Que una película pase a la cultura popular no es tan fácil. Pocas lo consiguen. Pretty Woman es una de ellas. El filme de Garry Marshall de 1990, titulado como la canción de Roy Orbison que la propia película pondría de nuevo de moda, no era más que una reformulación del cuento de Cenicienta con un toque que en los 90 se consideró hasta moderno. Aquí, la pobre hermanastra condenada a hacer las tareas domésticas hasta que encuentra un príncipe azul se sustituía por una prostituta con el carisma de Julia Roberts, y el príncipe putero tenía los rasgos de Richard Gere.
Como en el cuento, el filme era una idealización de las relaciones románticas y, principalmente, de cómo una mujer pobre solo tenía una posibilidad para salir adelante: encontrar una pareja rica. Había algo pernicioso en Cenicienta que en Pretty Woman se multiplicaba. Nadie le puede pedir a un cuento conciencia de clase, pero es que en el filme no es que no la hubiera, sino que se establecía el paralelismo entre el príncipe salvador con el empresario rico que sacaba a su enamorada de ejercer la prostitución.
Han pasado 34 años, y ha tenido que llegar el cineasta Sean Baker, cuya carrera se ha cimentado en mirar a los márgenes de la sociedad de EEUU, para darle la vuelta. El director de películas como Red Rocket, The Florida project o Tangerine ha seguido coherente a su carrera y ha ofrecido el reverso de Pretty Woman en Anora, una frenética anticomedia romántica que le da la vuelta al cuento. Pero como siempre en él, sin miserabilismo, con humor y dándole dignidad a todos sus personajes.
Baker nunca usará la palabra prostituta para referirse a su personaje cuando hable de él, sino que la Anora que da nombre al filme es una trabajadora sexual como todas las que habitan su cine. A ellas les dedicó la Palma de Oro que ganó con este filme que tras vencer en el festival más prestigioso del mundo llega a la primera etapa de la carrera de premios como una de las favoritas para triunfar. Al menos en las nominaciones a los Oscar, donde Baker puede lograr su primera nominación y donde su protagonista, una imponente Mikey Madison deberían estar sin problema.
Para un director curtido y criado en el indie, este éxito supone “un cambio de vida”, y el propio Sean Baker lo reconoce. Ganar la Palma de Oro fue “un sueño hecho realidad”. “Es como si ahora empezara la segunda parte de mi vida. Es una especie de crisis existencial. Creo que esto me va a permitir seguir haciendo este tipo de películas de la forma en que quiero hacerlas pero con menos restricciones y menos resistencia. Así que es algo genial, especialmente ahora que las películas independientes son cada vez más difíciles de hacer”, explica y deja claro que no tiene miedo de ser tentado para la industria: “Ya he estado en ese punto, y ahora esto me ha consolidado. Ahora tengo que asegurarme de poder perseguir mi visión”.
Anora ha tenido el presupuesto más grande de su carrera, pero sigue siendo pequeño comparado con lo que cuesta una película de Hollywood. Ese margen ha hecho que la película “se sienta un poco más grande”. Pero cree que el éxito del filme radica en que “juega con los tropos clásicos de una comedia romántica, y ese es un género muy convencional”. “La gente reconoce los códigos de esta película, y eso les está enganchando. La primera hora es la historia de Cenicienta, ya la hemos visto, pero la hago con un giro”, dice del éxito de su octava película. Por ello se muestra feliz de que sea ahora y no antes cuando ha llegado el éxito, porque no sabe si antes hubiera sido capaz de gestionarlo de la misma manera: “Tengo una edad en la que estoy más seguro, tengo más confianza y no me voy a dejar seducir. La industria me podía haber seducido fácilmente en el pasado, ahora no”.
Tengo una edad en la que estoy más seguro, tengo más confianza y no me voy dejar seducir. La industria me podía haber seducido fácilmente en el pasado, ahora no
De nuevo las trabajadoras sexuales son las protagonistas del filme, en este caso Anora, que vivirá una relación fugaz con el hijo de un oligarca ruso. Y como siempre en su cine la clave es no juzgarlas y dignificarías. “Obviamente, podría haber hecho esto mucho más oscuro y miserable”, confiesa, pero argumenta que uno de los motivos por los que no optó por ese tono era para enganchar a la gente y que se entretenga antes de darle el golpe -y ahí esa escena final descorazonadora-. Pero el giro de Anora es que son la diferencia de clase y las relaciones de poder entre los personajes los que marcan todo.
Hay, de nuevo en Sean Baker, una radiografía brutal de EEUU, y aunque la cuestión de clase es importante, también subraya que cree que la forma en la que tratan a Anora también tiene que ver “con la falta de respeto que hay por el trabajo sexual por todo el mundo”. “La actitud de los padres de Ivan es la que tendrían casi todos los padres normales. Intento no juzgar a mis personajes, y sé que es difícil no juzgar a Ivan por lo que le hace a Anora, por su falta de empatía. Ese, que es mi mayor juicio como narrador, es en términos de lucha de clases. En la película abordo las dinámicas de poder y las jerarquías en EEUU y en todo el mundo, y eso siempre tiene que ver con la clase y fue intencionado”, dice Baker que reconoce que le cuesta decir que sus películas son políticas aunque lo sean porque vio como los conservadores intentaron apropiarse del discurso de The Florida Project. “Obviamente son políticas porque todos tenemos una ideología. Digamos que mis ideas políticas están en mis películas, solo hay que desenterrarlas”, añade.
En su paso por el Festival de San Sebastián, Baker reivindicó a Almodóvar como “influencia directa en su cine”, pero también demostró su conocimiento de otros nombres más desconocidos como los de Eloy de la Iglesia y Jess Franco, del que subrayó su “sensibilidad independiente”, su “entrañable realización descuidada” y “cómo fotografió a sus musas, especialmente a Soledad Miranda, cuya imagen con un pañuelo rojo tiene un vínculo directo con Anora”.