De nuevo, vuelve el Spielberg cronista de la historia estadounidense. Esta faceta ya comenzó a asomarse a su filmografía con películas de intención antirracista como El color púrpura o Amistad. En los últimos años, el realizador ha entregado casi consecutivamente su mirada a la Guerra de Secesión (Lincoln), al macartismo (El puente de los espías) y ahora una especie de enmienda a la totalidad de la política sobre Vietnam ambientada en tiempos de la administración Nixon.
Los archivos del Pentágono se basa en un hecho real: la filtración de una gigantesca colección de informes sobre Vietnam, encargados de una manera relativamente clandestina por el entonces secretario de Defensa Robert McNamara (a quien Errol Morris entrevistó en profundidad en Rumores de guerra). Eran informes de uso interno y secreto, hechos al margen de los canales oficiales, con la vocación de construir una historia analítica del conflicto.
Dos de sus participantes fotocopiaron el estudio y lo filtraron a The New York Times en 1971. Tras iniciarse las publicaciones, el gobierno Nixon impulsó movimientos políticos y judiciales para censurar al Times. The Washington Post también accedió a los papeles, y continuó con las publicaciones a pesar del riesgo judicial y empresarial que suponía. Spielberg prioriza precisamente el papel de este segundo periódico, que finalmente destaparía el caso Watergate.
Neoclasicismo urgente
El mismo director ha afirmado que se trata de un filme raramente urgente, hecho a una velocidad inusual para sus estándares de trabajo. Consideró que tenía entre manos una historia de actualidad por dos motivos: la toma de soberanía del personaje interpretado por Meryl Streep, que remiten a la lucha por la igualdad sexual en el Hollywood contemporáneo, y la causa de la libertad de prensa, que alude implícitamente a la política comunicativa del trumpismo y sus vetos a medios de comunicación.
Ambos temas se entrelazan. Por una parte, se retrata a una heredera de varios medios de comunicación, Katharine Graham, acostumbrada a ser ignorada por su propio consejo de administración. En paralelo, se intenta reconciliar a los espectadores con el a menudo denostado periodismo, siguiendo la estela de películas como Spotlight.
El protagonismo del personaje de Graham, la relevancia otorgada a su relación con el director del diario (interpretado por Tom Hanks) potencia el rol del empresariado. Spielberg convierte a Graham en una de las principales heroínas de la función, mucho más presente que los filtradores Daniel Ellsberg y Anthony Russo, sin los cuales no hubiese habido una historia sobre cuya publicación decidir.
El resultado podría calificarse como neoclásico. Spielberg parece buscar un canal de contacto con el Hollywood previo al mutante modelo blockbuster que él mismo contribuyó a crear, pero sin apostar por un revival imposible por los cambios tecnológicos implementados en la filmación de películas comerciales. Con todo, busca la armonía visual a través de imágenes cuidadosamente encuadradas e iluminadas.
El realizador opta por una película sin género concreto (llamémosle drama histórico), con momentos de emoción, pero que se aleja de esa especie de intensificación de la historia vista en filmes como Argo. Spielberg ni siquiera apuesta por las formas más calmadas del thriller de los años 70 que podría haber sido su modelo, con Todos los hombres del presidente como ejemplo evidente.
Los archivos del Pentágono remite a El puente de sus espías, a su ritmo pausado y su gusto por el trabajo actoral. Es una película histórica relatada a través de las peripecias de personajes concretos, con las correspondientes decisiones cuestionables. Se privilegia al Post por encima de The New York Times. Además, Spielberg y sus guionistas se toman unas cuantas libertades respecto a la historia real. Y otorgan un escaso protagonismo a los whistleblowers, un rol siempre controvertido. Los personajes del filme no dejan de repetir que las filtraciones no afectaban la seguridad nacional, quizá para tranquilizar a la audiencia.
Denuncia con limitaciones
De nuevo, Hollywood traslada un problema presente al pasado para abordarlo de una manera menos conflictiva. Puede tener sentido evitar el presente inmediato, con la falta de perspectiva que eso comporta. Y ciertamente, el filme hace hincapié en que la cadena de mentiras en la política exterior no era patrimonio de un solo presidente. A su manera gamberra, la reciente Barry Seal hacía algo parecido: no solo se centraba en Ronald Reagan u Oliver North, sino que también salpicaba al entonces gobernador Bill Clinton en la implicación del gobierno estadounidense en el narcotráfico. En el filme de Spielberg, se alude a toda una tradición envenenada que incluye a Eisenhower, Kennedy, Johnson y también al mismo Nixon.
Los autores transgreden así la lógica del villano que sirve como cabeza de turco. E incluyen un buen apunte sobre las relaciones entre los magnates de la comunicación y la alta política como un factor que distorsiona el papel fiscalizador de la prensa. Pero reincide parcialmente en una inercia que comprometía el alcance critico de El puente de los espías. En aquel filme, la caza de brujas se consideraba una desviación corregible del camino recto que habían marcado los fundadores de la nación. Se trataba de una crítica reaccionaria: se buscaban respuestas en un pasado que ha sido idealizado a pesar de la segregación racial y el machismo.
En esta ocasión, Spielberg se fija más en aquello que entonces era el presente y el futuro, a la confrontación de la prensa con la administración Nixon y su caída tras el caso Watergate. Aún así, el cineasta no deja de incluir una cita de la América fundacional usada como brújula. La relativa dureza de Los archivos del Pentágono, comparada con el final autocomplaciente de El puente de los espías, también implica una cierta miopía sobre los fundamentos comunes de los conflictos que plantean ambos filmes. Porque tanto el macartismo como la guerra de Vietnam y sus mentiras derivan de la misma idea de luchar contra el comunismo por todos los medios, diplomáticos, militares y en forma de operaciones clandestinas.
Como el mismo Spielberg ha afirmado, su obra no es partidista, puesto que deja en pésimo lugar tanto al demócrata Johnson como al republicano Nixon. El hecho de que su defensa de la libertad de prensa sea calificada como izquierdista por algunos medios es una advertencia sobre la radicalidad de la nueva (o no tan nueva, por sus ecos reaganistas) derecha estadounidense.
Sí resulta más plausible que se acuse al director de ofrecer una visión algo ingenua del periodismo, en la película y más aún en sus declaraciones públicas sobre la película. Quizá a causa de su categoría de cineasta-empresario, que además transmite una cierta nostalgia crítica hacia el capitalismo dominado por dinastías familiares, Spielberg obvia que no solo el gobierno Trump amenaza la libertad de prensa. También lo hacen las grandes empresas y las corporaciones. Al fin y al cabo, ese The Washington Post del filme es ahora propiedad del dueño de Amazon.