Han tenido que pasar 80 años para que Venecia tenga una mujer afroamericana en competición por el León de Oro. Una estadística vergonzosa que muestra que los festivales de cine han sido, durante demasiado tiempo, un asunto de hombres, y en su mayoría blancos. La mujer que ha logrado romper esa tendencia es Ava DuVernay, que tras sorprender con Selma y estrellarse en su salto al blockbuster con Una arruga en el tiempo vuelve al cine independiente con una apuesta que afronta un tema constante en su filmografía: el racismo.
Lo hace desde un punto de vista sorprendente tanto en lo temático como en el acercamiento cinematográfico. DuVernay adapta el ensayo de la ganadora del Pulitzer Isabel Wilkerson Casta: El origen de lo que nos divide, que plantea una teoría que le da la vuelta al concepto de racismo. La autora, y la película, se cuestionan si la discriminación y el asesinato durante siglos de los negros no será una cuestión de casta, más que una cuestión de raza.
Lo hace lanzando un vínculo entre la esclavitud y las leyes de segregación, el genocidio judío y ‘los intocables’, el escalafón más bajo del sistema de castas indio. ¿Y si realmente el racismo hubiera nacido como una forma de crear una casta inferior a la que explotar económicamente? Wilkerson no niega que exista racismo, pero sí intenta mirar en sus orígenes para ver que tiene mucho más que ver con la casta que con una simple cuestión del color de la piel, y ahí los ejemplos de los judíos y los indios entran en juego. Allí se asesinó, explotó y segregó a gente que tenía la misma raza que el resto del país.
Es una pena que un asunto tan interesante aparezca en la pantalla de la forma más decepcionante posible. DuVernay realiza una película-ensayo en donde la actriz Aunjanue Ellis interpreta a la autora del ensayo real durante su investigación para escribirlo. Se entremezclan las historias que descubre, abriendo capas de película que dramatizan desde casos de violencia policial contra la comunidad negra; romances entre judíos y alemanes y otras muchas historias que van ayudando a conformar su teoría.
DuVernay dota la película de una forzada poética que no emociona, sino que carga. Subraya con la música; no acierta en la mezcla de estilos y acaba cayendo en el didactismo menos cinematográfico con la protagonista escribiendo los conceptos que importan en una pizarra en blanco como si fuera una lección para el espectador. Origin podría haber sido un buen documental, pero es una floja película que se arriesga sin caer de pie.
La directora fue preguntada en la rueda de prensa por ese hecho histórico de ser la primera mujer afroamericana concursando por el León de Oro, y dijo que a los cineastas negros siempre se les dice que ni lo intenten. “Nos dicen que a las personas de otras partes del mundo no les importan nuestras historias ni nuestras películas. Nos dicen que no nos van a coger en los festivales de cine internacionales, que nadie vendrá a las conferencias de prensa ni a las proyecciones. No sé cuántas veces me han dicho: 'No presentes la película a Venecia, no lo vas a conseguir'. Y este año sucedió algo que no había sucedido en ocho décadas: una mujer afroamericana compitiendo. Así que ahora esa puerta se ha abierto y confío y espero que el festival la mantenga abierta”.
Este año sucedió algo que no había sucedido en ocho décadas: una mujer afroamericana compitiendo. Una puerta se ha abierto y confío y espero que el festival la mantenga abierta
El proceso del rodaje de Origin ha sido, cuanto menos, peculiar. La película iba a ser producida por Netflix, donde DuVernay había estrenado su serie Así nos ven, pero finalmente la directora recompró los derechos para producirla de forma independiente y fuera de la plataforma. La película, de hecho, se estrenará en EEUU en cines de la mano de la distribuidora Neon.
La realizadora aseguró en Venecia que si el filme se hubiera quedado en Netflix posiblemente no hubiera tenido el casting que ella ha elegido, alejado de las estrellas habituales del cine de Hollywood. “El sistema de estudios es un lugar donde trabajé e hice proyectos de los que estoy orgullosa, pero donde existe un control sobre quién interpreta qué y sobre quién creen que hace que se gane dinero, y eso contrasta con quién puede ser la mejor persona para cada papel”, dijo.
La inmigración apunta al palmarés
Mientras que DuVernay fue recibida de forma fría, dos películas que hablan del problema de la inmigración en Europa sí que conquistaron tras sus primeras proyecciones y ambas apuntan al palmarés. Para muchos Green Border, de Agniezska Holland se ha colocado en lo más alto de las quinielas para el León de Oro por su contundencia política y su estilo en blanco y negro y desde diferentes puntos de vista para denunciar la situación en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, donde los inmigrantes que llegan de Siria o Afganistán se utilizan y se lanzan como si fueran pelotas de tenis. Personas que son empujadas de un lado a otro de la frontera y que nadie quiere en su territorio. Holland, que ha rodado en clandestinidad y que ha sido acusada por el Gobierno polaco de realizar un acto de propaganda, señala directamente a los culpables en ambos lados de esa ‘frontera verde’ que da título al filme. Una película dura, sin concesiones, y que en ocasiones peca de un excesivo subrayado, pero que tiene muchos elementos que pueden cuadrar en el jurado de esta edición.
También convenció Mateo Garrone con su Io Capitano, que consigue algo muy complicado, encontrar la distancia justa para no caer en los excesos melodramáticos ni en la pornografía emocional sin perder la capacidad de emocionar. La historia de dos adolescente de Senegal que buscan un lugar mejor está realizada evitando mostrar la violencia, que siempre queda en fuera de campo, pero sin rebajar la dureza de su odisea. Gracias a sus escapes oníricos, una hermosa puesta en escena, dos actores cargados de verdad, Seydou Sarr y Moustapha Fall, y una escena final realmente emocionante, Garrone también pide su sitio en el palmarés.