“Los árboles gritan de dolor al morir”: lecciones de Studio Ghibli ante un planeta en llamas
Mientras que el planeta pide a gritos una tregua, La princesa Mononoke regresa a los cines este viernes como una oportuna casualidad. El undécimo título del Studio Ghibli, imperio de la animación japonesa, es un aplaudido alegato a favor de la justicia climática y el cuidado del ecosistema. En los 25 años que han transcurrido desde su estreno, la cinta no solo no ha pasado de moda, sino que está más vigente que nunca.
“Hayao Miyazaki creó algo atemporal y detectó perfectamente cuáles iban a ser los grandes problemas de la humanidad en el futuro cercano”, explica Álvaro López Martín, autor de La princesa Mononoke: los árboles gritan de dolor al morir y otros tomos sobre la cinematografía Ghibli.
La frase que da nombre a su último libro es pronunciada por San, la princesa Mononoke, pero es especialmente elocuente al compararla con las imágenes de los incendios que este verano están haciendo arder con violencia bosques y montañas en todo el mundo. La acción humana es innegable y no solo se siente sobre los terrenos calcinados, sino en las sucesivas olas de calor que están azotando el planeta. Ambientada en el Japón medieval del siglo XIV, La princesa Mononoke también presenta un mundo en lucha entre los protectores de la naturaleza y los que profanan sus recursos.
San es una humana criada por una diosa lobo que lucha por proteger el espíritu del bosque y se enfrenta a Lady Eboshi, líder de la Ciudad de Hierro, que tala grandes terrenos y aniquila las vidas y a los dioses mitológicos que habitan en él para generar más metal. Sin embargo, esta fortaleza no es un lugar hostil y hace las veces de refugio para leprosos, exprostitutas y todo tipo de marginados. “Está compuesta en buena parte por personajes que demuestran esa valía que la sociedad les había negado”, matiza López. La princesa Mononoke no se deja llevar por dicotomías.
“Por un lado, está la postura de la necesidad de progreso del ser humano fabricando hierro y por el otro, la supervivencia del bosque y sus animales. La historia retrata a la perfección todos los puntos de vista del conflicto, lo que ayuda a que el espectador saque sus propias conclusiones”, destaca el creador de las mayores páginas web especializadas en este universo, Generación Ghibli. “Lo que propone es que hay formas de progresar sin destruir la naturaleza”, dice López.
El compromiso ecuánime con el avance y el medioambiente es legado de Hayao Miyazaki. El cofundador del estudio de animación Ghibli se ha reconocido en numerosas ocasiones como un amante de la naturaleza, pero separándose de los movimientos políticos que la blanden. “Es un tema que tiene interiorizado. Es un hombre profundamente de izquierdas, que fue marxista en su juventud y, junto a Isao Takahata, encabezó protestas estudiantiles y sindicales en los años 60”, relata el experto. Con el tiempo, Miyazaki se dejó de definir por una ideología, aunque la tuviera, fue consciente de sus contradicciones, y luchó sus propias batallas, “especialmente las relacionadas con el medioambiente”.
“No quiero que me consideren ecologista, por eso fumo cigarrillos”, llegó a decir el ilustrador. Aún así, se ha opuesto a la energía nuclear, ha colaborado activamente limpiando ríos de basura, e incluso ha invertido grandes sumas de dinero en proteger zonas naturales que iban a ser destruidas, como el bosque que inspiró Mi vecino Totoro. “Si fueran un grupo de fascistas de la ecología, dejaríamos de ayudarlos”, dijo en su día cuando ayudó a rescatar las colinas de Sayama. “Hayao Miyazaki se define como una persona pesimista y ve en la destrucción del medio la propia autodestrucción del ser humano”, explica López.
Es exagerado decir que la filmografía de Ghibli tiene una intención “verde” en un sentido político. O que existe y se produce pensando en un mensaje medioambiental, algo que siempre ha rechazado Miyazaki. Pero es innegable que su sensibilidad y la impronta mágica y espiritual que tienen sus películas tienen un impacto en el espectador. Y no solo pasa con La princesa Mononoke.
La empresa se fundó originalmente tras la expansión masiva de la economía en Japón, que provocó que las comunidades agrícolas fueran fagocitadas por la industrialización y la urbanización. Aunque incluyen un toque nostálgico, la virtud de las películas de Ghibli es que, como recuerda Álvaro López, “explican situaciones, pero no reparten moralejas manidas” porque “el propio Miyazaki reniega de los adoctrinamientos y de las etiquetas”. Para el gestor de Generación Ghibli, “las más significativas, por la importancia de la defensa del medioambiente en sus tramas, son Nausicaä del Valle del Viento y Pompoko”.
Del “espíritu apestoso” a los “siete días de fuego”
En 1984, trece años antes de La princesa Mononoke, Hayao Miyazaki dirigió Nausicaä del Valle del Viento, cuyo éxito fue el germen de la fundación del Studio Ghibli. La trama se sitúa en un futuro apocalíptico, 1.000 años después de los llamados “siete días de fuego”, que anegaron a gran parte del planeta en un mar de putrefacción. En el centro de esta “jungla tóxica”, Nausicaä descubre que el aire es limpio y el agua es pura y que esa es su finalidad. La mayoría de los humanos buscan destruirla porque no entienden que está limpiando el ambiente de su polución.
Con Nausicaä del Valle del Viento, los productores japoneses lanzaban de nuevo su advertencia sobre una sociedad turbocapitalista que quema todos los recursos a una velocidad mayor de la que el planeta está preparada para tolerar. Como destaca Lopez, diez años después llegó Pompoko. En ella, una familia de mapaches tanuki –especie con la habilidad de transformarse con solo desearlo– descubre que los humanos están acabando con el bosque donde viven y deciden enfocarse en salvarlo.
Si Pompoko y La princesa Mononoke alertan sobre la expansión de las ciudades, Nausicaä o El viaje de Chihiro hablan del impacto de los humanos en la contaminación. En esta última, los directivos de Ghibli lo personificaron en el “espíritu apestoso”, una masa hedionda y gigante que llega a los baños donde trabaja Chihiro tragándose todo a su paso y provocando el terror de los clientes. Después de limpiarlo de todos los escombros, incluida una bicicleta y diversas basuras, la criatura se desvela como el bello espíritu de un río cercano que ha sido contaminado por la actividad humana.
Todas estas películas comparten un tono oscuro que no suaviza las imágenes ni los mensajes para una audiencia infantil, aunque a veces los compensen con momentos de humor. Las escenas de violencia son explícitas y en Pompoko llegan a aparecer mapaches atropellados por las calles. Con un carácter más afable, por último, encontramos a Mi vecino Totoro. Durante el duelo por la enfermedad de su madre, dos hermanas se refugian en el bosque de al lado de su casa, donde se encuentran con la criatura Totoro, que se representa como una figura materna cálida y cariñosa. Esta película explota los efectos curativos de la comunión con la naturaleza y demuestra que es posible retratar problemas ambientales y humanos complejos con un tamiz de fantasía y animación.
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