannes donde presentó esta película que ya se puede ver en las salas. Folman es descendiente de dos supervivientes del Holocausto, y por ello este proyecto se ha convertido en algo muy personal y en una reivindicación de Ana Frank como símbolo de la lucha de una nueva generación.
Lo hace recurriendo a un bonito recurso narrativo y trayendo a Kitty, la amiga imaginaria a la que Ana escribía su diario, al mundo actual. A un Ámsterdam donde los refugiados sobreviven en tiendas de campaña y donde aumenta la extrema derecha y los delitos de odio. Kitty cree que, si ella ha cobrado vida, su amiga Ana también estará en algún sitio, así que la buscará siguiendo su diario y con la ayuda de un joven que dirige un hogar para refugiados indocumentados. Folman dejó claro en Cannes que no quiere comparar el Holocausto con nada, pero que sí quería poner el foco en las nuevas generaciones y en cómo puede servirles en un mundo donde crece el odio al diferente.
Lo consigue apelándoles con una historia actual, hermosa y que llama al activismo de las nuevas generaciones. Folman tiende puentes entre pasado y presente de una forma brillante. ¿Qué hubiera pasado si los judíos hubieran podido huir de los campos, les hubiéramos negado la entrada a nuestros países, les hubiéramos señalado? Ese es el paralelismo que lanza Folman a la cara de los espectadores para cuestionar el racismo y el clasismo de las sociedades europeas. Modernas en su apariencia, pero que no son capaces de mostrar solidaridad con aquellos que huyen de las guerras o les dejan entrar para hacinarlos en guetos o dejar que pasen frío en tiendas de campaña. Si Kitty viviera en la actualidad sería una activista, igual que lo sería la propia Ana Frank.
Su paralelismo funciona también por la maravillosa animación que despliega y que demuestra que Folman es uno de los grandes autores usando esta técnica. Original, diferente, sin rendirse a las modas del cine animado actual. Folman juega con los contrastes. Más luminoso en el presente, y con reminiscencias de la mitología griega para contar el nazismo y la historia real de Ana Frank. Porque aunque esta sea la película más accesible del director y la más destinada para todos los públicos, no evita retratar el nazismo. Lo hace con un cuidado e inteligente diseño visual, oscuro y sombrío. Es verdad que el filme peca a veces de didáctico y hasta de inocente, pero no lo oculta. Es honesto. Es una película cuyas intenciones están claras desde el principio. Recordar la historia para que no se repita, porque ya se está repitiendo.
Una de las eternas cuestiones al hablar del Holocausto es cómo mostrarlo o no mostrarlo. Una duda para la que Claude Lanzmann, el autor de Shoah, documental y obra cumbre sobre el tema, reflexionó y que resumió en que nunca se debía usar actores que imiten el sufrimiento de personas reales ni reconstruir los escenarios en los que tuvo lugar. Por eso criticaba La lista de Schindler y por eso su documental recurre a las personas que lo vivieron y en los escenarios reales tal y como estaban cuando se realizó en 1985.
Ari Folman también se marcó líneas rojas en su acercamiento. Decidió que no se mostraría el final de “Ana y Margot de forma realista, como han intentado hacer bastantes películas sobre el Holocausto”. “Tanto si trabajamos con animación como con un formato de largometraje normal no hay ninguna forma cinematográfica que sea apropiada para mostrar lo que ocurrió. Porque creo que ninguno de nosotros entiende realmente lo que ocurrió. Imaginar realmente lo que ocurrió está fuera de nuestro alcance. He crecido en una familia de supervivientes del Holocausto y he escuchado las historias más horripilantes que un niño puede escuchar”, explicaba sobre su decisión. Por eso, la animación ha resultado una forma delicada y elegante para retratar lo inimaginable. Un acercamiento diferente, actual y que pone el foco en la necesidad de no convertir todo en un producto sin fondo.
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