“Queremos quitar la bandera gay. La orientación sexual de cada uno en su casa y en su cama”. La declaración anterior, aunque parezca propia de otra época, fue dicha en 2019 por un representante de Vox. El partido de extrema derecha decía sin tapujos que quería que las personas del colectivo LGTB vivieran su sexualidad fuera de las calles. Escondidos, sin mostrarse en público. No querían verles. Ejercían homofobia desde su tribuna y extendían un mensaje de odio contra un colectivo que ya sufrió durante muchas décadas la marginación y el señalamiento en nuestro país.
El discurso de Vox replica el que se dice en otros partidos fascistas de Europa, y ni siquiera es nuevo en muchos de ellos. En algunos países como Reino Unido, frases como esas se escucharon incluso desde el Gobierno. Margaret Thatcher, quien pasaría a la historia por desmantelar el Estado de bienestar con sus medidas, pero pocos se acuerdan del discurso homófobo que realizó utilizando el sida como arma contra los gays y hasta aprobando leyes como la sección 28, una enmienda que desde 1988 prohibía a las autoridades locales del país “promocionar intencionadamente la homosexualidad o publicar material con la intención de promocionar la homosexualidad”, además de prohibir “promocionar la enseñanza de la aceptabilidad de la homosexualidad como una supuesta relación familiar en cualquier escuela subvencionada”.
La norma provocó miedo, el cierre de editoriales LGTB y un estado de odio que se extendía en los colegios. También el nacimiento de colectivos como Stonewall, fundado entre otros por el actor Ian McKellen. Sin embargo, la historia de la Sección 28, que hasta 2003 no se derogaría, es poco conocida, incluso para la gente del país. Era el caso de la directora Georgia Oakley, nacida justo el año en el que se aprobó lesa polémica normativa y que confiesa que no había oído hablar de ella. La descubrió buscando inspiración para debutar como directora en el cine y supo que ahí estaba la historia que quería contar: la de una profesora que interioriza ese discurso homófobo y esconde su relación y su homosexualidad. Blue Jean, que llega este miércoles a las salas, es uno de los debuts más premiados del año gracias a su sensibilidad, pero también porque todo lo que se ve en la pantalla suena demasiado familiar. Demasiado actual.
“Lo que más me sorprendió fue que cuando finalmente se derogó en 2003, que realmente no fue hace mucho tiempo, hubo muy poca cobertura en los medios. Se había convertido en algo tan terrible que era casi secreto y cuando fue derogado, solo encontré una pequeña columna en un periódico de izquierdas al respecto. Los demás periódicos simplemente ignoraron el asunto, así que a menos que estuvieras muy implicado, no te hubieras enterado de todo lo que había pasado. Cuando comencé a hacer la película recuerdo hablar con personas mayores y contarles el tema de la película. Algunas me dijeron: 'Eso nunca ocurrió, debes haberlo malentendido’. Fue ahí cuando el productor y yo tuvimos esa sensación de que debíamos contar, como miembros de la comunidad queer, esta historia”, explica.
También dudó al respecto. Por un lado, piensa que la comunidad LGTB debe enfocarse en “contar historias abiertamente positivas sobre lo que significa ser queer”, pero al descubrir la sección 28 se dio cuenta de que quedaba mucho por hacer. “No habíamos terminado de mirar hacia atrás en nuestra propia historia porque muchas de estas historias aún no se habían contado. El hecho de que no mucha gente supiera qué era la Sección 28 es la prueba de ello. En 2018 estuvo algo más presente en la prensa porque se cumplieron 30 años desde su aprobación, y este año se han cumplido 20 desde su derogación, pero incluso así, el otro día estuve un podcast en directo muy popular en Reino Unido y cuando pregunté, muchas de las personas del público nunca habían oído hablar de este asunto”, añade.
Su proyecto original, que iba a abordar el tema de la “homofobia internalizada y también el elemento performativo del 'yo', el hecho de comportarse de manera diferente cuando estamos con la familia, cuando estamos con nuestras parejas y cuando estamos en el espacio de trabajo”, se mezcló con un ejercicio de memoria histórica en defensa del colectivo LGTB. Un proceso en el que hubo una investigación que le hizo entrevistar a maestras que hubieran vivido aquel momento. Buscaba conocer “a las personas reales que habían vivido esa experiencia para construir la historia en torno a algo real”.
Me interesaba mucho el hecho de que esos mensajes acaban filtrándose en la mente de los niños. Si crecen en un mundo de políticas heteronormativas, no hay forma de que no internalicen
La historia de Jean, su miedo para contar quién es realmente, los prejuicios de la sociedad y su familia, se mezclan con la de una de sus alumnas, que descubre su sexualidad y sufre en su piel la homofobia de los alumnos, que se ha trasladado desde las leyes y las instituciones a los más jóvenes. Georgia Oakley recuerda cómo los adultos, cuando ella era joven, decían que no eran homófobos, pero luego repetían ese mensaje de “puedes hacer lo que quieras, pero a puerta cerrada” o aquello de “no se lo muestres a nuestros hijos”. “Me interesaba mucho el hecho de que esos mensajes, conscientemente o no, acaban filtrándose en la mente de los niños. Si crecen en un mundo donde son bombardeados por mensajes y políticas heteronormativas, no hay forma de que no internalicen esos mensajes y crean en ellos”, dice.
El futuro no parece más prometedor, ya que la directora ve la televisión con su hijastra de seis años y todavía ve que ella crece “con mensajes muy similares y regresa a casa de la escuela diciendo cosas que escucha que son muy parecidas”. “Estas ideas muy estrictas sobre lo que significa ser hombre o mujer todavía se están inculcando en las mentes de niños desde muy pequeños”, zanja.
Aunque Blue Jean se empezó a pergeñar en 2018, la directora tenía claro que los mensajes eran más relevantes en la sociedad del momento de lo que parecía. Muchos productores le dijeron que eso era cosa del pasado y no se interesaron. Cinco años después, cuando el filme ha llegado a los cines, “es imposible que alguien vea la película sin hacer comparaciones que, cada día que pasa son más densas y rápidas, lo cual es extremadamente deprimente”. Por ello, cree que es un buen momento para que su debut llegue a las salas, también para levantar a la gente del sofá para que salga a la calle a luchar como se hizo en los 80: “Me gustaría ver que eso ocurre, porque está pasando lo mismo, están usando el mismo lenguaje que entonces y me encantaría ver una reacción a todo ello”.