'Aquaman': acción y aventura excesiva, algo kitsch y con ecos de 'Star Wars'

El audiovisual superheroico mueve miles de millones. No es de extrañar, por tanto, que sus responsables busquen respuestas al posible desgaste de su fórmula. Los nuevos estrenos ya no suponen un acontecimiento que quizá será difícil de repetir, como cuando el Superman de Richard Donner o el Batman de Tim Burton llegaron a las salas comerciales. La multiplicación de los leotardos y calzones en las pantallas globales (incluidas las televisivas), unida a la voracidad del Hollywood corporativo y su constante producción de presuntos blockbusters, hace que los fans puedan escoger entre una oferta variada de acción fantástica.

Aunque el modelo de Marvel Studios sigue considerándose un mapa que lleva al tesoro del éxito comercial, comienza a observarse una mayor ramificación de propuestas dentro del cine superheroico. En la Marvel de papel y viñetas, nuevas olas de creaciones y enfoques diversificaron el panorama creativo unos años después del big bang inicial de Los Cuatro Fantásticos y compañía. Décadas después, la división televisiva del sello buscó inspiración precisamente en varios héroes de aquella nueva ola comiquera de los setenta (Iron Fist, Luke Cage), mientras la división cinematográfica seguía mucho más apegada a las primeras creaciones de Stan Lee y, de paso, al sesgo androcéntrico y etnocéntrico de estas.

Black Panther supuso un primer guiño a la diversidad en un universo fílmico poco dado al riesgo. Y Thor: Ragnarok demostró que la apuesta por lo humorístico y la aventura sci-fi estaba llegando a personajes de la serie A de Marvel, y no solo a marcas inicialmente menos asentadas como Guardianes de la Galaxia o Ant-Man. En este contexto, Aquaman parece una apuesta por la fantasía desatada como elemento diferenciador, por el guiño al cine de aventuras exóticas en mundos perdidos como manera de expandir la acción tecnológica que presidió títulos referenciales como Iron Man.

No falta el humor, por supuesto, ni tampoco el flirteo. Y se incluye un inicio inusualmente romántico. Si los autores de Deadpool se permitían vertebrar su obra alrededor de una trama romántica, ¿porque no comenzar Aquaman con una monería (o ñoñería, dependiendo del espectador) sobre dos realidades que confluyen a través de una historia de amor? Y con el correspondiente retoño como figura destinada a servir de puente entre ambos mundos.

Entre lo convencional y el desafuero kitsch

Una vez la película deja atrás su prólogo, no resulta fácil hallar huellas del estilo visual de James Wan (Saw, Expediente Warren) en esta superproducción. Sí se puede hablar, en cambio, de algo más abstracto: la contrastada capacidad del realizador de origen malayo para conectar con el público, no solo mediante los cuentos de terror.

Wan y compañía firman lo que podría haber sido la Green Lantern de Ryan Reynolds si hubiese llegado en un momento de mayores posibilidades para la creación de imágenes de fantasía y, quizá, de mayor asunción colectiva de los aspectos más risibles de lo superheroico. ¿Si Ant-Man ha sido un éxito, por qué no podría serlo esta propuesta que oscila entre lo convencional y el desafuero kitsch?

Los responsables de Liga de la justicia consiguieron malograr un esquema narrativo a prueba de bombas: el reclutamiento de héroes en la linea de Los siete samurais. Wan y compañía han optado por el riesgo controlado de ofrecer mucho de todo. Incluyen peleas cuerpo a cuerpo, batallas a gran escala, un flirt ligero derivado del choque cultural entre el tosco Aquaman y la aristocrática Mera... y elementos de aventura exótica, ciencia ficción y batallas monumentales en una variante subacuática de la space opera hiperdigital de El destino de Júpiter o Valerian y la ciudad de los mil planetas.

Aquaman apela al recuerdo de Star Wars y sus últimos tramos con grandes luchas tamizadas de conflictos dinásticos. Hay espacio para todo, desde los momentos coloristas y algo camp hasta los monstruos siniestros y los abismos terroríficos. Tampoco falta una nueva demostración del gusto de Warner (recuérdense las bromas generadas alrededor de Superman v Batman) por dimensionar el poder de las madres como sanadoras de divergencias.

Un elogio tímido de la inclusividad

¿Qué más nos ofrece Aquaman? Para empezar, una nueva leyenda de difícil encaje en tiempos oficiales (e hipócritas) de meritocracia. Todos sabíamos que su protagonista, a pesar de tener tintes de héroe macarra al estilo del Kurt Russell de Golpe en la pequeña China, estaba destinado a ser rey de Atlantis. A pesar de todo, su camino incorpora un aprendizaje: su ojo por ojo inicial se convierte en capacidad de hablar y, quizá, perdonar.

A diferencia de lo sucedido Black Panther o Wonder Woman, no se detecta un especial deseo de jugar la carta de la adhesión ideológica y/o identitaria. Aquaman difícilmente se puede considerar una propuesta feminista, aunque proyecte un cierto cuidado en el dibujo de personajes femeninos. Y las posibles pinceladas ecologistas no parecen especialmente militantes, más aun si los más indignados con a contaminación son unos villanos que quieren subyugar a la especie humana.

Los héroes, por su parte, se muestran mucho más autocomplacientes con la costumbre humana de contaminar masivamente. La princesa Mera, por ejemplo, sucumbe a la mirada fascinada y acrítica del turista, tras descubrir el mundo de la superficie en un enclave costero. El cambio climático y el control de residuos pueden esperar.

Sin demasiados aspavientos y sin cargar las tintas, los responsables del filme sí lanzan algunos hilos temáticos que pueden leerse como dardos hacia el trumpismo. El héroe es hijo de una especie de inmigrante de lujo, y es notoriamente rechazado en su mundo de origen: una Atlantis que castiga violentamente la libertad de decisión femenina y que muestra un evidente supremacismo. Ante este deseo de eliminar o dominar al otro, un personaje ofrece otra crítica posible al derecha estadounidense: “Un rey lucha por su nación, un héroe lucha por todos”.

Los papeles más agradecidos de la ficción son para un héroe mestizo interpretado por un actor hawaiano, y para dos mujeres. Todos ellos representan arquetipos bastante tradicionales: un macho socarrón, una madre que se sacrifica por sus seres queridos y una joven que se siente atraída por una especie de motero superheroico. Aún así, quizá el sector más reaccionario de la cultura freak aproveche para denunciar nuevamente la presunta dictadura de la corrección política. Y se vea legitimado para sentir la autocompasión de quien se siente destronado por tener que compartir un juguete que creía de su propiedad.